El genio ha vuelto: Israel Galván reinventa a Falla

Israel Galván - El Amor Brujo - Festival de Jerez

Israel Galván - El Amor Brujo - Festival de Jerez

ISRAEL GALVÁN –  EL AMOR BRUJO (fotos / video / english show review)
Teatro Villamarta – Especial Festival de Jerez


 

Silvia Cruz Lapeña

En esta versión de “El amor brujo” no hay cuerpo de baile y tiene aire e interpretaciones de película muda. “Mario Maya corrió mucho en el suyo”, bromeó Israel Galván en la rueda de prensa y quizás por eso Eduarda de los Reyes, trasunto femenino del bailaor, danza casi toda la obra sentada en una silla. “Bailo para cambiar mi forma de bailar”, dijo el sevillano y hasta tal punto se busca que se viste de mujer, algo que le obliga a moverse de otra manera.

En esta obra hay momentos en que Galván solo parece un chico vestido de chica pero en muchas ocasiones parece una mujer que usara prótesis y ortopedias varias. En esos movimientos mecánicos y repetitivos, poco humanos, está el tinte tétrico, más que trágico, que le ha dado Galván a su “Amor brujo”. El ejercicio de manos, muñecas y abdominales que ejecuta Israel / Eduarda es de premio, aunque no es probable que se lo den en un festival de flamenco.

Musicalmente, este “Amor brujo” está, como el baile, fragmentado. La música, a cargo del pianista Alejandro Rojas-Marcos, sigue la partitura, pero en trocitos. “Soy la mar en que naufragas” canta David Lagos en la “Danza del juego del amor”, parte que Galván remata con pose de actriz histriónica y un grito final, afinado y pertinente.

Eduarda / Israel también se tira al suelo para bailar apoyado en las nalgas, los muslos y los astrágalos y aunque pueda parecerle a usted, que no lo ha visto, un ejercicio más de acróbata que de bailarín, la capacidad rítmica de Galván logra todo lo contrario. Israel ya bailó unas bulerías bajando unas escaleras sentado en el estreno de “La Fiesta”, pero coreografías de suelo también han hecho últimamente Rocío Molina en “Caída del cielo” o Patricia Guerrero en “Distopía”, como si los flamencos hubieran descubierto en la horizontalidad un aliado que da resultados impactantes. Hay que tener, claro, el talento de los citados.

La obra original dura 25 minutos por eso el trío de artistas ha creado una segunda parte en la que frases o melodías de “El amor brujo” se alternan con audios de Pastora o de Chacón, acompañados de la voz de Lagos, tan precisa, tan afinada, tan sabia, que también canta cachitos de tangos de Cádiz, retales de alegrías y de lo que se tercie. Con ellos, Eduarda / Israel ejecuta retazos de bailes en los que demuestra su dominio del escenario; juega con los trucos del teatro de sombras y representa, más que una historia, un estado de ánimo.

El de este “Amor brujo” es más de sonreír que de llorar. “¡Cabeza de toro, ojos de león! ¡Mi amor está lejos, que escuche mi voz!”, dice la letra que escribió María Lejárraga para Manuel de Falla y que canta David mientras Eduarda coge un cubo y ese fuego que es el amor, que es fatuo y quema, desaparece. De ese modo, el hechizo que en la obra original se desvanece con un beso de los protagonistas, acaba de forma menos poética pero más práctica. Ese es “El amor brujo” de Galván, más cómico, uno en el que canta Lagos como salido de un transistor, con tanto gusto y tan certero como Israel y Alejandro.

Esta versión deberá estudiarse en las escuelas de danza, también en las de interpretación y por qué no, en las de artes escénicas porque el juego de la luz y la creación de atmósferas es perfecta y es brillante. Y en cuanto a Galván… Galván es Galván, y basta, y quizá sea mejor gozarlo que pensarlo. Israel, ahora también Eduarda, cada vez me recuerda más a Enrique Vila-Matas, cuyos libros son diseccionados para saber qué parte de lo que cuenta es realidad, cuál ficción, quién es o qué pretende mientras él parece estar siempre divirtiéndose.

Algo así parece ocurrirle con la danza a Galván, que desde hace tiempo forma parte de ese grupo de artistas que no piensa en el público. Los hay que solo anhelan el aplauso y otros, lo hemos visto en este mismo Festival de Jerez con Rubén Olmo o David Coria, consiguen un equilibro entre lo que ellos necesitan y lo que ofrecen. Pero Galván es, desde hace tiempo, un artista que actúa solamente para explorarse. Que baila para sí mismo. Con esa apuesta puede pasar, como le ocurrió en “La Fiesta”, que la comunicación con el espectador se rompa a veces completamente. Son riesgos que debe asumir quien tanto se analiza, pero no es el caso de este “Amor brujo”, en el que vuelve el Galván al que es imposible dejar de mirar, el que transmite esa verdad que no lo es menos porque sea solo suya.

Bienvenido de nuevo, genio. Y gracias.

Galería fotográfica Israel Galván – El Amor Brujo – Festival de Jerez por Ana Palma

 

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