En el ecuador del festival se acumulaban este jueves las propuestas que, desde los tradicionales balcones matinales, a los que acudieron esta vez Duquende y Agujetas Chico, hasta el ciclo Nocturno proponía un total de siete conciertos de corte tan diverso como el propio universo jondo. El Romancero sonámbulo de la compañía de Antonio Najarro como plato fuerte en el Auditorio Baluarte, la bailaora Alba Heredia en el tablao del Tres Reyes, la cantante catalana de flamenco urbano Queralt Lahoz, el recital del guitarrista José Antonio Rodríguez en el Civivox y dos de los jóvenes con más futuro en lo jondo, Ismael ‘El Bola’ y José del Tomate, en el Escenario Pansequito.
En todos, los gratuitos y los que requieren entrada, asistimos aún con asombro a aforos llenos, teatros prácticamente al completo o sold out que confirman que el flamenco allá donde desembarca conquista por sí solo el alma de unos espectadores atentos y sin prejuicios que están dispuestos a aguantar de pie desde los rincones para disfrutar de este arte arrebatador.
Aquí en Pamplona igual no conocen la trayectoria de los artistas que se suben a escena o los detalles de los palos o estilos que interpretan, pero acuden para aprender y cultivar un gusto inocente, todavía virgen y descontaminado. –“¿Qué te ha parecido?”, le preguntaba un amigo a otro a la salida del concierto del cordobés José Antonio Rodríguez. –“Un poco complejo para mí”, reconocía el otro como avergonzado. ¿Es que alguna vez se llega a comprender la guitarra flamenca?, pienso al escucharlos. ¿Acaso importa?
Tampoco sé hasta qué punto los espectadores que un rato más tarde hacían palmas y gritaban oles a El Bola y José del Tomate percibían las referencias y los territorios sonoros a los que acudían el cantaor y el guitarrista. Pero daba gusto verles la alegría en la cara y emocionarse con el gusto y la elegancia con la que afrontaron uno de los mejores recitales de lo que llevamos de festival.
Con Triana en el paladar y el recuerdo de los ecos de Panseco, Manuel Molina o Chiquetete en la garganta, El Bola nos puso los vellos de punta con un repertorio en el que destacaron las soleares y los tangos de su tierra. Del cantaor nos gusta su interés por estudiar el cante, su entrega y su creatividad, la manera en la que ha sabido hurgar y hacer suyo el legado de ese cante recortado, melódico, dulce y sentimental que nos conmueve porque está vivo. Como la guitarra serena y flamenquísima de José del Tomate que arropa e inspira sin atosigar, dando aire y aroma.
El ballet de Najarro, compuesto por trece bailarines, rememoró de nuevo a Lorca en una suerte de sueño simbólico basado en uno de los poemas más emblemáticos del Romancero Gitano, publicado en 1928. Así, a lo largo de cinco pasajes, asistimos a una impoluta consecución de piezas coreográficas de perfecta ejecución (desde el clásico español, la escuela bolera o el folclore), y cuidada dramaturgia cuyo ritmo, sin embargo, va en decadencia llegando a resultar cansino por lo descriptivo de la composición musical y unas referencias escénicas repletas de lugares comunes. De hecho, echamos de menos algún momento de intensidad o alguna pieza más sublime y actual que nos sacara del letargo.
La Granada más racial, de la zambra y la cueva, la trajo Alba Heredia entrada ya la madrugada embrujando por completo a quienes llenaron el Hotel Tres Reyes con su baile impulsivo, hechicero y frenético. Otra y otra pedían a gritos a esta bailaora racial y salvaje que lo dio todo y más.
Fotografías & vídeos: @Manjavacas.flamenco






























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