Manuel Liñán celebra su identidad desde la tradición flamenca en ‘Bailaor@’

Manuel Liñán Bailaor@

Manuel Liñán Bailaor@

El bailaor granadino estrena en la Suma Flamenca un recital que es homenaje y fiesta, técnica y gracia, aunque la narrativa quede en el aire

La Sala Roja de los Teatros del Canal se convirtió este jueves en templo y celebración. Manuel Liñán presentaba Bailaor@, su nuevo recital de baile flamenco, ante un teatro repleto que no escatimó en palmas, olés y una ovación final de varios minutos. Entre el público, fieles como Pedro Almodóvar y compañeros de arte: Paula Comitre, José Maya, Juan Tomás de la Molía, Águeda Saavedra, o Jonatan Miró. Todos acudieron a la cita como quien va a ver a un maestro que sabe dónde y cómo provocar el duende.

Y Liñán no defraudó en lo esencial: su baile es apuesta segura, flamenco por derecho, de ese que se dice «de toda la vida». Palos definidos —guajiras, bulerías, alegrías, tangos— con su desarrollo tradicional, pero tamizados por la elegancia inconfundible del granadino. Porque Liñán tiene gusto, gracia y técnica impecable. Su baile es gozoso de ver: nada en él es impostura ni artificio. Cada movimiento está bien hecho, su sentido del compás es exacto y sus manos hablan. Lo complejo se vuelve sencillo ante los ojos, lo virtuoso parece natural. Un recital de belleza pura.

La obra arranca con la salida de los cinco cantaores que, en medio de una especie de coreografía jocosa y mínima, un juego con las sillas y el foco, hacen una ronda de letras por cantiñas. Liñán sale a escena caracterizado de mujer, bata de cola rosa y mantón rojo desplegándose en el escenario, y una no puede evitar recordar aquel ¡Viva! que hace seis años revolucionó el flamenco y sigue llenando los teatros del mundo. Ese inicio se intuye como homenaje, quizás involuntario, a su gran obra. La iluminación de Gloria Montesinos crea espacios sutiles, marca los ritmos que sigue la escena, y junto a un lienzo al fondo que proyecta un rosa heredero de Muerta de amor y unas sillas que van y vienen, conforma toda la escenografía necesaria.

Es en el vestuario de Ernesto Artillo donde mejor se adivina la intención del espectáculo, que no termina de materializarse en la narrativa coreográfica. Liñán transita del baile femenino con el que arranca, pero aún no se percibe el cambio, más que en la estética: baila guajiras (el palo sensual por excelencia, con permiso de los tangos)  con cadera dúctil y abanico coqueto. Lo hace desprendido de peluca y pechos postizos, como si quisiera comenzar a revelar su identidad, o sugerir algo más complejo que un hombre que quiere bailar con bata de cola, pero aún lleva vestido vaporoso y sugerente. Muestra que sin duda puede adoptar la identidad bailaora que desee, puede ser hombre y puede ser mujer y en ambos casos ser sensual.

Pero esa transición a otro lugar queda interrumpida. Una ronda de tonás devuelve a la mujer de los postizos para las bulerías, en las que disfruta del cante y se deja inspirar.

Y casi al final, por tangos, aparece el Liñán más ambiguo: pantalón y camiseta de hombre, pero sobre el pantalón una falda abierta de retales de lunares, evocando a las gitanas de las corralas de Triana. Ahí baila libre, sin pensar si es de hombre o de mujer, y el escenario respira.

Pero esa promesa de difuminar fronteras no termina de concretarse en el discurso coreográfico. Su baile, ataviado de hombre o de mujer, respeta los cánones: las formas no se mezclan más que en el vestuario. Y aparece un tanto desordenado. El final queda descolgado con su baile macho: Liñán sale vestido de hombre —pantalón de talle alto, chalequillo torero— pero con peluca de trenza cayéndole por la espalda, para bailar por alegrías. La introducción la habían hecho los cantaores: una guasa sobre el decálogo de baile de hombre de Vicente Escudero que marcaría el devenir del flamenco escénico a partir de los años 50. Es demasiado tarde; ese momento necesitaba estar al principio. El juego se pierde.

Los cinco bailaores que le acompañan dan ritmo, color y humor al espectáculo, aunque en algunos pasajes quizás demasiado. La obra necesita síntesis. Porque si bien Liñán declara en su sinopsis que esto no es investigación ni experimentación, sino celebración de lo conseguido, el espectador —que ha celebrado con él, que ha disfrutado estos seis años de transgresión— espera ahora algo más sobre lo que reflexionar.

Hay mucha transgresión en lo que Liñán lleva haciendo en el último lustro, pero es hora de dar un paso más en el discurso. Se apunta en el vestuario, se intuye en algunos momentos, pero no se resuelve en el baile.

Bailaor@ es un montaje impecable, flamenco directo, bien ejecutado, con ritmo. Liñán sigue siendo ese artista extraordinario capaz de hacer parecer sencillo lo imposible. Pero después de ¡Viva! y Muerta de amor, después de revolucionar el flamenco y abrir caminos, la celebración de lo conseguido sabe a poco. El público sale aplaudiendo —y con razón—, pero también con la sensación de haber visto un intermedio hermoso en el camino de un artista que aún tiene mucho que decir. Y que, estamos seguras, lo dirá.


FICHA TÉCNICA

‘Bailaor@’ Recital de baile | Suma Flamenca CAM
Estreno absoluto
Teatros del Canal – Sala Roja Concha Velasco
Jueves, 30 de octubre
Manuel Liñán, dirección, coreografía y baile
Juan de la María, José Manuel Fernández, Miguel Heredia, Manuel de La Nina y Sebastián del Puerto, cante
Francisco Vinuesa, guitarra flamenca
Ernesto Artillo, vestuario
Gloria Montesinos A.a.i., diseño de iluminación
Ángel Olalla, diseño de sonido

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