Cante: Esperanza Fernández. Baile: Miguel Vargas. Guitarra: Salvador Gutiérrez y Javier Patino. Percusión: Joselito Carrasco. Palmas: José Manuel Ramos y Juan Diego Fernández.
Con este espectáculo se pone el punto y final al ciclo de los Jueves Flamencos de la Fundación El Monte, que durante veintiún sesiones ha dinamizado la oferta flamenca de la ciudad hispalense. Don Manuel Herrera, director artístico de la muestra, nos ha dado una lección de saber y entender flamenco con esta programación donde han tenido cabida grandes figuras del arte jondo como Tomatito, Merche Esmeralda, Rancapino o Javier Barón, y las figuras jóvenes que vienen pisando fuerte como Miguel Poveda o Rafaela Carrasco.
Casi doscientos artistas nos han hecho disfrutar del flamenco, y avivar esta llama que llevamos dentro, dando muestras de que no por realizar grandes producciones los resultados a nivel de escena son mejores. De esta guisa se presentaba la trianera Esperanza Fernández junto con su marido Miguel Vargas, apareciendo en escena en una estampa digna de un café cantante de finales del siglo XIX. En su boca musicaliza un poema de Gabriela Mistral, para dar paso a la seguiriya, donde Miguel demuestra sus dotes como bailaor. Fue un buen cante, sobretodo a la hora de interpretar la debla, pero el baile se hizo algo monótono y largo.
Continua Esperanza por malagueñas un tanto personales, donde a los escasos tercios entra en el fandango de Lucena, estilo que actualmente se está recuperando para el cante flamenco, y que ella suele llevar en su repertorio. Nos sorprendió más por alegrías, echando la vista a ese rió que separa su barrio, Triana, de la ciudad de Sevilla, evocando en las letras esa grandeza que otrora ostentaba el puerto sevillano.
Una estampa digna de un café cantante de finales del siglo XIX
Un número por farruca dio paso nuevamente a Miguel Vargas, aunque su baile no aportó nada nuevo para este estilo, si fue una puesta en escena original con las dos guitarras de Patino y Salva, que estuvieron esplendidos toda la noche buscando armonías imposibles. También resaltar que no bailó con traje corto, sino con chaqueta larga, lo que nos hacia intuir que su baile iba a estar cargado de tintes farruqueros, como así demostró.
Llegó la parta más profunda cuando Esperanza, sólo con la guitarra de Salva ejecutó una granaína y una soléa, a las que el público respondió con oles, pues cada vez es más difícil disfrutar de una granaína en un escenario, fuera de un concurso, y en la soleá recorrió un amplio abanico de variantes.
No podía faltar ese guiño a Lebrija, pues Esperanza es mitad trianera, mitad lebrijana, y con las cantiñas de Pinini provoca nuevamente la ovación del público al cantar de pie en el proscenio, mientras su marido hace un baile muy enérgico y muy adornado. Me pareció atractivo el rematar el número por romances, que a su vez nos condujeron al fin de este estreno. Por bulerías se acuerda igualmente de Lebrija, y como no, de Utrera, arromanzando sus quejiós y con un lúcido paso a dos final que puso al público en pie, aunque no hubo el esperado fin de fiesta.
Esperemos que ciclos con el que hemos podido disfrutar durante estos meses se repitan con más asiduidad en el orbe flamenco, y de este modo sepamos buscar esos manantiales donde el líquido elemento se vea sustituido por grandes dosis de ángel.
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