Los Veranos del Corral.

Texto y fotos: Antonio Conde

Manuel Liñán, Patricia Guerrero, Luisa Palicio, Milagros Mengibar, Saori, Concha Jareño

LOS VERANOS DEL CORRAL 2011.
MUESTRA DE BAILE
. Granada

2ª SEMANA.
Manuel Liñán, Patricia Guerrero, Milagros Menjibar, Luisa Palicio, Concha Jareño, Saori

Desde hace más de cuatro décadas el formato mayoritario de los festivales en verano se ciñen en su mayoría a eso, un festival con el nombre de un plato típico, del cantaor por antonomasia del pueblo, o del nombre del pueblo en sí. Poco o nada han cambiado las fórmulas  para regenerar la etapa de los festivales estivales. Se sigue en la misma manida línea. Estamos viendo que cada año caen más festivales, principalmente por falta de recursos. Y los que se mantienen acuden a la fórmula mágica de llevar a gente local y alguna figura. Al menos en este sentido, se realzan los nuevos valores del flamenco, que falta hace. En Granada y después de su decimotercera edición la constancia de la muestra  de baile del Corral es diferente. Con argumentos sólidos y capoteando la crisis, los nombres propios que figuran este año, dan lucida cuenta de que el flamenco no entiende de crisis, a pesar de los números.

Y el resultado es una segunda semana cargada de artistas, algunos consagrados y otros en la estela, pero que cuentan con una trayectoria más que envidiable. Lo local ha predominado.

Comenzó el lunes con la presencia del bailaor Manuel Liñán. Con ganas de jugar en el escenario, su rúbrica estuvo plagada de desparpajo y gracejo. Desde los tanguillos iniciales. Antes, desde el balcón, Ana Romero y Vanesa Coloma recitan tanguillos cual patio de vecinos. El recuerdo a ‘Chano’ en la voz de Antonio campos es indiscutible. Asi, Liñán sacó partido a su verticalidad y a sus pies de forma explosiva. Esto fue la nota predominante de la noche; un bailaor con energía, fresco y  portentoso en los momentos de serenidad. Solo de guitarra de la mano de Luis Mariano, por bulerías, con aroma a ‘Tomatito’ y homenaje al Chaqueta de Campos e Ismael de la Rosa.   Con más fuerza si cabe, arrasó en soleá por bulería, eficaz, expresivo. Para rematar la faena, y después de escuchar tonás al cante, el taranto con el sello inconfundible de Mario Maya en la silueta de Manuel culminó el granadino. Sus gestos no fueron sino un guiño al maestro, a uno de sus referentes. Fin de fiesta y final de la noche.

De nuevo Granada estaba presente el martes. Patricia Guerrero así lo gritó. Su espectáculo fue una reposición de su particular homenaje a Henri Matisse. Malagueña, abandolao y un final entrado en lo folclórico abren la gala. Traje rojo y sombrero estilo bandolera pronto desaparece su inicial nerviosismo. Un flash temporal y lo mejor de Patricia aparece. Es simbólica, conceptual, su madurez artística es evidente. La evolución de su baile se encamina hacia nuevos conceptos, he aquí su credibilidad. Pregones de Miguel Lavi y ‘El Gayi’ explorando nuevos horizontes. Recuerdo al Pinto y a Lebrijano. Por granaina y con mantón el sigilo de sus movimientos se conjuga con su naturalidad por el escenario. Es envidiable el juego bracístico que desarrolla. Tras el sonido del violín de Ester Crisol, y principiando el soniquete de bulerías la entrada en tangos nos trasladó al pasado. La confirmación del baile insinuante de antaño, de las viejas gitanas sacromontanas cuando escuchaban los tangos del Cerro, del petaco. La recogida de una esencia magistral, una declaración de intenciones. Soleá de nuevo con Lavi y Gayi como protagonistas rancios del cante, y con celeridad en la música la bulería por soleá puso en el fin a una velada con olor a jazmin y albahaca.

