Rocío Márquez “Por qué cantamos” – Suma Flamenca

Rocío Márquez "Por que cantamos"

Rocío Márquez "Por que cantamos"

Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Rafael Manjavacas

Cante: Rocío Márquez
Guitarra: Miguel Ángel Cortés
Percusión: Agustín Diassera
Palmas, coros: Antonio Montes, Manuel Montes “Los Mellis”

Ni común, ni corriente

Rocío Márquez estrenó “Por qué cantamos” en la Suma Flamenca, una propuesta  que musicó versos de Mario Benedetti, Ernesto Cardenal e incluso William Shakespeare, entre otros, para contestar a la pregunta que planteaba su espectáculo. Rocío apareció vestida de negro, algo nerviosa, con su aspecto pulcro y su voz límpida y aunque tuvo que pasar un rato hasta que su seso y su garganta tomaran calor, pronto fue evidente que esa noche la onubense iba a dar respuesta a más de un interrogante. 

Rocío tiene un halo misterioso. Conoce y maneja tonos, ritmos, partituras, es estudiosa del flamenco y buena cantaora. Todo eso se vio desde el inicio: en la granaína invertida con la que empezó; en los tangos con los que homenajeó a Morente y le arrancó unos versos a Shakespeare e incluso en su versión de “La rosa” de Juan Ramón Jiménez. Lo hizo bien, sin ortopedias, pues consiguió que los poemas sonaran flamencos sin que nadie le robara protagonismo: ni poetas, ni poemas, ni la guitarra de Miguel Ángel Cortés, que es inmenso siempre y en todo lugar. Pero la pregunta seguía sin respuesta y su enigma sin desvelarse.

Se acercó a Pepe Marchena con hondura al cantar una taranta, que para eso ultima su disco dedicado al sevillano. Demostró salero al atreverse con el Romance a Córdoba que cantó, recitó e interpretó en lo que vendría a ser el preludio que rompería su modestia y sus reservas. Porque de repente, Rocío anunció a El Niño de Elche y entre los dos bordaron los versos del Salmo 21 de Ernesto Cardenal. “¿Por qué me has abandonado?” repitieron uno y otro en todos los tonos posibles del lamento. Fue espectacular la mirada de Rocío, la forma de agarrarse el vientre, de sostenerse el corazón, de contener las lágrimas mirando cantar al compañero. Sobrecogedora fue la manera en la que Francisco tornó su voz de hombre en la de un niño malherido y turbador el momento en que Rocío, que apareció casi monacal de aspecto, gesto y postura, se fue convirtiendo en furibunda sacerdotisa. 

Sin descanso, se quedó sola y metió por siguiriyas “Por qué cantamos”, de Mario Benedetti, dando respuesta a la pregunta y al misterio: Rocío canta mejor cuando lo que dice le toca las entrañas. Lo había mostrado junto al Niño de Elche, pero ya enfebrecida, metió las rimas en un palo complicado y se salió del recinto. La cantaora se despeinó, sus maneras dejaron de ser tan delicadas, su voz se alzó y se puso grave y volvió a ser aguda; su cuerpo se curvó, como si le doliera; sus manos ya no eran meras acompañantes de su ser sino herramientas con las que profirió el conjuro:

Cantamos porque llueve sobre el surco

y somos militantes de la vida

y porque no podemos ni queremos

dejar que la canción se haga ceniza.

 

Muchos espectáculos flamencos dedicados a poetas no funcionan porque el que canta no se halla en lo que dice. Otros no funcionan porque la poesía requiere de palabras que deben decirse enteras, mientras que el flamenco sacrifica letras y sílabas enteras en pos de la expresión y el sentimiento. Rocío recitó cantando con pulcritud y esmero. Pero además, dijo palabras que tocan su alma y su cabeza, que la ocupan y la preocupan y es en esos asuntos donde ella encuentra respuesta al porqué de su cantar. Y el resultado fue un espectáculo cálido, atrevido e interesante, muy interesante, un adjetivo que no es de uso frecuente en el flamenco actual. 

“Valiente”, le grito alguien desde el público. “Valiente”, le repitieron varias veces, muchas más de las que le dijeron “guapa”. No es lo habitual pero es que ella, militante de la vida, de común y de corriente, no tiene nada. 


Rocío Márquez “Por que cantamos”

 

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