FESTIVAL DE NIMES 2008. Chano Lobato, Rocío Molina

FESTIVAL DE NIMES 2008
Chano Lobato, Rocío Molina

FESTIVAL DE NIMES 2008
Chano Lobato, Rocío Molina
“El Mago de Cádiz, la Flor de Málaga”

Sábado, 26 de enero, 2008. 2100h.
Teatro de Nimes. (Francia)

 


Texto: Estela Zatania.

fotos: © Jean-Louis Duzert

NUEVO FLAMENCO VIEJO

1ª Parte. Cante: Chano Lobato. Guitarra: Niño de la Manuela.
2ª Parte. “Almario”. Baile y coreografía: Rocío Molina. Cante: Leo Treviño, Emilio Florido. Guitarra: Paco Cruz, Manuel Cazas. Percusión: Sergio Martínez. Palmas: Guadalupe Torres, Vanesa Coloma.

La última jornada del Festival de Nimes empezó discretamente en un aula del Palacio de Justicia con un recital acústico de cante y guitarra.  El programa explica que el cantaor Paco Santiago es argelino de nacimiento, criado en una familia gitana de Port-de-Bouc, cerca de Marsella, y el guitarrista, José el Boleco, también de Port-de-Bouc, es de una importante saga del flamenco francés.  Realizaron un digno recital con malagueñas, tientos tangos, soleá, fandangos y bulerías.  En el teatro grande, había un programa doble con dos artistas, una de las más jóvenes bailaoras de las figuras actuales, y el más veterano cantaor en activo.

La historia viviente del cante gaditano del siglo veinte

Casi sesenta años separan Chano Lobato de Rocío Molina, pero si ella posee sabiduría más propia de una persona mayor, Chano rezuma una encantadora inocencia juvenil.  El “niño” gaditano del ’27 se encargó de la primera parte del recital, respaldado por su guitarrista, el joven Niño de la Manuela, desconocido para muchos de nosotros, pero “mu apañaíto” como me explicó el “mago de Cádiz” que es como viene Chano anunciado en el programa.  Físicamente mermado, pero artística y espiritualmente multiplicado, llegó el mago a enseñarnos su destreza con el compás, sus impecables conocimientos y su inacabable gracia. 

Tangos puramente gaditanos (no llegaron a popularizarse otras variantes locales hasta tiempos posteriores), y la voz del maestro es sorprendentemente fuerte y matizada.  “Vamos a acordarnos de Aurelio de Cái un poquito por soleá” dice uno de los últimos que puede presumir de auténticas vivencias flamencas con el legendario cantaor.  Luego, “…de Manolo Vargas, de Pericón, de Ignacio Espeleta…” ; el hombre es la historia viviente del cante gaditano del siglo veinte.  Cuando se levanta para cantar fuera del micro, el silencio es total y su voz, temblorosa hablando pero firme cantando, llena el amplio espacio con facilidad.  Bis de bulería, bailecito de movimientos minimalistas y elocuentes que hablan de otros tiempos, y otro bis, por rumba a la antigua, y el simpático maestro se dirige hacia la salida con una pícara sonrisa, la chaqueta recogida y el público en el bolsillo.   

Todo es sorpresa y emoción, no hay tiempo para intelectualizar, y si evitas parpadear, mejor

Regreso al futuro en la segunda parte del programa con Rocío Molina y su espectáculo “Almario” que vimos el año pasado en el Festival de Jerez.  Qué alivio, que suspiro de aire fresco; esta joven malagueña demuestra que la contemporaneidad no está en absoluto reñida con el flamenco, que el color negro es una absurda afectación, que el flamenco puede comunicar cosas grandes sin dramatismo ficticio y que la nueva generación tiene mucho que aportar, sólo es cuestión de esperar a la persona adecuada.  Con este espectáculo Rocío Molina deja claro que es esa persona.  Ha habido obras suyas menos acertadas donde prima la teatralidad, y el flamenco queda plastificado y mermado.  En Almario vemos a una señora bailaora con aplastante originalidad y personalidad moviéndose siempre dentro de unos parámetros absolutamente clásicos, el equilibrio más difícil de conseguir; decir cosas nuevas a través de lo existente.

Su baile es onírico tirando a surrealista, incluso en los momentos más intensos.  En cierto modo parece que se burla de los movimientos más clásicos, y en el proceso, los infunde nueva vida y relevancia.  La faldita corta de polipiel y el body negro la convierten en dominatrix y hacen contemporáneas las contorsiones a la Carmen Amaya. Rocío, que no abandona el escenario en ningún momento, como traviesa seductora flamenca. Por siguiriyas clásicas con bata de cola, a ratos geométrica, de pronto suave y sensual – Rocío como pez pescado cuando deja caer su cuerpo sobre el pecho del cantaor.  Tantas imágenes familiares pero sensiblemente cambiadas, como un universo paralelo donde todo extraña a la vez que es conocido.  La imaginación de Rocío no parece tener límites, ningún movimiento es relleno, juega con el tiempo, nos gasta bromas, desmonta el compás y lo vuelve a montar sin perder el hilo jamás.  Su sombra proyectada para un garrotín, la soleá del mantón recordando el trabajo de Blanca del Rey.  Bamberas. Todo es sorpresa y emoción, no hay tiempo para intelectualizar, y si evitas parpadear, mejor.
 
“Almario” ha evolucionado desde su estreno, y la dirección que ha tomado es acertada y sana.  Con su inquietud, sensibilidad artística e inteligencia, Rocío Molina está destinada a seguir sorprendiéndonos durante muchos años.

Otras reseñas:

 


Salir de la versión móvil