Una indignación, un cabreo y viceversa

Andrés Marín - Quixote

Andrés Marín - Quixote

Andrés Marín – «Quixote» – Teatro de la Maestranza de Sevilla

 

Sara Arguijo

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Especial – La Bienal de Flamenco – toda la información

Querida afición:

Antes de nada, les confieso que estaba previsto que estas líneas versasen únicamente sobre D. Quixote, la esperada propuesta de Andrés Marín que llegó este domingo a Sevilla en un Teatro Maestranza de nuevo casi vacío. Pero tras estos diez intensos días de Bienal se me acumulan ciertas cuestiones que preciso compartir con ustedes. Supongo que ésta es otra de las funciones del arte, la de interrogarte y obligarte a reflexionar. Así que espero sepan disculpar la licencia. Estoy segura, no obstante, que encontrarán por ahí interesantes crónicas que alaben la genialidad del artista y otras que critiquen su falta de jondura.

El caso es que la obra, cuya imagen con el bailaor vestido con guantes de boxeo y casco de hidalgo fue elegida para ilustrar la temporada del Teatro Chaillot de París donde se estrenó, se presenta como una superproducción que revisa el personaje cervantino desde una óptica urbana y contemporánea. En este prisma, el sevillano dibuja metáforas sobre la capacidad o no de los sueños para transformar el mundo, los convencionalismos imperantes, la alienación en que vivimos, la función del arte o la lucha del hombre por encontrarse a sí mismo. Usando para ello un despliegue de recursos escénicos que van desde enormes pantallas (con textos proyectados y alguna imperdonable falta de ortografía), a una pista de skate, luces de neón o el monopatín eléctrico.

Y aquí mi primera pregunta: ¿y el baile pa cuándo? Porque, dejando un lado el soberbio trabajo musical que llevan a cabo el percusionista Daniel Suárez, el chelista Sancho Almendral, la tiorba y guitarra eléctrica de Jorge Rubiales y el cante de Rosario La Tremendita -verdadero hilo conductor de la propuesta-, lo que propone Marín son escenas, piezas experimentales en la que se baila poco o nada.  Es decir, por supuesto que encontramos interesantísimas ideas (la cámara dentro de la tienda de campaña, por ejemplo) e imágenes que reflejan el fértil universo creativo del artista (su transformación en un toro embolado, las coreografías a tres con Patricia Guerrero y Abel Arana, los números cómicos…) Pero las ocurrencias de este ingenioso hidalgo y el planteamiento técnico acaba fagocitando su baile, constantemente entrecortado, llegando el conjunto a resultar monótono, aburrido y carente de emoción.

Claro que a la salida sólo escuchaba alabanzas por parte de los aficionados europeos y entonces -ya al margen de Andrés Marín– me pregunté lo siguiente: ¿está imponiéndose un flamenco de zona euro? Sinceramente, me da la sensación, y en esta Bienal más que nunca, que los artistas piensan los espectáculos para que tengan cabida en los circuitos europeos, cuyos gustos y exigencias son otras (esto explicaría también el cada vez menos interés por el cante y la obsesión por lo teatral). Evidentemente, imagino, porque les ofrecen mejores condiciones que aquí, algo que me duele sobremanera. Sobre todo porque si la creación flamenca se pone al servicio únicamente de públicos que reclaman otras tendencias, ¿no estaremos perdiendo parte de su carácter y su contexto? Eso que, por otro lado, es lo que les atrajo a lo jondo. No sé, bueno, vale, Sevilla no es París… pero desgraciada y también afortunadamente.

En fin, que con esto en mi cabeza me dejo convencer para ir a ver a María Terremoto y empiezo a sufrir con un sonido atronador e insoportable que directamente me lastima el tímpano. Me parece indignante que se tenga que oír reiteradamente desde el patio de butacas al público pedir que se baje el volumen. La joven cantaora se deslució así en la presentación de su primer disco, con un reverb que no dejó disfrutar del verdadero sonido de su eco (ya de por sí impetuoso) y con una propuesta donde se decantó más por los temas -de estribillos, coros y un excesivo acompañamiento (cuatro palmeros, cajón y dos guitarras)- que por la profundidad de su cante.

En definitiva una noche de indignación, cabreo y viceversa. Lo del timo que nos ha vendido la Bienal con la reforma del Teatro Alameda en Café Cantante se lo cuento en la próxima misiva.

Atentamente.

 


Fotografías – Oscar Romero – La Bienal

 

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