Veranos de Flamenco en la Corral del Carbón. Juana Amaya, Jaime Heredia Parrón & Emilio Maya, La India


Los veranos del Corral.

Granada


Martes. Baile: Juana Amaya
Miércoles. Cante: Jaime Heredia “El Parrón”. Guitarra: Emilio Maya
Baile: Vero “La India”
Jueves. Guitarra: Hermanos Iglesias
Baile: Amador Rojas

Texto y fotos: Antonio Conde.

Semana grande de arte y flamenco.

El calor es el protagonista de las apacibles noches veraniegas que se dan en la ciudad de Granada. Y no da tregua a nadie. Las galas de esta semana se han completado con una afluencia de público notoria, sobre todo gracias a la populosa cantidad de visitantes de otros países, que aprovechando sus vacaciones se acercan al Corral del Carbón a llevarse flamenco, a empaparse de eso que tanto gusta fuera, y que tan poco valoramos aquí. Sabia elección en el elenco protagonista de esta segunda semana de temporada flamenca estival. El baile como protagonista, respaldado por el cante añejo del metal del Parrón, y el toque de los hermanos Iglesias.

La bailaora sevillana Juana Amaya se puede dar el gusto de presumir porque ella lo vale. Lo suyo es el baile, la transmisión de sentimiento en cada movimiento; con un repertorio algo escaso se lució esplendorosamente en la soleá con la que finalizó su actuación, ejecutada con empeño y mucha personalidad. El contraste entre la lentitud de movimientos y los remates apabullantes despertaron hasta las ramas secas de las parras que cuelgan de los laterales. El cante del Galli sobresalió por encima del de sus compañeros, ya que llevó el peso, y  éstos se limitaron a ejercer de respaldo cantaor.

Juana Amaya

Uno de los eternos ecos del Sacromonte tenía que estar en las tablas del corral. Jaime Heredia “El Parrón”, pater de la también cantaora Marina Heredia, demostró que aunque con una voz ligeramente rozada y quebrada, conoce el cante y lo habla. Hizo cantes cortos, reposados, sín alardes de ostentosidad. Con comienzo con Taranta que recordó a Manuel Torre, seguida de una soleá de ecos alcalareños y gaditanos, pero más cerca de los cantes jerezanos, a saber, recortaitos y explosivos. La anécdota la puso la guitarra de Emilio Maya, que no tendría ganas de trabajar y decidió romper una de sus cuerdas; la profesionalidad de Maya no  la dejó respirar y demostró que el buen  toque no entiende de esas cosas. Bulerías finales para El parrón que dejó su sitio para el baile de otra bailaora de bandera.

Argentina de nacimiento, el flamenco la sacó de su país natal y la trajo directamente a Andalucía para conocer los secretos del baile. Vero “La India” es una de esas artistas que acapara emociones con su trabajo encima del escenario. Portentosa en su baile, muestra mucha fuerza en pies y brazos.

Musicalidad del violín de Maya, apodo gitano el de esta nipona que se deja ver en multitud de espectáculos flamencos, acompañamiento guitarrístico de los gradadinos Emilio Maya y Juan Carmona “Habichuela” nieto, y percusión de Cheyenne. La India hace estructuras cortas en el taranto de inicio, que aunque algo corto en el tiempo, esa fue una pincelada de lo que se esperaba ver esa noche. Soleá en la que no nos dio tiempo a disfrutar de lo que lleva dentro, pues pasó a la bulería que se alargó sobremanera y en la que con multitud de cierres algo efectistas consiguió ovaciones pertinentes y merecidas.

 

La última velada flamenca de la semana estuvo reservada para el toque de los hermanos Iglesias, comandados por Miguel. Cada uno de los tres tuvo la oportunidad de lucirse, con seguiriyas, tientos-tangos y alegrías. Tangos con toques prestados de la rumba, mucha armonía y algo escasos de contenido. Miguel pasó a las granaínas, e invitó al resto a cerrar por fiesta. El público no supo valorar el toque de los sevillanos pues no respondió en absoluto.

La belleza de la quietud en el baile tiene nombre y apellidos: Amador Rojas. La personalidad y la impronta que da a la farruca, convence con solo una mirada. La sensualidad hecha baile. Lo varonil hecho flamenco. La insinuación cadenciosa de los tangos, rodeado de su equipo. El clasicismo y la ortodoxia de la soleá. Este chico dejó de ser promesa. Es una realidad. Sin necesidad de movimientos se desplaza por el escenario, sin mentiras sin artificios. Y solo soleá, nada de bulería. El lucimiento distinguido de un señor que llena el escenario él solo.  La falta de una segunda guitarra hubiera puesto el sobresaliente al conjunto de la obra.

 


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