María Bala (1933-2014) – Entrevista histórica

María Bala

María Bala

Texto y fotos: Estela Zatania

«Antes de Semana Santa nos liamos cantando saeta también…»

Cuando no habíamos siquiera empezado a asimilar la desaparición del más admirado intérprete del flamenco, Paco de Lucía, se ha despedido otra persona apenas conocida por la afición, pero muy querida por cierto sector.  

Detrás del flamenco actual, hay un trasfondo de generaciones de gente humilde que da un color y un aroma específicos al género.  Son personas que no entienden de la pureza ni de la impureza, ni que el compás tiene doce tiempos, ni ponla al tres por arriba, ni que falta réver.  Cantan con la misma naturaleza con la que respiran, así era María Soto Monge, “María Bala”, de la saga de los Sordera, hermana de Manuel y tía de los actuales cantaores Vicente y Enrique Soto.

En la sociedad tradicional andaluza, las mujeres casadas no cantaban fuera de casa, y por este motivo María Bala renunció a ser profesional del cante.  No obstante, cuando fue a trabajar en la campiña jerezana en la época de la posguerra, pronto descubrió que aquella vida dura de los campos se aliviaba cada noche en las legendarias fiestas de las gañanías, las viviendas colectivas de los trabajadores donde todos formaban una gran familia, y las barreras dejaron de existir.  

En aquel ambiente de miseria y privaciones, había tiempo para celebrar, y también para rezar.  Contaba María Bala: “Cantamos por tó, bulería, soleá, siguiriya, tangos, fandangos…alguna vez tonás, rumba…antes de Semana Santa nos liamos cantando saeta también…”

En el año 2007, Maria fue entrevistada y nos dejó estas palabras y recuerdos de aquellos tiempos como aparecen en el libro “Flamencos de Gañanía” de Estela Zatania.

 


Habla María Bala:

 

 

“Esas fiestas ya no se ven, ni los que están grabando ahora saben de cante, ni los que saben de cante están grabando”.

Lo de “Bala” me viene de pequeña, porque era muy revoltosa y lloraba mucho.  ¿Con quién más has hablado?  ¿El Tío Paulera?  Sí, claro…y Gutiérrez… ¡Hombre, esa gente sí que sabe lo que era aquello!  También la gente de Juaniquí, el de Lebrija…  Yo soy un poco más joven, ahora cumplo 73 años.  He estado en el cortijo de Plata, de los Bohórquez, cuando era soltera, una chiquilla…con unos trece, catorce años, y Romanina, que también era de ellos.  Luego me casé y me fui donde mi suegro al campo, de esta gente de los Domecq, en Romanito.  Una vez que me casé, trabajé poco en el campo, ya vivía todo el tiempo en Jerez, o sea, he estado en el campo hasta los 24 años, más de diez años, luego mi marido se colocó aquí en Jerez.  

En el cortijo teníamos cada uno nuestro colchón, nos sentábamos en la hilera y allí nos daban las tres, las cuatro de la mañana.  La galera de cemento y colchones de paja, sin separación, cada uno su colchón, un lugar en la pared para colgar los canastos de la comida, el pan, las cucharas y eso.  Íbamos la familia entera, todos a pie hasta el cortijo que fuera, Montecorto, La Peñuela… Y los fines de semana, andando para Jerez para bañarnos y llevarnos ropa limpia, no había otra cosa que hacer, cantando por todo el camino, y pasaron los camiones, “venga montaros, que os llevo hasta Jerez”, ¡pero no montaba nadie!, estábamos a gusto cantando por la carretera, cualquiera perdía aquello.  Lo que había en el campo era eso.  Yo he trabajao mucho con la gente de Lebrija cuando era soltera, porque mi tío iba de manijero, en Plata.  Mi padre estaba de gazpachero, y trabajábamos todos los hermanos.  

