«Tú eres quien tiene la llave, la llave y la clave de mis melodías» Así arranca por tangos el nuevo disco del joven cantaor onubense Arcángel. Bien podrá ser una sentencia que se repita hasta la saciedad por los aficionaos que con buen criterio compren el disco que acaba de sacar al mercado «Ediciones Senador».
La Calle Perdía lleva por título este segundo trabajo
del que fue galardonado con el «Giraldillo» en la pasada Bienal
de 2002 y al que se le otorgaron los premios «Andalucía Joven
de 2002» y el nacional «Flamenco Activo de Úbeda»
o la «Venencia Flamenca» del Festival de la Mistela de Los
Palacios; entre otros, ya que a pesar de su corta edad cuenta con numerosos
premios y distinciones cosechados por su buen hacer desde que tenía
tan sólo diez años, cuando ganó el «Concurso
Infantil de Fandangos de Huelva» en la peña «La Orden».
Dice Manuel Martín Martín que «Nadie medianamente
informado desconoce que Arcángel destaca por la pasión que
pone en las ideas, por el ansia con el que expone la expresión
sin censuras del goce cantaor y por la autenticidad como valor fundamental
de su discurso expresivo (…)». Ciertamente este alosnero le imprime
pasión a su garganta en la misma proporción que la transmite
provocando hasta un aletargamiento casi hipnótico con su voz penetrante,
con sus dulces modulaciones dignas de ser comparadas con el trino de aquellas
aves que se les venga en gana imaginar como poseedoras del más
bello canto. Y esta vez Arcángel nos regala «La calle perdía,
para el que se quiera perder en ella», como él mismo dijo
el pasado martes 16 a la una del mediodía en la presentación
del disco en el «Centro Cultural El Monte» de Sevilla.
Un cantaor entero y seguro, que se acomoda
en los
tercios gozando con cada vuelco que le da el alma.
Es esta calle, la calle de Alonso donde pasó su niñez y
de donde recoge los mejores recuerdos de su padre, al que le dedica íntegramente
el disco. Agradeció la participación de todos los que durante
más de siete meses han trabajado en este álbum y se sentía
arropado y seguro por tener una segunda casa en la discográfica
sevillana que ha creído en él y su inseparable guitarrista
Juan Carlos Romero, con quien al alimón compone la mayoría
de los temas. Isidro Muñoz, Antonio Rodríguez y José
Luis Ortiz Nuevo aparecen también en los créditos como letristas.
Después de los tangos con que abre, aires de guajira en «Si
nos diera por pensar». Recrea este estilo con los recursos que le
brinda su gusto exquisito por el ayeo escalonado que se columpia con holgura
por el pentagrama, a pesar de que esta representación preciosista
de los cantes de ida y vuelta ya es profusa en melismas. Pues Arcángel,
sin osar a etiquetarlo directamente como guajira, inventa un «aire
de» muy particular y fresco que junto con temas como «Reconozco
la verdad» (rumba) y algún otro, forman esa parte del disco
que satisface las ambiciones de un flamenco actual, joven y preocupado
por la calidad.
No falta la bulería, concebida sin duda de una forma diferente
a la que estamos acostumbrados a encontrar en las últimas grabaciones
de pseudoflamenco o no sé yo cómo llamarlo para que no malinterpreten
los sabios mi comentario, quizás inoportuno en el caso de esta
vertiente festera y heterogénea, moldeable del flamenco. Pero es
que hay bulerías y bulerías. «Abre la ventana»
y «Buscando en la memoria» vuelven a constatar el concienzudo
trabajo que hace Arcángel con su acaramelada voz y el buen gusto
de Antonio Rodríguez y Juan Carlos Romero, respectivamente, en
la composición.
Casi hipnótico con su voz penetrante,
con sus dulces modulaciones
Dedica la malagueña de Gayarrito a Morente y soberbia es su interpretación
de la soleá «Los aires llevan mentiras», donde rescata
estilos como el de la Andonda. Puede que sea, junto con la toná
trianera que titula «A Capela» la protagonista de este cedé,
sin olvidarnos de los fandangos que le dan el nombre: «La calle
perdía».
«Se meneaban cuando yo paso…», «No te metas con
mi pare…» y «Menrira llevan los aires». Tres letras
le han bastado para demostrar su soltura solearera. La toná: un
tremendo pellizco y el dramatismo contenido en su garganta delatan a un
cantaor entero y seguro, que se acomoda en los tercios gozando con cada
vuelco que le da el alma.
El undécimo corte es un «Canto de los desengaños»
y pone la guinda a los tres cuartos de hora, que a tan poco saben, en
los que hemos soñado por esa «calle perdía».
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