“¡Los guitarristas están todos LOCOOOS!”, exclamaba con tono teatral el admirado flamencólogo José Luis Ortiz Nuevo durante la presentación de Alzapúa III, el espectáculo de producción propia de Flamenco On Fire que abría este miércoles la programación de Grandes Conciertos del Auditorio Baluarte tras la exitosa inauguración el día anterior con Yerai Cortés en un abarrotado Teatro Gayarre.
Cerrando una suerte de trilogía de la guitarra flamenca, que iniciaron en 2023 los jóvenes guitarristas Alejandro Hurtado, David de Arahal, José del Tomate y Víctor Franco y continuaron el pasado año las sonantas maduras de Josemi Carmona, Diego del Morao, Rycardo Moreno y Dani de Morón, les tocaba el turno ahora a los “que tienen en sus manos y en su inteligencia y en su bagaje la guitarra que viene del siglo XIX e incluso del XVIII”, explicaba el entusiasta escritor e investigador, galardonado en esta edición de la cita navarra junto a José Manuel Gamboa e Isamay Benavente.
No hay duda de que Manolo Franco, Gerardo Núñez, Rafael Riqueni y José Antonio Rodríguez son eslabones fundamentales para explicar la evolución de la guitarra jonda en el último siglo, una generación puente que ha servido -sirve y servirá- de escuela a los músicos que se van sumando al dislate de tocar un instrumento tan esclavo y desagradecido como inagotable. No sólo porque todos atesoran composiciones personales que forman parte del repertorio imprescindible del flamenco contemporáneo sino porque invitan a explorar los diversos territorios, estéticas y colores que ofrece la bajañí.
Gracias a estos cuatro majaretas hemos descubierto que, además de un cuerpo, un mástil y seis cuerdas, una sonanta es una fascinante y sorprendente compañera que nos permite recorrer cualquier viaje. Así, el público, que apenas cubría medio aforo de este inmenso patio de butacas, aplaudió igual el clasicismo y la robustez del toque de Manolo Franco que la vigorosidad del enérgico José Antonio Rodríguez, la fragilidad y sensibilidad de Riqueni o la serenidad, elegancia y maestría de Gerardo Núñez.
Ocurre, sin embargo, que la emoción en el flamenco requiere concentración, complicidad y fluidez. Y alcanzar este estado es incompatible con una puesta en escena deslavazada en la que no se entendía ni la disposición de los artistas sobre las tablas ni las continuas intersecciones ni los problemas de sonido ni la nefasta iluminación que, lejos de sumar, nos alejaba completamente de lo que proponía la música. Como sucedió con los molestísimos focos de las intervenciones de un Antonio Canales disperso y poco inspirado y una Montse Cortés incómoda a la que apenas pudimos oír bien ni disfrutar.
Hay que alabar, no obstante, la arriesgada y difícil apuesta por la guitarra de concierto del On Fire, más aún cuando tiene al maestro pamplonés Agustín Castellón Campos ‘Sabicas’ como impulso y faro y a Pepe Habichuela, invitado estelar que cerró la noche, como embajador. Pero será que, siguiendo las palabras de Ortiz Nuevo, el flamenco es siempre “un desafío, una lucha, una dialéctica”, en la que no basta el talento ni la intención y, en este sentido, al proyecto de Alzapúa le ha faltado una mirada externa que nos permitiera cabalgar de la intimidad de Riqueni y Manolo Franco en el Amarguas a la euforia de Gerardo y Rodríguez sin distracciones. En fin, la locura del flamenco.
Vídeos & fotografías: @Manjavacas.flamenco
nbsp;Ya en el Hotel Tres Reyes se celebró el tablao nocturno con Duquende como protagonista acompañado a la guitarra de Julio Romero, os dejamos un vídeo y algunas fotografías
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