Cada familia es un mundo solemos repetir a modo de mantra en cuanto nos damos cuenta de que en cada casa se manejan unos códigos propios, tan indescifrables, enigmáticos e incomprensibles para el que llama a la puerta, como parecido a otros.
Probablemente sea este conflicto vital, que nos lleva al mismo tiempo a buscar y a huir de dónde venimos y de lo que somos, el que más nos condiciona y persigue. Hasta el punto de que somos incapaces de pasar de pantalla si antes no hemos aprendido a perdonar, pedir perdón, decir te quiero o decir adiós a aquellos a los que les debemos la vida.
Sobre este dilema, crudo y sincero, construye Julio Ruiz La familia, una fábula grotesca en la que el bailaor profundiza en sus raíces y explora las complejas dinámicas familiares a través de la relación con las tres mujeres que han marcado su destino: su abuela, su tía y su madre. Esto es, la zorra, la cucaracha y el cisne. “Cada vez que se junta esta familia sangra”, advierte en el texto sobreimpresionado que vamos leyendo durante las escenas.
De esta forma, con un lenguaje que combina lo teatral, los performativo, lo narrativo y lo musical y lo dancístico, el coreógrafo, becado por el Centro Nacional de la Danza de París y por la Cité Internationale des Arts, va invitando al espectador a mirar por la mirilla hasta dejarlo acceder a lo más íntimo: “el legado emocional, la herencia, el poder de la sangre y esos lazos invisibles que atraviesan generaciones”, explica en la sinopsis.
Sin duda, lo más interesante de la propuesta, que entusiasmó este sábado al público del Ateneu 9 Barris dentro del festival Ciutat flamenco, es la capacidad de Ruiz para escarbar en las emociones más primitivas con honestidad y humor. Demostrando una enorme capacidad dramática y teatral.
Además, en La familia, el trabajo corporal que realiza Julio Ruiz para la representación de los distintos animales, de lo contemporáneo a lo flamenco, está siempre al servicio del relato. Aunque sea el papel de la zorra, que encarna por tarantos junto al guitarrista David de Ana (el centro de lirios) y el cantaor Pepe de Pura (la lámpara de araña), el más sobrecogedor, por la fuerza y la vulnerabilidad que representa el personaje que, alguna vez, somos todos.
En cualquier caso, en la pieza, a la que le sobra texto -sobre todo de epílogo- y le falta desarrollo coreográfico -sobre todo en la faceta más clásica que recae en el cisne- Ruiz se muestra una vez más como un artista versátil, creativo y valiente que tiene mucho que decir y aportar.
Fotografías: Maud-Sophie Andrieux


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