Manuela Carrasco “Raíces de Ébano”

Texto: Estela Zatania
Fotos: La Bienal

Inauguración de la Bienal de Flamenco de Sevilla
Lunes, 3 de septiembre, 2012. 2200h. Alcázar de Sevilla

Especial 17 Bienal de Flamenco de Sevilla – Toda la información

Baile y coreografía: Manuela Carrasco. Colaboración especial: Juan Villar, El Pele, Enrique el Extremeño, Pansequito. Coros: Samara Carrasco, Inma la Carbonera, Toñi Fernández. Guitarra: Joaquín Amador, Alfredo Lagos, Paco Iglesias. Dirección de escena: Pepa Gamboa.

Una cálida noche sevillana, el extraordinariamente bello entorno del patio del Real Alcázar y la expectación generada por una nueva Bienal de Flamenco de Sevilla, anoche conspiraron para emocionar al numeroso público en el espectáculo inaugural del evento de mayor envergadura del flamenco.

 

Después de muchos meses de declaraciones y enredos políticos diversos, y cómo no, los ensayos y sacrificios de artistas y técnicos, llegó el día del gran acontecimiento. Dicen que no fue un espectáculo “inaugural” propiamente dicho, porque no había ese ánimo de grandiosidad, ni mucho menos presupuesto para financiarlo. No obstante, fue la presentación que abrió las puertas figuradas de la décimo séptima Bienal, y nos ha permitido disfrutar de algunos de los grandes de este género.

Tan “grandes” que el mismo guión les quedó chico. En lugar de sugerir a las cuatro mujeres de la mitología griega como son Antígona, Ariadna, Helena y Medea, objetivo que viene explicado en el programa de mano, cuatro grandes cantaores se apoderaron del escenario y dejaron claro que el flamenco se alimenta de lo que ellos tienen el poder de ofrecer. No todos los cuatro tuvieron su mejor noche; si Pansequito (por soleá) o el Extremeño (por malagueñas, abandolao, taranto) estaban correctos pero planos, los aplausos calurosos que recibieron decían que son artistas que están por encima del bien y del mal y los logros pasados nunca caducan. Juan Villar (martinete, debla y siguiriya) estuvo a la altura de sus años buenos y el Pele (soleá por bulería, cantiñas) sorprendió a todos con su intensidad y originalidad. Cantaron de pie y sin micrófono delante, que aumentaba el impacto de “un hombre, una voz”.

Y Manuela…todos queremos llamarla “diosa” por muy trillado que sea. Porque su porte es majestuoso. Su mirada, su dominio y conocimientos, su manera de llenar el aire de flamencura con un baile esencial. Miro a las jóvenes fenómenas actuales, y veo pasos estupendos perfectamente ejecutados. A cuál más brillante. Veo a Manuela, y no hay “pasos”, sino baile. Es paralelo al concepto de Gerardo Núñez en la guitarra, que en lugar de tocar “falsetas” toca música y punto. Así es Manuela. Y punto.

¿Cuántas veces más quedará demostrado que con artistas de esta talla, todo atrezzo e intento de dirección escénica sobra? De hecho, las emociones más intensas de la noche fueron proporcionadas por un solo hombre: Manuel Moreno Maya “El Pele”. Ocurre a menudo en todos los géneros artísticos. Los momentos más sorprendentes y memorables proceden de personas irregulares, el “síndrome Paula”, que acudes una y otra vez porque sabes que llegará ese momento de perfección y quieres estar presente cuando ocurre. El Pele tuvo su noche. Con aspecto frágil, físicamente menguado pero con la voz en óptimas condiciones, el hombre localizó su duende interior, y habiéndolo localizado, supo soltarlo convertido en cante. Sin dramatismo superficial, sin gestos rebuscados. Sólo su originalísimo manera de plasmar el cante clásico, una relación idónea de tradición/personalidad que le habilitó una línea directa a la sensibilidad de todos los presentes.

Menos afortunado fue el intento de historiar a Manuela, que tuvo el efecto de trivializar su arte y la obra entera. Una corona de plástico que tiró al suelo con mucho teatro provocó la risa contenida de algunos, un coro de tres mujeres cuyo papel quedó poco claro y cuyas voces se escuchaban poco y la imagen que nadie pasó por alto de un cantaor de la talla de Enrique el Extremeño intentando enrollar un largo hilo de lana mientras cantaba a Manuela, son recuerdos mejor suprimidos con el botón “del”. La intención heroica mitológica fue complicado todavía más por un sonido grave y borroso que impidió captar la mayor parte de los versos cantados, y restó brillantez a las magníficas guitarras de Joaquín Amador, Alfredo Lagos y Paco Iglesias. Por muchas obras flamencas con hilo argumental que haya, sólo sirven para demostrar que son intereses difícilmente compatibles, y siempre triunfa uno de los dos. Las obras de Gades se han convertido en clásicas y han inspirado a toda una generación de artistas. Pero a partir de allí, pocas, pero que muy pocas se salvan. Ojalá los excesos de Raíces de Ébano, combinados con la difícil situación económica presagien el final de la época de las obras que se sirven del flamenco logrando fines ajenos al flamenco.

Y todo quedó perfecto perfectísimo con la soleá de Manuela. La misma que lleva treinta años interpretando, la misma que sigue emocionando, la que nos coge por el cuello, nos da tres vueltas y nos deja rendidos. La misma soleá que demuestra que el flamenco es un género monumental, lleno de posibilidades.


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