MARIO MAYA. LA HISTORIA DE UN SUEÑO INACABADO

Resumen: MARIO MAYA. LA HISTORIA DE UN SUEÑO INACABADO

MARIO MAYA.

HISTORIA DE UN SUEÑO INACABADO.

 

Por Manuel Moraga

Incluso despierto, soñaba con bailar… Con cinco años le compró a un trapero un par de botas viejas y rotas. Le costaron dos pesetas. Con ellas dio sus primeros pasos hacia lo más alto de la danza flamenca . Se quitó los mocos zapateando en las zambras del Sacromonte, hasta que la pintora inglesa Josette Jones le retrató en un cuadro y, con el premio que ganó gracias a esa obra, pagó a Mario sus estudios en Madrid, donde -aún con  espinillas en la cara- doña Pilar López le enseñó el camino. Con mejores botas que las que compró al trapero, pero calzando el mismo sueño, cruzó el charco para moldearse intelectualmente en Nueva York. Muy viajado, muy leído y muy inquieto, se ha empeñado en realizar su trabajo siguiendo el lema que su maestra supo grabarle en el alma: trabajar con estética y con ética.

La fama y la gloria

Mario Maya fue al mismo tiempo tradicional y contemporáneo, fiel al flamenco pero ecléctico en su modo de contar historias… Perfeccionista, detallista, trabajador incansable y, sobre todo, enemigo de lo banal. Jamás hubiera cambiado una vitrina por un escaparate… No le interesó lo fugaz… En una sociedad que adora el plástico, Mario Maya buscó la permanencia. “la fama no es sino la gloria en calderilla”, dice el maestro acordándose de Víctor Hugo. El escaparate cambia con las estaciones; la vitrina expone lo que ha de perdurar. Por eso sus obras buscaron siempre un hueco en el acervo cultural de cada momento histórico: un lugar desde el que trascender en el tiempo. Ese lugar es la gloria.

El contador de historias

Y no sólo ha dejado obras. También ha sido moldeador de talentos, como Eva Yerbabuena, Alejandro Granados, Rafaela Carrasco, Israel Galván o su propia hija Belén, entre tantos otros… ¿El secreto? “Años – solía decir- lo que tengo son muchos años”… Y mucha modestia, añado yo, porque no sólo de experiencia se nutrió un maestro: también hubo método. En sus sueños no cabía la inspiración del momento: su militancia fue la disciplina y el rigor diario. La mejor improvisación es la que está pensada. Y con esa reflexión permanente nos ha enseñado que el flamenco también puede narrar… Su instrumento fue la dramaturgia, así como la  coherencia entre la idea y forma. Mario Maya supo trabajar en horizontal y en vertical: organizando las acciones  sin perder de vista la perspectiva. Desgranaba los recursos –dramáticos y expresivos- distribuyéndolos con inteligencia: todo trabaja a favor de la idea, que es la que debe permanecer en la memoria del espectador: la que debe trascender.  Por eso Mario Maya ha sido siempre un maestro contador de historias.

Libertad y compromiso

Su personalidad libre y crítica, así como su no alineación con las estructuras políticas dominantes en cada momento –y sobre todo en su Granada- le ocasionaron alguna antipatía entre los mandamases. Esa independencia ideológica le ha costado una cierta e injusta merma en la proyección y el reconocimiento público fuera del ámbito del flamenco y la danza. Pero a pesar de todo, Mario Maya nunca dejó de ser comprometido: con el arte, con la cultura, con su etnia, con el progresismo, con sus amigos y con su familia.

También su refinamiento, su exquisitez, su sensibilidad, su capacidad intelectual fue en ocasiones poco o mal entendida entre algunos compañeros de profesión, que tomaban por cursilería lo que era educación. Esa necedad convirtió a Mario Maya en blanco de alguna malsana envidia que él –limpio de maldad-  nunca quiso apuntar en el capítulo del “debe”. A fin de cuentas, la envidia está reñida con la inteligencia: inteligencia que, por el contrario, sí apuntaba en el capítulo del “haber”. El tiempo pone a cada uno en su sitio y Mario Maya ya tenía el suyo desde hace décadas.

Stravinsky y la Fernanda
 
Premio Nacional de Danza, Medalla de Andalucía, Galardón Calle de Alcalá, Giraldillo del Baile y Giraldillo a la Mejor Dirección Escénica, etc., etc. El mundo de la danza flamenca supo ver y reconocer el arte de un Mario Maya que se definía como “radicalmente contemporáneo, siempre con un ojo en la tradición”. Y efectivamente, Mario se sentía con la obligación de conocer y de vivir el flamenco y la música hasta sus últimas consecuencias. Hablamos de un artista que lo mismo escuchaba a Britten o Stravinsky que se presentaba con Ansonini, Manuel de Paula y otros en la puerta de Fernanda de Utrera a las cuatro de la mañana para pedirle un buchito de aguardiente… y un cante.


Manuel Moraga con Mario Maya

Creador completo

Mario Maya fue probablemente el más grande de su generación, el más polifacético, el más completo, el más arriesgado y el más comprometido con el arte. Fue bailarín/bailaor, coreógrafo, director de escena, participaba intensamente en la iluminación, en el vestuario, en la escenografía, componía su propia música… Todo el proceso de creación de cada una de sus obras ha estado  impregnado de su personalidad y de su talento. Mario Maya fue un autor en 360 º cuya maquinaria creativa no cesaba nunca: “soy un ratoncillo”, solía decir cuando guardaba algún recorte o algún documento que él preveía útil para su trabajo o su espíritu.

El cajón de los proyectos

El trabajo fue su única fe, porque hasta en sueños trabajaba. Pasaba las horas metido en su despacho, entre ordenadores, libros y equipos de música… La música: siempre la música. Y el trabajo: siempre el trabajo. Creo que hasta decidió marcharse en sábado para que nadie dejara de trabajar por su culpa… Y en el cajón de sus proyectos ha dejado, entre otros, el “Centro Flamenco de Estudios Escénicos Mario Maya” (en Carmona),  su guión para la película  “Dialogo del Amargo”, su ya avanzada obra “Las Bacantes”  y su siempre anhelado “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”.  Esperamos y deseamos que ese cajón de los sueños no se convierta nunca en el de los recuerdos.

Los cuatro puntalitos…

Pero todo el edificio profesional y humano del artista y de la persona no hubiera podido sostenerse sin los cimientos emocionales que le proporcionaron en su vida -y en su muerte- los que de verdad han sido su gente: su mujer Mariana Ovalle (su “Marianita”) y sus hijos Ostalinda, Mario y Belén. Los cuatro formaron su mundo más íntimo y los cuatro le acompañaron en el último acto de la vida, justo el acto que no estaba proyectado escrito… Ni tan siquiera proyectado.

Aquel gitanillo del Sacromonte, aquel niño soñador de extramuros tuvo como mejor aliada a la inquietud. Fueron sus deseos de aprender y su incompatibilidad absoluta con el estancamiento intelectual los que le hicieron crecer día a día, año a año, hasta llegar a lo más grande de la danza. Finalmente, creo que su trayectoria vital podría resumirse en una de sus frases: “Sólo con la inquietud por la cultura puede haber progreso intelectual”.


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