Los hombres cogían la remolacha y las mujeres teníamos que cargar los camiones…después, los garbanzos, luego a la aceituna, el algodón, el maíz, la uva…siempre cambiando de cortijo, claro.  Cuando iba a vendimiar iba a Pastranilla, hacia Sanlúcar, echábamos catorce o quince días, y pa’ casa otra vez, y no queríamos venirnos a Jerez porque estábamos bien, ese ambiente tan bueno…

“Echar la peoná, a cantar y a bailar, eso era nuestra vida”

Pasa una cosa, todo el mundo no lo entiende.  Porque tú para entender de cante, tienes que vivir con una persona que sabe cantar, y escuchas cantar, entonces dices tú, “este canta, pero aquel no canta”.  Hoy en día la gente cualquiera canta y no, cualquiera no canta, yo canto de una manera que to’l mundo no canta, no porque lo diga yo, porque a mí no me ha enseñao nadie.  Escucho a la gente, unos me gustan, otros no me gustan, pero canto lo mío, y mis hermanos lo mismo.  Mi hermano Manuel fue artista en Madrid, muy joven, con 20 años se fue, una bellísima persona y cantaba muy bien.  Cuando venía a Jerez cuando vivía mi mare y me escuchaba cantar, lloraba y decía “¡¿cómo va a cantar mi hermana así?!”  No me había escuchao nunca nadie y yo canto a mi forma. 

 

Esos años estando en el campo, nos acostábamos a las dos, a las tres, a las cuatro, y por la mañana nos íbamos a trabajar y cuando terminábamos de echar la peoná, a cantar y a bailar, eso era nuestra vida, y a comer garbanzos, por la mañana y por la noche, eso era duro, y sin embargo, a mí no me pesaba.  Me gustaba mucho estar en el campo, pero lo que pasa, las cosas que pasan en la vida… Yo me casé y mi marido era una persona muy buena, pero muy raro, porque no le gustaba de que yo cantara en ningún sitio, a no ser en familia…si venía mi hermano alguna vez, y a lo mejor estábamos tres días de fiesta, pero de yo ir a algún sitio a cantar, no le gustaba.  Claro, con el tiempo se van perdiendo también las cosas.  Tengo 73 años, yo no canto ahora como cantaba.  Mi sobrino Vicente Soto tiene de cante lo que yo he hecho en su casa.  Tengo una hija con 47 años que le entró un paralís y durante veinte años yendo yo a Madrid a curarla, entonces iba siempre a casa de mi hermano Manuel y siempre cantábamos.  Mi sobrino Vicente tiene esas cintas guardadas.  Digo “dámelas a mí, hombre, que las escuche alguna vez”, porque yo ahora escucho lo que yo hacía, y digo “¿así cantaba yo?” y dice “¡a nadie se las doy tata!”  En mi familia todos somos cantaores, José Mercé es sobrino mío, los Zambos, los hijos de mi hermano Manuel…

“Mi sobrino Vicente Soto tiene de cante lo que yo he hecho en su casa”.  

Mi madre cantiñeaba, y bailaba por soleá de muerte.  Con nueve años ya cantaba yo por soleá pero mi padre, Enrique Soto Junquera se llamaba, no me había escuchado.  De pequeña me acostaba con él y en el pecho hacía son, y decía mi padre “¡cómo canta esta niña!”  Cantaba por soleá, por bulería, por fandangos…todo sin guitarra siempre, en el campo nunca había guitarra, sólo las palmas, y a bailar y a cantar, gitano y no gitano, to’ mezlao, lógico, yo me he criao así.  Hay mucha gente, payos, que cantan y bailan sembraos de gracioso, y en la gañanía igual.  

Luego pasó esto mío…se quemó la casa y perdí a mis niños, de 9 y 14 años, los dos.  Quince años vestida de negro…han pasao muchas cosas, hija.  Ahora tengo cuatro hijos mayores, pero ninguno canta…sin embargo mi hermano Manuel tiene siete hijos, y cantan o bailan los siete.  Aquellos míos que perdí, los dos cantaban muy bien… Mi marido no sabía ni tocar las palmas ¡pero le encantaba el cante!  

