XIII Bienal de Flamenco de Sevilla. 'Celestina' Cía Flamenca Carmen Cortés

Celestina: Carmen Cortés. Areúsa: Trinidad Artíguez. Melibea: Esther Esteban. Calixto: Isaac de los Reyes. Pármeno: Niño de los Reyes. Sempronio: Jesús Carmona. Música: Gerardo Núñez y Manuel Alonso. Coreografía: Carmen Cortés.

Dos estrellas del mundo flamenco, Carmen Cortés en baile y Gerardo Núñez en guitarra, son los mayores responsables de “Celestina”, una historia de amores, enfrentamientos y traiciones basada en el clásico de 1499 atribuido a Fernando de Rojas y estrenada en el último Festival de Jerez.

Teniendo en cuenta el alto nivel artístico y profesional de Carmen y Gerardo es difícil, casi doloroso tener que citar los múltiples fracasos de este trabajo que no se han saneado desde su estreno. La música pregrabada de Gerardo es un desfile de frases hermosas que huyen de las formas del flamenco excepto en momentos puntuales. Carmen, una de las mejores bailaoras del panorama actual, opta por el baile contemporáneo, contracciones a lo Martha Graham y gestos del cine mudo cuando hubiera podido formar un taco de categoría con bailar por soleá u otro baile flamenco. Pero no…eso no es posible en esta obra porque la voz humana ha sido desterrada, nada de cante gracias, somos modernos.

Tampoco funciona como teatro. La historia se presenta como una maraña de argumentos confusos – el programa cita veinte movimientos nada menos – incluso para los que conocemos la obra clásica, los trozos de texto que lee Carmen no se dejan entender, el ambiente tétrico y hermético no se alivia en ningún momento y la escasa iluminación completa la proyección deprimente y existencial. No obstante hay la sensación de que todo está a punto de convertirse en flamenco en cualquier momento si sólo se hubiera permitido el quejío de una voz flamenca.

Un mundo dantesco…ambiente tétrico y hermético…la abstracción del peligro

El empleo de amplios trozos de tela, tanto en el vestuario como en el decorado, es un detalle que embellece el misterio de la obra sin cargarlo superficialmente. En una escena se baila dentro de una especie de ducha portátil sin agua con el sugerente fluir de los tejidos translúcidos que sirven de fantasiosas parejas de baile. La voluminosa capa color borgoña que emplea Carmen para simbolizar un mundo dantesco casi tiene vida propia y sus amplias faldas rezuman la abstracción del peligro.

Un brevísimo baile por bulerías – no dura más de unos treinta segundos – entre Carmen y un bailaor es como un rayo de sol entre las tinieblas y provoca aplausos al instante, pero pronto somos devueltos a la laberíntica e impenetrable historia.

Al final los aplausos educados pero desganados del escaso público parecían secundar algunas dudas que pedían respuesta camino de la cafetería del Teatro Central para ahuyentar el sabor depresivo a golpe de cañitas y conversación con los amigos: ¿Algún día pasará esta poco afortunada moda de representar obras rebuscadas decoradas con apuntes cuasi flamencos? ¿Recuperaremos las grandes figuras del flamenco para el flamenco? ¿Perderá relevancia el cante en el flamenco de teatro?

 

 


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