Mercedes Ruiz, viaje al interior

Mercedes Ruiz - 'Segunda piel' - Festival de Jerez

Mercedes Ruiz - 'Segunda piel' - Festival de Jerez

Cía Mercedes Ruiz, ‘Segunda piel’ – Teatro Villamarta 19 febrero 2022 – Festival de Jerez

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Nadie regresa de un viaje tal como se fue. Menos todavía si el viraje es hacia dentro, donde la curva de las entrañas se muestra sin filtro. Para mí, la Segunda Piel de la que habla Mercedes Ruiz en su último espectáculo, alude a ese periplo intro y retrospectivo en el que miras frente a frente quién eres y quién fuiste. Hay que ser muy valiente para atreverse a mirar.

Quizá porque desde la pasada edición nos quedamos con las ganas de ver lo último de la bailaora jerezana -que tuvo que cancelar por razones de salud-, acaso por cualquir otra razón, el asunto es que el viaje de Mercedes (me) dejó un sabor extraño en el cuerpo, sobre todo para quienes observamos desde hace años su andadura. Extraño porque a pesar de las tremendas cualidades físicas, técnicas y creativas de la jerezana, el discurrir de Segunda Piel se antojó parsimonioso y a ratos redundante, con remates continuos que dificultaban el fluir de las ideas que ponía sobre las tablas. Me pregunto si el concepto superó lo que pudimos ver anoche.

A veces, el vacío, como el silencio, es un elemento ordenador. Otras, un pozo sin fondo. La reducción al mínimo de los elementos nos hizo pensar que no siempre menos es más. Y no fue por falta de esmero ni ausencia de apoyo. Tuvo a un elenco completamente entregado y al servicio de la idea. El Londro y Mercedes Cortés alentaron los movimientos de Mercedes que se dejó la piel, todas las que tiene, en cada gesto, porque es portentosa y técnicamente impecable. Por eso, porque sabemos quién es Mercedes Ruiz, nos supo a poco. Tampoco se quedó atrás el sinigual Perico Navarro, que lo tocó todo: la guitarra, el pandero, el cajón y las palmas. Pero ni los aires de Levante ni la granaína ni la farruca terminaron de ensamblar el vestido de carne prometido.

Aun así, la magia no pasó de largo y disfrutamos, sobre todo, con el tremendo tándem Mercedes Ruiz-Santiago Lara, que se compenetra y aúpa con los ojos cerrados y nos regalaron un diálogo zapateado-punteado de lo más original. Lara es, además, el director musical de la propuesta, dándole siempre a la protagonista el abrigo necesario. El cúlmen de la tarde lo trajo una Mercedes enfundada en vestido rojo-burdeos con bata de cola y castañuelas en ristre que atendía a una proyección muy especial, la de su querido Manuel Morao que, desde su aparición en Rito y Geografía del Cante junto a la Piriñaca, le ofrecía un melodioso panorama sobre el que percutir. Recostada sobre un taburete o de pie y encendida, la dedicatoria a quien desde muy pronto se fijó en sus virtudes, estaba clara. Lo queramos o no, nuestros pasos siempre honran el caudal. Muy lograda, la mejor estampa del montaje, sí mostró la espina dorsal de la que proviene Mercedes, la causa que la empuja.

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