Manuel Liñán, el heavy, los correajes y las ataduras

Manuel Liñán - Pie de Hierro en Suma Flamenca - foto: Pablo Lorente

Manuel Liñán - Pie de Hierro en Suma Flamenca - foto: Pablo Lorente

El bailaor ofrece una inquietante y seductora antología del baile en “Pie de Hierro”

Aún deslumbrados por el espectacular colorido de ¡Viva!, una obra tan coral como “West side story”, hay expectación en el estreno. El bailaor y coreógrafo nos ofrece más de sí mismo y lo describe como un duelo: “Donde no hubo palabras, habrá baile. Donde no hubo baile habrá palabras. Donde no hubo fe habrá silencio. Donde no hubo silencio habrá pie de hierro”.

La primera escena te vuelve loco. Liñán ataviado con correajes cuero negro (aire “mad max”) golpea con violencia una pantalla blanca como si fuera un teatrillo sobre los que se proyectaban las primeras películas. No, no es eso. Sobre esa pared, encima, canta David Carpio como un títere sacado de un recuerdo infantil. Abajo suena un grupo de rock con una lacerante guitarra heavy. A su lado acompañan al compás Ana Romero y Tacha González, una lleva peineta, la otra no. Manuel baila contra la pared con la rabia del protagonista de “La naranja mecánica”.

¿Es flamenco? ¿Es rock? ¿Importa? Ya saben que el baile flamenco contemporáneo está desbordando todas las referencias formales y estéticas en un juego en el que la libertad parece que sale ganando frente a la tradición. Otro duelo. Manuel se despoja del atuendo a la vista de todos, luego abandonan la escena y se quedan los dos guitarristas, uno heavy, el otro flamenco. Lo mejor del contraste es que sus sombras están cruzadas. El heavy tiene sobre sus espaldas la sombra del flamenco y el flamenco proyecta una sombra rockera. La analogía es tan poderosa que nos hace recordar un duelo de Raimundo Amador tocando la eléctrica como un flamenco frente a José Soto Sorderita tocando la guitarra de palo como un rockero en un local de la calle Atocha o cuando John Mclaughlin y Paco de Lucía dejaron de correr el uno contra el otro para acompañarse mutuamente. Liñán ha reconstruido el sueño de Smash, Veneno y Pata Negra y nos entrega la imagen en blanco y negro.

La puesta en escena es tan sencilla como elocuente. David Carpio canta frente a Manuel Liñán, se retan acompasando el gesto, se encuentran en una coreografía de movimientos tan sutiles como significativos. Carpio canta flamenco y Manuel baila como nunca antes lo habíamos visto, baila en mallas, con falda o en calzoncillos. Baila de tacón y baila de cintura para arriba. Los que veían/temían que la primera escena fuera el arranque de una secuela del “Omega” son embargados por un torrente de bailes donde Manuel Liñan es fiel a la tradición y a la libertad, creo que es en las alegrías donde convierte su chaqueta en mantón de lentejuelas en un baile de antología que ya guardamos en la memoria junto al de Fred Astaire con el perchero o el de Blanca del Rey con el mantón.

La sensación de libertad se acrecenta cuando Manuel baila con los jaleos y el compás de Ana Romero y Tacha González que reinventan la manera de acompañar e interpretan otra coreografía de lujo, la de los sombreros cuya carga simbólica no soy capaz de desentrañar más allá de una estética, de nuevo, cinematográfica. Así que pasamos de la ensoñación de un duelo tipo Sergio Leone a la comedia “made in” Blake Edwards (“Víctor o Victoria”). Liñan que es consciente del peso trascendente de la narración, sabe que el humor nos sienta bien.

David Carpio cumple sobradamente con la tarea de conducir el cante durante toda la obra y, también, de mantenerse en escena como oponente y referencia de Liñán. Víctor Guadiana deja de lado la guitarra eléctrica para tomar el violín, mientras Juan Campallo asume el toque con la precisión requerida en el aparentemente sencillo juego teatral. Al final aparece la escena que ilustra el cartel de “pie de hierro”. Ana y Tacha anudan el cuerpo de Liñan con una cuerda según la tradición japonesa del “shibari” hoy incluido entre las técnicas eróticas del “bondage” y que inicialmente era practicado por los samurais como una forma de tortura o para inmovilizar a los prisioneros. Ahí se me escapa el mensaje, lo evidente es la belleza liberadora de la propuesta que refrendó el público en su conjunto puesto en pie con una ovación larga y tendida.

SUMA FLAMENCA. Teatro del canal. Madrid. Manuel Liñán, dirección, coreografía y baile. Ana Romero y Tacha González, palmas. David Carpio, cante. Juan Campallo, guitarra. Víctor Guadiana, violín y guitarra eléctrica
Jorge Santana, batería. Víctor Guadiana y Juan Campallo, música. David Carpio, colaboración y asesoramiento musical. Alberto Velasco, asesor de escena. Álvaro Estrada A.A.I., diseño de iluminación. Ángel Olalla, diseño de sonido. Ana Carrasco, producción ejecutiva y management.

Video por David González

 
 

Fotos por Pablo Lorente

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