En el homenaje de Miradas Flamenkas a Lole y Manuel
Sale Alba Molina a cantar con el pianista Álvaro Gandul y uno tiene la sensación de que sale al escenario sin red, sin seguro contra las caídas, las lesiones o los desperfectos emocionales. Lo suyo es un homenaje a sus padres Lole y Manuel en un festival que ha forrado las paredes del Centro Cultural Pilar Miró de Vallecas con imágenes de la pareja de hace muuuuchos años. Se celebra que el disco “Nuevo día” fue editado hace 50 años. Sí justo ahí, con la agonía de Franco que seguía matando, con la marcha verde que condenó a los saharahuis y con la calle en ebullición, con represión y asesinatos, algunos de la ETA y muchos de los franquistas. El disco dicen que salió sin promoción directo al anonimato y cuentan que una de las primeras críticas fue su falta de compromiso social… ¡Ojú!.
Yo conocí a Alba Molina cuando estaba cantando con las Niñas aquello de “No a la guerra, que la guerra es muy perra”. Tuvieron un éxito moderado a pesar de que la fórmula parecía impecable tres mujeres bien afiladas cantando verdades de la calle: “Tiempos extraños, tiempos raros para la peña en este planeta…” rythm&blues y rap con el tamiz del compás.
Comenzó el concierto con el silencio de los que necesitan templarse para el arte. Luego un poema de Juan Manuel Flores: “Dime si has mentido alguna vez…”, en la siguiente una Lola cantaba saetas y después parecía que iba a comunicarse con la palabra. Pero renunció a medio camino… “Hay tantas cosas importantes que decir que es mejor no decir nada” y en esas llegó el repertorio gordo, el del primer disco de sus padres, ese que sólo parecía comprometido con la belleza y que cambió las viejas estructuras del flamenco para que la palabra inundara las estancias de la imaginación en aquellos tiempos en blanco y negro. “Todo es de color” cantaban y llenaron de psicodelia algunos rincones.
Hay unas fotos de Mario Pacheco colgadas en un rincón en la que aparecen Lole, Manuel y unos jovencísimos Pata Negra que siguieron la senda de ensanchar el flamenco para que cupieran Hendrix y los hippies. Aún hoy queda gente que duda que eso sea nuevo y que eso sea flamenco. Ellos se lo pierden. Recuerdo una entrevista en la que Manuel explicaba que los discos de Paco de Lucía con Camarón eran abracadabrantes y que la cantante egipcia Oum Kaltoum era un prodigio para la humanidad; y también su suegra, La Negra, la madre de Lole que canta el mismo cante de la egipcia que no se puede aguantar. Y con esas coplas nos íbamos a festivales larguísimos en incómodos pabellones de deportes a escuchar como el flamenco nos cambiaba la perspectiva.
Alba nació después y llegó con un disco en la cuna. Cambiamos de siglo y nos encontramos con que Manuel cantaba por las tabernas abriendo los brazos con la guitarra en una mano y un botellín en la otra con la sabiduría de los hombres libres. Ahí es donde Alba nos recuerda que se iba de gira con su padre y con este pianista y ahí Álvaro Gandul añora las peticiones de Manuel Molina: “Tú crea desde cero” y ahí están, mirando cómo brotan las flores del jardín. Nos quedamos solos con el pianista y nos ofreció una composición indescriptible. Literal.
Alba Molina es como aquella trapecista que se subía al techo del circo sin red, canta lo que todos conocemos por la voz de su madre y se emociona y tiembla y se recompone antes de perder el equilibrio mientras nosotras suspiramos por el susto.
Canta una de su padre “Que nadie me vaya a llorar” que Alba grabó en directo junto a Joselito Acedo, otro más para ensanchar esto del flamenco. Y cuando se va del guión para ofrecer algo de lo suyo, no importa porque al final canta una bulería una de esas con sentencia que se quedan pa los restos y pal tren, que Vallecas está muy lejos.
Vídeo cedido por el festival Miradas FlamenKas
Incluye extractos de ‘Todo es de color’, ‘Que nadie vaya a llorar… ‘ y entrevista
