XVIII Festival Flamenco Caja Madrid. Carmen Linares / Vicente Soto Sordera

Resumen: XVIII Festival Flamenco Caja Madrid. Carmen Linares / Vicente Soto Sordera

XVIII FESTIVAL FLAMENCO CAJAMADRID 2010

Teatro Circo Price
15 de febrero de 2010 – 21:00 horas

 

VICENTE SOTO “SORDERA”: Geografías flamencas: Sevilla, Jerez, Cádiz”.
Cante y dirección musical: Vicente Soto “Sordera”; Guitarras: Manuel Valencia, Pepe del Morao; Piano: Edu Soto; Percusión; Manu Soto; Palmas y coros: Gema y Lely Soto.

CARMEN LINARES “La poesía en el cante”
Cante: Carmen Linares. Guitarras: Salvador Gutiérrez y Eduardo Pacheco; Coros y palmas: Ana Mari y Javier González; Baile: Adolfo Lobato Vega.

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ENTRE DOS MUNDOS

Texto: Manuel Moraga
Fotos: Rafael Manjavacas

José Manuel Caballero Bonald

“Entre dos mundos” se llamó uno de los trabajos discográficos de Vicente Soto, que el jerezano de Santiago dedicó a diferentes poetas y que nos sirve hoy a nosotros para titular esta reseña. Como en el álbum del Sordera, la poesía fue la protagonista de la noche. En primer lugar porque Carmen Contreras, directora de la Obra Social Cajamadrid, hizo entrega del Galardón Flamenco Calle de Alcalá de Honor a ese gran intelectual que es José Manuel Caballero Bonald. Su poesía fue ampliamente interpretada en códigos flamencos tanto por Vicente Soto como por Carmen Linares. Pero también los versos de Alberti, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado se dejaron sentir en el Teatro Circo Price de Madrid. Así pues, los mundos de la poesía y el flamenco tuvieron anoche un buen motivo de encuentro.

Dos mundos, también, los que representan estéticamente el de Jerez y la de Linares. El primero, con esa forma gitana y jerezana de entender y expresar el cante, donde se ataca sin tapujos el conflicto básico a base de trazos. El segundo el sistema “gachó” – para entendernos-  en el que la construcción melódica dibuja el drama con punta más fina. Pese a lo complicado y peligroso que es generalizar, creo que no se falta a la verdad si afirmamos que esas dos formas de entender el cante se plasmaron ayer en el escenario.

A mi entender, no corren buenos tiempos –otra generalización peligrosa- para ese cante más “duro” representado ayer por el Sordera, quizá porque el oído agradece más la línea curva que la arista, aunque en cuestiones estéticas no haya nada objetivo que otorgue más calidad a uno u otro discurso. Sea como fuere, siempre se agradece la oportunidad de disfrutar con Vicente Soto y lo que su arte significa para el flamenco. Hay que decir, no obstante, que debieron existir anoche otros dos mundos más en el Price, al menos para los artistas: el del escenario y el del backstage. Dos mundos con diferentes temperaturas porque los artistas salían a las tablas con más frío que una pava enferma.

Efectivamente, el frío fue el mayor obstáculo para que la noche quedara redonda. No sabemos si fue por la baja temperatura que –según los propios artistas- había en los camerinos, pero el caso es que el Sordera empezó a templarse en la soleá por bulerías, es decir, en el cuarto de la tarde (cuarto “número” del repertorio, como se ha dicho tradicionalmente). Ahí empezaron a salirle ya algunos detalles. Y a continuación, en la seguiriya, fue cuando Vicente Soto fue encontrando un estado físico –de la voz- y anímico para dedicarse al cante con entrega. A partir de entonces, su actuación fue otra: fandangos con matices, alegrías llenas de fuerza y extraordinariamente interpretadas, tangos del Titi con gracia y gitanería, las mismas virtudes que tuvo su cierre por bulerías, que comenzó acordándose de la Perla de Cádiz y que remató metiendo en ese formato diferentes estrofas copleras que, por cierto, no hay quien las haga hoy más flamencas. Hay que destacar a toda la banda del Sordera, y especialmente al guitarrista Manuel Valencia (brillante en la seguiriya) y al pianista Edu Soto que, sin molestar, fue aportando colores muy bonitos al conjunto.

Y de Carmen Linares, otro tanto podemos decir. Se dedicó a luchar con su voz en los tangos y malagueñas, y fue en la taranta cuando pareció que la cantaora se fue haciendo con la garganta. A partir de ahí, y sobre todo, a partir de las cantiñas, Carmen  Linares pudo dedicarse más a disfrutar buscando sus matices emotivos. Lo hizo, por ejemplo, en la tanda de soleares y en las seguiriyas, donde incluso buscó pellizcar. Y tras unas bulerías “poéticas” (letras de diferentes autores), terminó Carmen Linares su recital cuando más cálido estaba el ambiente. Hay que señalar también el trabajo de Salvador Gutiérrez en la guitarra así como del gran bailaor Adolfo Lobato, habitual compañero escénico de Carmen Linares, que en el reducido tiempo que se le otorga, sabe dejar patente su calidad: brazos, manos, colocación, gracia, pies, elegancia, flamencura… Esperamos que se prodigue más por los escenarios madrileños.

Noche, en fin, de diferentes modos expresivos ante un mismo lenguaje: noche de dualidades… Y de frío.

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