XIII Festival de Jerez. Sara Salado, Eva Rubichi – Tomatito – Concha Vargas

Resumen: XIII Festival de Jerez. Sara Salado, Eva Rubichi – Tomatito – Concha Vargas

XIII FESTIVAL DE JEREZ 2009
Sara Salado, Eva Rubichi
Tomatito
Concha Vargas

Lunes, 9 de marzo, 2009. Jerez de la Frontera


Especial XIII Festival de Jerez 2009 – Reseñas / Previos / Noticias / Fotos

Fotos: Ana Palma

Sara Salado, Eva Rubichi
Palacio de Villavicencio, 1900h

Texto: Manuel Moraga

1ª parte: Cante: Sara Salado. Guitarra: Alberto San Miguel
2ª parte: Eva Rubichi. Guitarra: Domingo Rubichi.

Dos jerezanas con distinto concepto del cante, aunque su cante sea jerezano. Sara Salado demostró tener riqueza de registros. Cantó por levante como se espera que se cante en el oriente flamenco, y cantó por Jerez como se espera que se cante en Jerez. Tiene una voz potente pero bonita, flamenca, aterciopelada y bien modulada. A veces abusa de los graves y tendría más dramatismo si se rompiera en algún momento, porque a ella le gusta ese tremendismo jerezano. Terremoteó en la soleá por bulerías y se buscó por la Paquera en las bulerías. Esos terrenos le pegan. La pena es que tenía poco tiempo y tuvo que condensar sus recursos. Habrá que verla en formatos más largos, porque es  artista y hay madera de cantaora.

Si existen los genes flamencos, Eva Rubichi debe tener unos cuantos por ahí, porque escarbando en esa familia podría llegarse seguramente a las raíces mismas de este arte. No es que eso –en general- sea una garantía de nada, pero en el caso de Eva sí que se dejó notar. Nada más empezar por la malagueña de preparación del Mellizo ya recogió los primeros óles ¿por qué? Porque la emoción sale en ella sin forzarla. Eva Rubichi no tiene una voz portentosa, ni falta que le hace. Cantó con sosiego, con poso, dando sitio a la emotividad y olvidándose de la exigencia de complejidades que parece ser la norma habitual en el cante de los últimos tiempos. Cantó todo con mucho gusto, desde el fandango de Lucena o el verdial a las bulerías finales caracoleras, pasando por el soleá por bulerías y las seguiriyas. El trabajo de Domingo Rubichi, exquisito. Buen flamenco ayer en el palacio de Villavicencio.

Tomatito
Bodega Los Apóstoles, 2100h

Guitarra: Tomatito. 2ª Guitarra: Cristóbal Santiago. Cante: Morenito de Íllora, Simon Román. Violín: Bernardo Parrilla. Palmas y baile: José Maya. Cajón: Lucky Losada.

Texto: Manuel Moraga

José Fernández Torres, “Tomatito”, es un fenómeno de la naturaleza y lo volvió a demostrar en la Bodega Los Apóstoles. Creo que ha sido uno de los mejores conciertos que le hemos visto. En otras ocasiones –quizá demasiado rodeado de instrumentos- no le hemos apreciado tan cálido, tan cercano y tan suelto como anoche. De entrada comenzó por alegrías, lo que le ayudó a ir soltando la mano con cierta confianza. En varias ocasiones le hemos visto arrancar con la taranta, en solitario, donde el más mínimo fallo técnico adquiere demasiado protagonismo y juega en contra del artista a la hora de mandar en el escenario. Con la alegría, arropado por sus músicos, Tomatito se creció enseguida y dejó patentes sus características: una guitarra viva, jubilosa, potente…

Después vino ya la taranta tomatera, mezcla de nervio y sensibilidad que, incluso siendo un estilo trágico, nos revela en sus manos la alegría vital del intérprete, su esperanza, su fe en la vida… Curiosamente, su taranta no invita a la derrota, sino al optimismo sereno. Verdaderamente, la taranta es uno de sus palos … Aunque bien mirado ¿qué palos no son de Tomatito? ¿Acaso no lo es la bulería? ¿o los tangos? ¿o la soleá? Lo que ocurre es que Tomatito tiene un modo tan personal que todo lo que hace le suena a él, es decir, que hay un sello tomatero en su mente, en su corazón y en sus manos.

