Rocío Molina ‘Vuelta a uno. Extracto de trilogía sobre la guitarra‘, con Yerai Cortés – Teatro Villamarta – 25 febrero 2022 – Festival de Jerez.
Que Rocío Molina es un ovni ya lo sabemos. Rocío Molina ha tenido a bien acercarse a la Tierra a bailar. Si tú, que lees, has podido observarla con detenimiento en alguna ocasión, ten por seguro que la vida te sonríe. La hemos visto elegir distintas formas de pasarse de la raya: con las temáticas de sus montajes, con su centro de gravedad, con el vestuario o la ausencia de él. La hemos visto tantas veces coger el mundo y metérselo en un bolsillo que Vuelta al uno. Extracto de trilogía sobre la guitarra, la tercera y última pata, sabe regulín. Tampoco importa mucho: primero, porque pudimos apreciar cómo se abren nuevas vías de exploración y, segundo, porque ni siquiera entramos a hablar de su baile. Es inalcanzable. Lo dijimos al principio: nivel ovni.
Ella misma reconoce que esta ofrenda a la guitarra podría ser infinita y es posible que esté viendo la luz al final del traste. Vuelta al uno está lejos de ser una pieza redonda (o cuadrada). También está lejos de la solvencia de sus antecesoras, no digamos de sus obras anteriores. Pero Rocío está al servicio de su pálpito creador y, te guste o no, si no se divierte, no es su revolución y lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Aun así, la obra gustó porque las genialidades de la malagueña no dejan de sorprendernos y se marcó dos partes, la inicial y la final, haciendo gala de una vis cómica y socarrona que ojalá sea el inicio de una nueva era donde reinen los chicles azules. Esa incursión en la cuasi dramaturgia le sienta muy bien a Molina, en un pacto con su niña interior que nos dio lo mejor de la noche.
Ataviada con un conjunto de beata -que ha ideado, claro, Julia Valencia- masca chiclea azul que le tiñe la lengua y hace pompas con él que estallan sin disimulo. Dialoga consigo misma mientras danza, con un tono de voz que usa para pensar en voz alta como lo haría ella misma a los diez años. Como mucho mete la mano derecha para que la izquierda no se te vaya. Sin venirse arriba. No metas el tacón. Puñito, puñito, estremecimiento. Se va al micro a comerse un par de bolsitas de petazeta, su baile fluye y fluye, pero los parones son continuos y no vemos desarrollo de las ideas (igual no es necesario buscarlas, me digo). Se sube a revolcarse a unos bancales. Hace la croqueta, se despatarra. Sigue comiendo. No tiene hartura. Yerai Cortés, único acompañante de Molina durante toda la noche, consigue seguirla incluso en ese momento central de impass en que se dispersa y se ensimisma, y desde la butaca sentimos que perdimos el hilo de la golosina. ¿Sobredosis de azúcar?
Decía Rocío en rueda de prensa que es una puesta en escena que no se deja ensayar y que realmente apareció en los últimos días de sus encuentros. Hace mucho que dejamos de esperar de ella propuestas con estructura clara, y no la echamos de menos en sí, pero algo faltó la noche del viernes que desconectó la risa con el baile con el chicle con los abanicos, con la pedalera y la distorsión en dos notas de Yerai. No estaría de más revisitar esa Vuelta al Uno, porque viniendo de quien viene, nunca será igual.