XV BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA |
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Texto: Estela Zatania De encumbramientos de jóvenes promesas iba la cosa la noche de jueves en el noveno día del programa de la Bienal de Flamenco de Sevilla. No cabe duda que es tarea sagrada de todo aficionado animar, apoyar y orientar a los nuevos valores que han elegido seguir el difícil camino de un arte que dentro del contexto grande de las cosas, tiene un interés francamente limitado. Por este motivo, es doloroso tener que expresar mi sincera opinión de que construir toda una obra en torno a la malagueña bailaora bailarina Luisa Palicio ha sido un costoso error de bulto. La joven discípula de Milagros Menjíbar, y ganadora del Giraldillo “Revelación” en la Bienal de 2006, tiene la capacidad de imitar el estilo de las grandes figuras de la danza española y baile flamenco. Baila bien sin pasar de competente, y está sobradamente preparada para entrar en el cuerpo de baile de las mejores compañías. Grandes objetivos, en particular el de elogiar mediante la imitación a personajes como Argentina, Pilar López, Carmen Amaya o la propia Menjíbar, quedan a la sombra de la magna personalidad de José Luis Ortiz Nuevo que con la fuerza de su persona y su creatividad sin fin, se come el espectáculo entero. Sus largos monólogos acentuados por una especie de lloriqueo psicótico y su tremenda capacidad para moverse por el escenario como bailarín demencial, hacen que el modesto baile de la Palicio quede como relleno. El oscuro libretto basado en poesía de las legendarias Mil y una noches, habla de un rey engañado que tiene la molesta costumbre de seducir a jovencitas, y decapitarlas a la mañana siguiente. Entonces, el pretexto de la obra, que incluye una especie de danza mora fantasiosa, ‘Triana’ de Albéniz, peteneras, caña, alegrías y bulería por soleá, es que mediante su talento para bailar, la muchacha se libra de tan desagradable final, y le cura al atormentado rey de su sangrienta adicción. El bailaor David Pérez presta un poco de energía cuando se une a la bailaora para reproducir la caña de Pilar López y Alejandro Vega, pero el escenario, las butacas, el teatro, de hecho la noche entera, pertenecen a esa traviesa e imprevisible materia prima, de nombre José Luis Ortiz Nuevo. |