 Anoche recordó algunos pasajes de su obra… Y ahí fue saliendo esa gitanería, esa picardía, sus contratiempos, su pulgar, sus rasgueos, sus intenciones… Uno no se puede quedar sentado impasible escuchando esa guitarra. El pellizco te ataca una y otra vez. Más flamenco no lo hay. Y además, se le entiende a la primera: no son pocos los guitarristas que basan sus propuestas en sesudas construcciones y en complejas tonalidades que te mantienen en vilo más que nada para no perder el hilo del mensaje. El  resultado puede ser bello, pero en muchos casos ausente de flamencura. En el caso de Tomatito, la tensión llega sola: se trata solo de dejarse llevar por esa guitarra seca. Seca en el sentido del vino “seco” de Jerez, es decir, nada empalagosa, directa, llena de aroma, de expresión, de ritmo, de desplantes, de intuiciones… de flamenco.  

Hay que destacar también a Morenito de Íllora –una alegría escucharle de nuevo-, a Bernardo Parrilla –el violín más flamenco del mundo- y a un gran José Maya, madrileño de nacimiento y de escuela, cuyo baile conecta perfectamente con la guitarra de Tomatito. Sabe pararse, sabe bailarse, sabe emocionar, sabe sacar partido flamenco a su cuerpo –esos brazos, esas manos- y sabe crear su estilo. Como en la mayoría de los nuevos valores del baile madrileño, los pies hacen diabluras. Eso, a mi entender,  no es que aporte mucho a la emoción, es decir, no es lo sustancial, pero a la gente le gusta y lo aplaude. De modo que un aplauso también para Bernardo, Morenito y para José Maya.

Concha Vargas
Sala la Compañía, 2400h

Baile: Concha Vargas. Cante: Rubio de Pruna, Manuel Tañé, María Peña, Carmen Vargas. Guitarra: Paco Fernández, Curro Vargas.

Texto: Estela Zatania

Fue como despertar de un sueño. Después de 12 días, más de treinta espectáculos de los más variados, con mejor o peor música, guión, iluminación, coreografía, dirección o ejecución, todos muy pulidos y réquete ensayados, llegas a la Sala la Compañía la noche del martes, y hay largos baches de confusa oscuridad entre número y número, se escuchan voces ajenas a través de algún micrófono, hay problemas muy graves con el vestuario…  De repente estás en casa con los amigos y algunos están cantando, bailando y tocando la guitarra.

La fuerza invisible que separa el público de los intérpretes se había roto, y después del choque inicial, la comunicación que resultó de la inesperada intimidad, fue una dimensión añadida que hemos sentido todos, a juzgar por la reacción general.

Concha Vargas, veterana bailaora lebrijana, no tiene interés en los detalles asociados de una presentación teatral.  De hecho, en la rueda de prensa destacó que no tenía idea cómo iba a salir la cosa, porque no planifica nada.  Por un lado, tienes que quitarte el sombrero ante las figuras que han desfilado por el festival hasta ahora, que pudieron realizar sus complicadas obras sin ninguna pega obvia…¿pero no es cierta falta de valor también cuando todo se predispone con tanta precisión, y no hay lugar para la inspiración y el calor del momento?

Concha se presentó dispuesta a entregarse del todo, y en la soleá con la que abrió, ya se metió en el carril de lo imprevisible.  Algunos momentos crudos son compensados por otros excelentes.  Si las figuras actuales no se arriesgan ni una pestaña, esta mujer arriesga todo y más – las formas del flamenco permiten este tipo de abandono, pero no todos los artistas tienen valor ni conocimientos suficientes para dejarse al descubierto de esta manera.

El espléndido guitarrista Paco Fernández, sobrino de la bailaora, tocó y cantó una pieza curiosa, y hablaba con el público dando más sensación de estar en la salita de estar de la familia. 

El equipo cantaor, variado y de calidad: la dulzura hiriente de María Peña, el eco ancestral del Rubio de Pruna, la voz rota de Manuel Tañé y la inocente sabiduría de Carmen Vargas.

Alegrías con muchos detalles originales en el cante del Rubio, el insistente compás pelado de Lebrija, y todo terminó con el saludo emotivo de Concha, llorando y disculpándose a la vez por los defectos habidos, el público en pie, entregado y embelesado porque al final se habían asomado los duendes, y el Festival de Jerez les había permitido ver otra faceta más íntima del arte que tanto aman.

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