Úrsula López y el baile de quienes perdieron

Úrsula López - Comedia sin título - Festival de Jerez

Úrsula López - Comedia sin título - Festival de Jerez

Teatro Villamarta. 20.30 horas – Festival de Jerez
ÚRSULA LÓPEZ COMPAÑÍA DE FLAMENCO
COMEDIA SIN TÍTULO

Estreno absoluto
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Un alarido proveniente del mismísimo centro de la tierra y unos coros fúnebres y adoloridos derraman sobre el público todo su mal. Al mismo tiempo, un traje de faralaes asciende solemne a los cielos para despedir un cuerpo, una época, una idea o todas ellas a la vez. A partir de ahí, ese tono de luto, duelo y la imposición de la rabia emponzoñada, teñirá el resto de cuanto se dance y cante aquí.

Así comienza Comedia sin título, último montaje de Úrsula López Compañía de Flamenco, que toma su nombre de la obra que Federico García Lorca escribía cuando fue asesinado por los golpistas en la España de agosto de 1936. Podría ser una obra más inspirada en el poeta de Valderrubio, pero no. Y es que se ha manoseado tanto su nombre y su obra que a veces, cuesta y cansa. Sin embargo, esta propuesta se sostiene con soltura por varias razones: la primera, porque el desarrollo de la idea -que viene a ser el paso lógico tras El maleficio de las mariposas, que dirigió López con el Ballet Flamenco de Andalucía- rastrea el legado del poeta en el flamenco de quienes perdieron la Guerra Civil Española: qué hicieron en su nombre quienes se quedaron y también desde el exilio y el destierro. Ése suele ser un punto de ciego en nuestra memoria, una intersección que no se suele tocar. Y la segunda y más evidente, porque todos quienes participan desempeñan una labor de excelencia, tanto individual como colectiva.

Este ejercicio coral con solos memorables repasa las míticas figuras del flamenco de aquellos años: Vicente Escudero, El Güito, Farruco, Mario Maya o Antonio Gades, no sin también incluir destellos de teatro social o música clásica y contemporánea llevadas al terreno que nos ocupa. De esto dan buena cuenta y se encargan, sobre todo, un cuerpo de baile experimentado a pesar de su juventud, con una precisión y limpieza en sus movimientos que no hemos visto en lo que llevamos de Festival en Villamarta. Mención especial para la repetidora Julia Acosta, que además, canta; la petenera de Iván Orellana -su baile crece a cada paso-, la soleá de El Güito de Federico Núñez, que se desvanece sobre un manto de palmas, tacones y puntas del más allá, en la oscuridad. Conmociona, sobre todo, por encontrar diversidad en la masculinidad, algo que alegraría a Federico, tal y como reza la sinopsis del espectáculo.  

Y como cruz de guía encontramos a una Úrsula López habilísima que todo lo abarca sin monopolizar el escenario, y que con cada movimiento renueva y renace, añadiendo con sutiles gestos ganancia a su presencia y curvatura. Soltarse el pelo, mecer el mantón rojo como un palio bamboleante, deformar sus largas extremidades y corromper el discurso. Baile frenético y obsesivo, casi neurótico: la rabia emponzoñada tiene su propia misión y López, como médium, pone su cuerpo de creadora y bailaora para canalizar su discurrir.

Quienes sonoramente guían el espectáculo son tres músicos que parecen veinte: un Alfredo Lagos formidable -tiene una sinfónica en sus manos-, las percusiones de Antonio Moreno -seguimos la estela sinfónica- y un virtuoso del viento-madera -mención especial al saxo bajo, con una vibración sobrecogedora- junto a dos cantaores que se reparten el peso y se complementan con maestría: Tomás de Perrate y Sebastián Cruz.

Es cierto que, a ratos, el empeño en la oscuridad, puede sobrecargar. También queda forzado, en los recitativos, escuchar a Perrate pronunciando todas las letras con una impronta cervantina impropia del de Utrera y de aquello que nos convoca. Además, pareció que en la pieza se abusaba de los decibelios y, a ratos, se echó en falta matizar su salida. No es necesario y suele restar al montaje. Eso sí, con estas conseguidas coreografías y sus lecciones de baile, esos momentitos llenos de belleza que lo inunda todo, el sentido nos varía y se nos olvida todo. Mientras, Federico en voz de Tomás, sentencia: el pueblo es el clamor. Y se despiden cantando a coro estos tercios, con la felicidad contradictoria de los supervivientes:


Siembra, gitano, siembra.
Amor, gitano, tierra.
Paraíso gitano, la siembra.

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