Pero ya te digo, lo que disfruté, lo disfruté de soltera, los años más a gusto que he pasao en mi vida.  Ya después de que me casé, no he visto nada de nada de nada.  Anjolá volvieran los tiempos de los cortijos, lo mejor del mundo, hombre, por Dios, aquello ha sido…  Anjolá volvieran…yo, ¡la primera que me apuntaba, y con la edad que tengo, fíjate en lo que te estoy diciendo!  El frío, la calor, la lluvia, to’ lo que quieras, pero estábamos a gusto, y to’ p’alante…ahora lo que hay es mucha envidia.

“En el campo nunca había guitarra, sólo las palmas, y a bailar y a cantar, gitano y no gitano, to’ mezclao”

Cantábamos en la gañanía, pero también en el campo, una cuadrilla de muchachas y hombres, y cada uno iba cantando lo que conocía.  Yo siempre cantaba por bulería, las sevillanas de la gente de Lebrija, sí señor, y por fandango…  En la gañanía la gente cantaba por siguiriya y estas cosas, pero yo no he metío mano a la siguiriya.  Por soleá, sí, por la noche en la gañanía, claro, y la bulería pa’ escuchá, tangos…  La trilla no, eso no era el cante nuestro, no se cantaba nunca en Jerez, lo cantaba el que estaba trillando en el campo.  Pero una cosa te digo, no hay fiestas como había antes…con una amiga mía que se casó ¡llevamos una semana cantando y bailando!  Yo nunca me ha gustao a mí emborracharme, lo he hecho fresca porque a mí me gusta el cante.  A veces montábamos una boda, entonces hacíamos un casamiento, pero un casamiento como si fuera de verdad, con cualquiera que había allí, “¡venga, que se va a casar fulanito!”  Ea, y así hacíamos la boda.  Esas fiestas ya no se ven, hija, ni los que están grabando ahora saben de cante, ni los que saben de cante están grabando.

El Tío Borrico era familia de mi madre, me escuchó a mí cantar y me decía “¿quién te ha enseñao a cantar, hija?”  Mucha gente buena se hizo en los cortijos, el Tío Borrico, mi hermano Manuel, Manolito Serna, Manolito Jero, El Guapo…  Nunca coincidí con Manolito Serna en el campo sino aquí en Jerez, él vivía en la calle Marqués de Cádiz, y nosotros vivíamos en la calle Cantarería en Santiago, pero en el Arco de Santiago ya no hay na’, no queda nadie.  En fin, uno canta mejor, otro canta peor, entonces algunos podían buscarse la vida con el cante, pero no todo el mundo quería eso, muchos sólo querían el campo.  Yo no me hice artista porque me casé y mi marido no me dejaba, pero de haberme quedado soltera, me meto a artista, yo sí.  Grabé una soleá con Moraíto, me vino con la guitarra y dice “hazme algo, anda”, y yo no quería pero los niños “hazlo omá, hazlo”.  Entonces le hice una soleá, me cogió un poquito nerviosa pero salió bonita.

A mí me gustaba mucho Camarón.  Vino aquí a Jerez un año por Semana Santa y había una fiesta con Tío Borrico y unos cuantos gitanos viejos, y entonces me escuchó cantar y dice “¡cómo canta esta gitana!”  Estuve en muchas fiestas cuando soltera, que nos llamaban los señoritos, el Conde de los Andes, pero no nos daban na’ casi, y eso es muy fuerte.  Hoy sí, hoy para ir a los sitios, vas ganando un dinero, pero lo que han hecho con el flamenco es una verdadera pena.  Luego dicen que empezó con Camarón, y es cierto, Camarón renovó el cante, pero no era eso, entonces la gente ha cogido un rumbo que no es, y llegará el día en que esto se pierda.


Extracto de “Flamencos de Gañanía” (Sevilla, 2007), pp. 138-141, reproducido con permiso de Ediciones Giralda.


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