Si en Granada, en el Albaicín hay escuela de baile por antonomasia, la escuela sevillana tiene por derecho propio otro grado de impronta. Y si hay transmisores en esta, sin duda una de las principales heredera y transmisora es Milagros Menjibar. Tradición y renovación, dos por uno. De la mano de Luisa Palicio, la herencia de una generación venidera que apuesta por lo clásico. De las manos de Milagros la perfecta conjunción del pasado y el presente lejano. Con Rafael Rodríguez a la sonanta, su pizzicato es sinónimo de conocimiento y de personalidad. Maestra y discípula entonaron el ‘mea culpa’ de la tradición de la bata de cola. Desde la guajira de Palicio, estéticamente dulce y reposada, sensual y juguetona hasta la petenera trágica de Milagros. Un pasaje emocional donde los brazos y muñecas impecables nos hicieron olvidar el resto del cuerpo. Otro tándem de baile entre la soleá de Luisa y las alegrías finales de Milagros. El marcado acento de sus movimientos de muñecas y la luz que desprenden apagaron el escenario. Sencillamente magistral.

La madrileña Concha Jareño presentó la obra ‘Hecho a mano’. Un recorrido por el baile, sin más acompañamiento que el flamenco. Ella es limpia en sus manifestaciones. Su tesis se basó en baile, solo baile. Con las voces de Antonio Núñez ‘El Pulga’ y Emilio Florido sonaron las ‘tonás’ de salida. Una escueta pero pulcra aparición de Jareño dejó paso a la granaína musical de Román Vicenti. Malagueña y verdiales para la bailaora, de nuevo aprovechándose de sus pies y siendo correcta en todo momento. ‘El Pulga’ que estuvo soberbio durante toda la noche, interpretó una canción por bulerías de gran gusto,  dejando paso al taranto y tangos de Concha. Aprovechando los matices que desprende su cuerpo, los desplantes son recurrentes hasta rozar el ingenio. Es lo mejor de la noche, sin duda. Una invocación al baile, a la sutileza de sus registros, una entrega masiva de sinceridad por y para el baile. Seguiriyas de Emilio Florido, cantaor al que hay que tener en cuenta, por su sabor, y remate por alegrías de la madrileña. A pesar de las buenas intenciones finales del postre, no llegó a su cenit con la bata de cola.

Para terminar la semana, la bailaora nipona Saori, presentó un alegato a la multiculturalidad en toda su extensión. La unión entre dos culturas. Lo lejos y lo cerca que están el flamenco y la cultura japonesa. El ying y el yang del flamenco. Sorprende ver como el inicio de un espectáculo está presidido por una katana y la figura de Saori con atuendo propio del ‘Kendo’ mientras suena un martinete y carcelera. A partir de aquí, y después del rito iniciático, el flamenco  se apodera de ella. El cante de Rubio de Pruna y de Manuel Tañé esgrime la soleá por bulerías en tanto que desaparecen todos los indicios relativos al arte marcial, para declinar en taranto. La única señal permanente es la silueta de la bailaora. Por lo de más el flamenco está allí. De siempre se ha dicho que el flamenco es propio de nuestra cultura, rechazando de pleno cualquier tipo de intromisión. No vamos a decir que Saori rompe esta lógica, pero no está lejos de mostrar que fuera de nuestras fronteras las cosas también se hacen bien. Altos y bajos a lo largo de su testimonio. Medida, buscando la perfección corporal por momentos se olvidó de transmitir, sobre todo en los tangos, pero aportó originalidad en sus movimientos por taranto. Granaina de transición de Emilio Maya, con recuerdo al maestro Manuel Cano, y guajira de Saori. Es aquí donde el equilibrio de su baile es más evidente. Es flamenca de pies a cabeza. Viéndola con el abanico confirmo que hay artistas en nuestro país, que llamándose artistas, que ya quisieran transmitir y manejarse en este baile como esta chica. Es todo gracia y soltura en el escenario, se balancea jugando con los tiempos mientras finaliza por colombianas.  Bulerias que dan tiempo al cambio de vestuario, pero que pierden toda credibilidad en tanto que ‘Ñoño’ acapara todo el protagonismo con su guitarra tapando el cante del Rubio y de Tañé. Por seguiriyas, Saori quiso agarrarse a lo infausto, a lo sombrío, conseguido sólo por momentos. La despedida final con la katana, simbolizó de nuevo el estrecho margen que hay entre ambas culturas.

Programación 'Los Veranos del Corral 2011' Del 18 de julio al 11 de agosto


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