Aitana Rousseau: cuando la vida falla, nos queda el baile

Aitana Rousseau - Anatomía del limite - Miradas Flamenkas

Aitana Rousseau - Anatomía del limite - Miradas Flamenkas

La bailaora estrena en Madrid ‘Anatomía del límite’, un espectáculo que reivindica el derecho a detenerse

Hay noches en las que el flamenco deja de ser espectáculo para convertirse en confesión. Existe un flamenco que no busca impresionar sino comunicar, que no pretende deslumbrar sino conectar. Ese fue el que Aitana Rousseau (Almería, 2000) llevó al Centro Cultural Pilar Miró, en el marco del festival Miradas Flamenkas este domingo. ‘Anatomía del límite’ comenzó como un susurro y terminó como un vendaval, transcurriendo como una conversación urgente entre el escenario y la platea, un diálogo de vulnerabilidades donde cada desplante fue respondido con aplausos que reconocían lo humano en lo artístico.

Este primer espectáculo en solitario de la joven bailaora almeriense nace de un lugar incómodo, de esos que solo se pueden habitar desde la honestidad. Rousseau lo concibió en una época de fragilidad interior, y lo ha construido desde el respeto al canon, aunque lo habita desde su propia geografía interior. Estructurado en cinco escenas que van de la entrada libre al rock y la ruptura, pasando por un intermedio de cante, bulerías, tanguillos y soleá, el montaje de quien fuera solista del Ballet Flamenco de Andalucía bajo la dirección de Úrsula López, y bailarina del cuerpo de baile y primera bailarina del Ballet Nacional de España bajo la dirección de Rubén Olmo, propone un recorrido emocional donde la ortodoxia flamenca se encuentra con la exploración sonora contemporánea, donde la tradición dialoga con la urgencia de decir lo que duele y lo que libera.

La propuesta musical resulta extraordinaria. José Manuel Posada ‘Popo’ se erige como arquitecto de atmósferas, creador de intensidades que van del murmullo al trueno, especialmente en las secciones más eléctricas donde su bajo dibuja paisajes sonoros de una densidad magnética. A su lado, Óscar Lago demuestra por qué merece mayor reconocimiento del que tiene en la actualidad: su guitarra es fresca, diferente, poblada de armónicos que se aventuran por territorios poco transitados. Su toque posee una capacidad expresiva singular, una originalidad en la composición y en la forma de articular los palos que convierte cada falseta en un descubrimiento. Completando este triángulo de oro, Kiko Peña despliega una versatilidad asombrosa: cante hondo y luminoso, percusión certera, guitarra en los tanguillos, siempre arropando a la bailaora con la temperatura justa que cada momento requería.

Aitana Rousseau, a quien es habitual ver en las propuestas de Jesús Carmona, David Coria o Úrsula López, baila aquí con fluidez y con la firmeza de quien conoce el peso exacto de cada gesto. Su propuesta es densa, pausada, cargada de intención en el braceo y la gestualidad. El espectáculo arranca con ella vestida de negro y bajos rojos, un traje tradicional de volantes para una entrada que pone toda la atención en un braceo sinuoso, ondulante, que prepara el territorio de lo que está por venir. Sale y regresa transformada en rojo, envuelta en gasa y vuelo que le otorga alas para atajar las bulerías con una mezcla de técnica y abandono. El tercer y último cambio la devuelve a escena con bata de cola negra para entregarse a una soleá lenta, saboreada, donde cada compás se mastica como quien no quiere llegar nunca al final.

‘Anatomía del límite’ es también una excavación. Hay un momento en el espectáculo donde Rousseau se detiene, se aparta, y permite que entre la palabra. Con solo un marco frente al rostro y sobre la progresión melódica del bajo de Popo, se proyecta un texto -firmado por su hermana Candela Rousseau, responsable de la dramaturgia y dirección escénica- que funciona como llamada de auxilio, como grito contenido sobre la fragilidad de los tiempos que vivimos, sobre expectativas rotas y búsquedas incesantes. Es un oasis de introspección que abre una ventana para tomar aire, para parar en medio del vértigo.

“Hoy sólo hay bailarinas cansadas que hacen espectáculos de bailarinas cansadas”, dice Rocío Molina en su recién estrenado ‘Calentamiento’. Esas palabras resuenan viendo bailar a Rousseau, leyendo su lamento y viéndola romperse en su queja de los tiempos acelerados. “Necesito parar”, se lee en la pantalla.

Los tanguillos llegan después como un alivio necesario, un dueto tierno y vibrante con Kiko Peña que contrasta con la intensidad anterior. Aquí el baile se vuelve más doméstico, más cercano, con ese sabor popular que recuerda que el flamenco también es celebración y encuentro. El zapateado tecnicista cede paso a la curva sinuosa y sabrosísima de un diálogo que recuerda a aquellos números entre la comicidad y el desparpajo de grandes parejas como Valderrama y Abril.

Y entonces llega el final: voraz, feroz, liberador. Un estallido a ritmo de rock y metal, con truenos de luces rojas y una explosión que funciona como catarsis colectiva. Es la ruptura anunciada desde el título, el momento en que Rousseau se abandona y suelta toda su furia con el mundo, con los tiempos que corren, con la exigencia de estar siempre disponible. Los aplausos continuos del público lo celebran, y agradecen ese atrevimiento de mostrarse entera, herida y hermosa a la vez.

Fotografías @Manjavacas.flamenco

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