‘Tú no sabes bailar flamenco’. La rebelión de Israel Galván

Israel Galván Seises - Festival de Jerez

Israel Galván Seises - Festival de Jerez

8 de Marzo de 2023Festival de JerezGalería fotográfica
Teatro Villamarta
Israel Galván ‘Seises’

Como un niño en edad de comulgar o un viejo aniñado que viaja en el tiempo, a caballo entre un mosquetero, el hombre de Vitruvio o un duque en bancarrota, se presenta Israel Galván ante un Villamarta hasta la bandera qué murmura qué nueva fechoría traería esta vez. Aunque sepamos el título, leamos el programa de mano y creamos entender racionalmente de qué va la historia, con Israel nunca se sabe. Eso gusta a muchos, y esa misma incertidumbre la detesta la otra mitad. 

Por encima de todo, nunca deja de sorprender la capacidad del sevillano de crear, desde cuestiones del imaginario popular -por tanto, aparentemente compartidas-, escenas asombrosas, enajenadas, extrañísimas y disonantes cuando no completamente absurdas, pero que, por alguna razón del subconsciente colectivo, resultan en su mayoría verosímiles, pertinentes o al menos, coherentes dentro de la cosmovisión que propone. Posee la habilidad de introducir al público en un bucle donde todo parece tener lógica. Se trata de una hipnosis o acaso una regresión: asientes sin saber por qué desde el patio de butacas y, cuando vuelves al presente, agotada, entusiasmada y confundida, sabes muy bien que el viaje era menester, aunque pocos sean capaces de explicar el periplo. Hay más hueco por dentro, sientes la purga, el exorcismo.

Precisamente la imagen Caminante sobre un mar de nubes, de Caspar David Friedrich, sobrevuela la memoria en cuanto Israel da por primera vez la espalda al público apoyado sobre su cadera izquierda, donde permanecerá un rato largo. Intencionado o no, el paralelismo debería ya darnos pistas de lo que vendría después: una suerte de tablero de Elige tu Aventura sobre las tablas del coliseo jerezano. Elige: pruebas, risas, obstáculos, maldiciones. Israel se mueve en un aparente caos sobre una bici estática, se desliza sobre un patinete al fondo del escenario, se calza unas botas florescentes de fútbol, se resiste al hartazgo de una hilera infinita de amenazas, blasfemias y pestes, todo ello salpimentado con Scarlatti desde un clavecín. Prueben a imaginar el sabor de la mezcla.

Los músicos le dan indicaciones, la niña le machaca el autorestima (“tú no sabes tocar los palillos, tú no sabes jugar al fútbol, tú no sabes bailar sevillanas, tú no sabes bailar flamenco”) y el pseudorepetidor portentoso (Ramón Martínez) le castañuelea en playback y ni los escupitajos ni los besitos al aire ni los ruiditos de tamagochi evolucionado deslucen su soniquete, su sentido virtuoso del compás, la tremenda originalidad con la que trasforma sus recuerdos de niñez, la visión de su Sevilla o su martirio. Ni el patinete estrafalario que lo convierte en un Bart Simpson sevillano rompen el hechizo. Israel puede ser lo que sea. Y asentimos y asistimos desde la butaca a su juego de gestos mínimos: de pelvis, de muñeca, con la punta de la nariz. Tratamos de seguir su intención, su compás, su libertad, el respeto hacia sí mismo, la insistencia en la loca idea de imaginar desde las tripas.


La aparición, en la última parte de la propuesta, de la Escolanía de Los Palacios es un chute tras algún lapso de dispersión. Desde lo cristalino de sus vocecitas blancas al hipnótico movimiento de su directora que, con la luz naranja particularmente bien elegida (el azahar, el fruto, Serva la Barí), permiten a Galván realzar un cu-cú entre su niño interno, el niño mayor y el coro. Se comprenden en ese diálogo: en el fondo, sus lenguajes están muy cerca. No me extraña nada que este buscador incansable encuentre en estas voces y su infancia azul un hilo que lo conduce a esta nueva idea, este otro mundo de Avatar cañí y estrambótico.

 
¿Será en realidad Israel un felino? Que la lían parda, desde la inocencia y la curiosidad y sin afán maldadoso ninguno, pero harán siempre lo que les dé la gana y siempre tendrán razón.

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