“Caminos” es el espectáculo de Chicuelo hecho con una banda donde deslumbran la bailaora Karen Lugo, el violonchelista Martín Meléndez y el batería Paco Gómez
Hasta el momento de los cuatro espectáculos que he visto en la Suma flamenca dedicada a Madrid el que más me ha gustado viene de Barcelona. A Chicuelo le gusta el foro: “Aún no me he ido y ya lo echo de menos”. Lo que vimos en el teatro de la Abadía fue una reivindicación del arte sin apellidos, un guitarrista llamado Chicuelo que cuenta que tiene suerte de poder dar los conciertos con la misma banda con la que ha grabado un disco de inminente aparición.
Comenzó la cosa por tangos con Karen Lugo en el escenario que baila contemporáneo sin perder ni la elegancia flamenca, ni la pose ni el compás. A Chicuelo lo conocemos de largo (con Ginesa Ortega, con Miguel Poveda y con docenas de artistas de categoría) es una referencia de la guitarra y trabaja con el Taller de Músics una iniciativa modélica en la enseñanza musical que siempre se ha adaptado mejor a la música popular que otras academias que llegaron desde los Estados Unidos.
El concierto se aceleró con unas alegrías a las que el guitarrista ha cambiado la tonalidad y ha puesto los silencios en otro sitio. Uno no tiene claro que significa eso exactamente; lo cierto es que suenan distintas. Le dedicó una composición a Django Reinhart que data del espectáculo de Israel Galván “lo real”. Chicuelo se calza el espíritu del gitano belga que dejó plantado a Duke Ellington para jugar otra partida de billar. Django adaptó su técnica a la mano maltrecha por un incendio y Chicuelo aplica velocidad y talento en la guitarra para destilar el swing sin perder el acento flamenco; a su derecha cuenta con el portentoso violonchelista Martín Meléndez, un extraterrestre risueño que no sabemos si toca música clásica o flamenco y no nos importa nada de nada porque es fabuloso. Un optimista. Conocemos a varios de esos en Jerez de la frontera, seres de luz que siempre quieres tener a tu lado porque iluminan pero no queman.
Martín sostiene su instrumento con las rodillas y el músico flota con el arco, pellizca las cuerdas como el mejor contrabajista (un saludo Javier Colina) y abofetea la madera del violonchelo como si fuera Peret o Cachao en la pieza que Chicuelo le dedicó a la calle de la Cera en la que creció Peret y la rumba catalana y que, por resumir, supongo que atribuyó como lugar de referencia de El Pesca que, como sabe todo el mundo, era del barrio de Gracia del que salió para casarse con Lola Flores. El caso es que la guitarra de Chicuelo se fue un rato de bossa nova y fue cambiando de barrio y de ambiente a voluntad, todo de forma meteórica… A Martín le faltó darle la vuelta al violonchelo para culminar el homenaje a Peret y al bajista de Elvis Presley. Lo busco en las redes y descubro que es un cubano nacido en Moscú que ha tocado con medio mundo que merece la pena. ¡Gloria!
Karen Lugo vistió con bata de cola y ahí recordamos a la mexicana en otras apariciones. Ninguna como esta. Citamos a Javier Latorre porque no se nos ocurre nada mejor: “Ella es un guantazo a los puristas. Ella es la belleza máxima envuelta en lo mínimo…”. Mientras tanto Chicuelo ejercía de maestro de ceremonias y de malabarista de seis cuerdas, en las bulerías se acercó a la volcánica manera en la que Tomatito acompañaba a Camarón. Volvió Karen con pantalones en un zapateado con Chicuelo en plan supersónico con unas escalas que dejan sin aliento a todo bicho viviente.
Ya ven cómo se las gastan en las periferias… se proclama que el flamenco es universal y eso se convierte en realidad.
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