XVI FESTIVAL FLAMENCO CAJAMADRID 2008
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Texto: Manuel Moraga AYER Y HOY El Festival Cajamadrid está resultando de lo más variado y entretenido. Anoche el foco se cerraba sobre Lebrija, Santiago y La Plazuela, epicentros de los cantes básicos en los que sigue habitando el duende. Eso sí: unos lo encauzan mejor que otros. No dio tiempo Capullo de Jerez a que la voz institucional del Festival diera la bienvenida al público y anunciara el desarrollo del cartel. Antes de que el telón se levantara ya estaba Miguel Flores haciendo notar su presencia en el escenario ¿era así la pieza? Lo dudo. Pero así es Capullo, que calentó la noche a la primera de cambio con las bulerías por soleá y siguió con la misma entrega por fandangos y bulerías, haciendo del compás un arte. Capullo es exagerado en casi todo, pero suele proponer su arte – salvo en alguna mala tarde que todo torero puede tener- con una cierta coherencia con un cierto equilibrio entre la interpretación, el fondo, la voz, las formas, el gusto… La verdad es que estuvo bien, quizá con menos juego y brillo en la voz que otras veces, pero tampoco eso es algo que desmerezca cuando la interpretación tiene fuerza. Sin embargo, la personalidad anárquica de Capullo es una de sus señas de identidad y termina reflejándose. Por ejemplo, las letras de elaboración propia no terminan de alcanzar un nivel poético digamos “digno” y sus tandas de bulerías se hacen a veces interminables. Eso de que lo bueno, si poco gusta y si mucho cansa, es perfectamente aplicable aquí. Salió el Capullo del escenario y entró El Lebrijano: el contraste fue total, no tanto por “las raíces de un arte” –ambos se han criado entre ellas- como por la manera de llevar las esencias al escenario. Juan Peña “El Lebrijano” envuelve todo lo que hace de una poesía especial, ya sea cantando una soleá de toda la vida o ya sea interpretando su composición más reciente. Hay una elaboración en su discurso que dista mucho del primitivismo, pese a tener línea directa con los orígenes de esta expresión. Dicho esto, también hay que contar que no tuvo anoche su mejor rato de gloria. De hecho, al principio daba la sensación de estar acatarrado o de tener algún problema en la voz porque no terminaba de acoplarse. El momento crítico fue cuando anunció que iba a cantar una granaína por tangos y pidió al público que acompañara con las palmas… ¡en Madrid!… La tensión se podía cortar… Milagrosamente una voz del público pidió “¡canta por soleá, Juan!” Y Juan cambió de opinión, hizo caso al asistente y ahí fue donde empezamos a ver al verdadero Lebrijano… Punto de giro…¡vaya capotazo proverbial el de ese señor del público! ¡Muchas gracias, seas quien seas! Juan Peña logró templarse por esa suerte y logró colocar la voz, para nuestro deleite. Ahí pudimos disfrutar ya de la grandeza de este maestro gitano de gloriosa estirpe lleno de gusto, de música, de sentimiento, de arte. Pudimos recrearnos con el compás de Lebrija tanto en la soleá como en las bulerías. Y por siguiriyas también logró algún pellizco. Y todo eso sin estar, ni mucho menos, al cien por cien de facultades. Le costaba llegar arriba con la voz, pero sigue manejando esos graves tan importantes en el flamenco. Al final, El Lebrijano supo transmitir su concepto. A todo esto, Pedro María Peña gustó al público con su guitarra hermosa, creadora de atmósferas sugerentes. En la recta final, Juan El Torta. Cante generoso, a borbotones, sin guardarse nada dentro, con verdad. Alegrías llenas de fuerza, siguiriyas grandes, tangos llenos de jondura, bulerías estremecedoras, soleares impresionantes… Por cierto, la última soleá fue “al golpe”: al golpe que le arreó al micrófono y que cortó la emoción del remate. En estos cantes, y en ese sentido de entrega, todo perfecto, pero insisto en mi opinión, el equilibrio es fundamental en el arte y el Torta peca también de una concepción extremista del cante. La malagueña que hizo del Mellizo resultó estremecedora en los momentos de fuerza pero ¿dónde están los melismas, el recogimiento que necesita ese cante? Bueno, ese cante y todos, en realidad. El arrebato tiene su cosa, pero hacer de ello todo un sistema expresivo resulta algo pobre. Eso sí, compás para aburrir. De cualquier manera, viendo y comparando estos tres artistas “de raiz” me sigue reconfortando la presencia del Lebrijano, que es capaz de reflexionar y de presentar unas conclusiones elaboradas a partir de un primer discurso primitivo y esencial. Juan Peña, por ejemplo, no hace del compás un fin, sino un instrumento más que interactúa con otros para, en armonía, en equilibrio, conformar una propuesta estética propia. El Lebrijano hace poesía, crea lírica con el cante, mientras que el arte puramente intuitivo, sin intelectualidad, sin reflexión, es manipulable: el flamenco lo ha sufrido y lo sigue sufriendo con la eterna figura del “señorito”, que antes era de corte social y que hoy se tiñe de “purismo”. Hay cierto egoísmo e injusticia cuando se exalta a determinadas figuras por su primitivismo: primitivismo que, en general, es el reflejo de una existencia poco recomendable. Ese círculo vicioso termina enterrando al propio artista. El hoy se construye con el ayer pero el hoy no puede seguir siendo el ayer. PD: Arcángel, un abrazo. – ESPECIAL XVI FESTIVAL FLAMENCO CAJA MADRID 2008 Video:
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