Espectáculo: El sombrero. Dirección, idea original y coreografía: Rafael Estévez y Valeriano Paños. Elenco: Rafael Estévez, Valeriano Paños, Alberto Sellés, Nadia González, Sara Jiménez, Macarena López, Carmen Muñoz, Iván Orellana y Jesús Perona (Baile); Dani de Morón (Guitarra) y Vicente Gelo (Cante). Fecha: 15 de noviembre de 2019. Lugar: Gran Teatro de Córdoba. Ciclo: Concurso Nacional de Arte Flamenco. Aforo: medio
Texto: Sara Arguijo
Repita. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Norte, Sur, Este, Oeste. Enero, febrero, marzo, abril. Sureste, noroeste. Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. Ma, me, mi, mo, mu. Mayo, junio, julio, agosto. Sevilla, Granada, Barcelona, Toledo. Y otra vez. Cabeza, codo, muñeca, rodilla… Piense en todo aquello que aprendió de memoria e insista. Los números, el abecedario, los meses del año, las ciudades, los puntos cardinales. Todo vale mientras no pare, eso nunca. No vaya a ser que el alivio le haga pensar y querer salir del bucle. Reclamar su libertad ante el tirano y salirse del redil para moverse por sí solo. Decidir, al fin y al cabo.
Sobre esta idea, que trata de reflexionar sobre aquello que se espera de nosotros, lo que se nos imponen y lo que nosotros nos autoexigimos, trabajan Rafael Estévez y Valeriano Paños en ‘El Sombrero’, el nuevo montaje que estos recientes Premio Nacional de la Danza han estrenado este viernes en el XXII Concurso de Arte Flamenco de Córdoba con un aforo ciertamente decepcionante.
En este caso, lo hacen construyendo un imaginario de lo que pudo ser el proceso creativo de ‘El sombrero de tres picos’, la mítica obra de Manuel de Falla que se estrenó hace ahora un siglo en el Teatro Alhambra de Londres y que supuso el encuentro del baile flamenco y las danzas españolas con la técnica clásica.
Así, con la profundidad y la pulcritud a las que nos tienen acostumbrados, los coreógrafos hurgan “en la historia del montaje y las circunstancias que lo rodearon”, así como en la intrahistoria conocida de sus personajes y “en la intuida” sumergiéndonos en una atmósfera tan apasionante como claustrofóbica en la que se superponen y contraponen las pasiones, los anhelos, las inseguridades y las tentaciones de sus tres protagonistas. Rafael Estévez en el papel del empresario ruso Sergei Diaghilev, Valeriano Paños en el del bailarín y coreógrafo Léonide Massine y Alberto Sellés como Félix Fernández García, el bailaor flamenco, conocido como Félix el Loco, cuya tormentosa vida sirve de hilo conductor a toda la historia.
En este sentido, hay que destacar, por un lado, la exquisita labor de investigación de Estévez y Paños que nos permite revivir desde lo formal y desde lo musical un momento clave en la historia de la danza, a través de un cuidadísimo repertorio de bailes, músicas y cantes (tangos de María Vargas ‘La Macarrona’, seguidilla del Mendigo ciego, chuflas inspiradas en Grabielita Clavijo ‘la del Garrotín’, alegrías de Juana Vargas ‘La Macarrano’, facrrucas de Francisco Mendoza ‘Faíco’, etcétera). Así como adentrarnos en el personaje de Félix en toda su complejidad, compartiendo con él sus obsesiones y sus miedos y escarbando en aquello que le llevó a la demencia.
‘El sombrero’, por tanto, es por encima de todo una obra teatral riquísima, llena de matices, que, con una escenografía neutra y recursos escénicos sencillos,consigue narrar y seducir. Pero no desde lo facilón ni desde lo emocional, sino desde lo sensitivo. Buscando más agobiar que doler.
De hecho, la iluminación, las escenas yuxtapuestas a modo de collage, el exceso de información, la ausencia de respiro, las transiciones encadenadas, las coreografías robóticas, la frialdad, la saturación, la repetición de elementos y de movimientos, los cuerpos que se entrelazan inevitablemente… Todo persigue generar esa angustia que se siente cuando no puedes escapar ni de ti mismo, cuando no te reconoces y te das cuenta que te has convertido en un muñeco en manos de otro.
El baile como una secuencia absurda que abandona su faceta de distensión, diversión y disfrute, para caer en el suplicio de la técnica y del compás. Ese metrónomo “como cruel Dios del tiempo y del orden” que acaba arrastrando a Félix a la locura, hasta llegar a andar y comer bajo su yugo. Hasta qué punto las pasiones pueden volverse obsesión y después condena. ¿No estamos todos de algún modo aprisionados por nuestras propias metas?
Más allá de la reflexión, o quizás porque te lleva a ella, este nuevo montaje es un espectáculo duro, denso y difícil de digerir. Sobre todo, en una primera parte desconcertante en la que cuesta entrar en la trama y donde suceden demasiadas cosas al mismo tiempo que impiden al espectador situarse. Igualmente, en la propia estructura, se perciben ideas y recursos demasiado repetitivos e innecesarios.
En cualquier caso, y aunque el montaje todavía tenga aún aspectos mejorables y partes más redundantes, Estévez y Paños han vuelto a mostrar el sello que los hace únicos dentro de la escena dancística actual y a resaltar su excelente papel como directores, tanto por sus originales coreografías como por lo que son capaces de sacar alcuadro de bailarines (impresionante) y al resto del elenco (la envolvente guitarra de Dani de Morón y la voz extrema de Vicente Gelo).
Por supuesto, mención aparte merece el enorme trabajo de un soberbio Alberto Sellés que aquí se consagra definitivamente como uno de los mejores bailaores de su generación. Transversal, polifacético, elegante, solvente y con una técnica tan sofisticada como natural, el gaditano muestra lo que ha crecido en los últimos años haciendo alarde de una sorprendente amplitud de recursos y dotes dramáticas y sin perder su personalidad. Un baile, austero, limpio y nada efectista, que transmite al mismo tiempo control y desmesura. Desde luego, es un placer ver cómo su cuerpo y sus movimientos caminan desde la pasión a la locura. Y cómo consigue que lo entendamos.
Fotos: Rafael Alcaide / CNAF