Dani de Morón se ‘resetea’ en la clausura de Nîmes

Dani de Moron © Sandy Korzekwa

Dani de Moron © Sandy Korzekwa

Espectáculo: Carta blanca. Guitarra: Dani de Morón. Lugar: Teatro. Festival Flamenco de Nîmes. Fecha. Sábado, 22 de enero de 2022. Aforo: Lleno.

Dani de Morón ha dejado de sonreírle a la guitarra. Como cansado incluso de su propio toque y de lo que se espera de él se presentó solo en el Festival Flamenco de Nîmes con un discurso complejo y denso que buscaba más el desconcierto que el deleite. Así, el recital de hora y cuarenta minutos con el que el artista clausuró la cita, tras tener que abandonar el teatro durante su actuación con Patricia Guerrero en la última edición a causa de una indisposición, se presentó como una oportunidad para resetear también su música y reiniciarse de nuevo.

De esta forma, reapareció un artista más experimental que volvió a sorprender por los juegos armónicos, la infinidad de recursos que maneja, el virtuosismo técnico y, sobre todo, por su riqueza compositiva. Pero que, al contrario de otras veces, no resultó amable ni cercano, ni sentimental sino oscuro, tenso, ecléctico.

Aunque reconocimos retazos de algunos de sus discos anteriores e incluso se escucharon los ecos de su tierra por seguiriyas, todo parecía estar descompuesto adrede, dando la sensación de que al guitarrista le interesa más esbozar las ideas que detenerse en el desarrollo. Sin ceder a la melodía o al ritmo.

Dani, de hecho, pedaleó en su guitarra repitiendo las notas para conseguir una nueva atmósfera seca, repetitiva, hasta pesada a veces. E, igualmente, optó por un toque sobrecargado de información y referencias que nos impedían seguirle.

Claro que el público escuchó atento y aplaudió consciente de la majestuosidad del que probablemente es el guitarrista más completo y personal de su generación. Porque, en este terreno suyo que te empuja a un precipicio sin anclajes, el artista sorprende y conmueve con una nota suspendida, una secuencia inesperada, un pulgar tenso, un silencio. En definitiva, con un abanico de matices que van a la contra de la velocidad y el exhibicionismo de la guitarra actual. Por eso, aunque nos cueste, nos gusta.

Fotos: Sandy Korzekwa

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