Andrés Marín: mostrar el hueso y dejar la carne

Andrés Marín Carta blanca Jerez

Andrés Marín Carta blanca Jerez

ANDRÉS MARÍN “CARTA BLANCA. MI FLAMENCO IMPURO” TEATRO VILLAMARTA 18 DE MAYO 2021Festival de Jerez
Baile: Andrés Marín. Artistas invitados: Segundo Falcón y José Valencia. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Percusión: Daniel Suárez. Clarinete: Javier Trigos. Zanfoña y guitarra eléctrica: Raúl Cantizano.

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A veces, la banda parece Metallica. Otras, se oye un cantar astur con cencerros incluidos. La multiplicidad de los universos de los que se nutre Andrés Marín (Sevilla, 1969) parece no tener fin. De hecho, la obra que ayer presentó en Villamarta lleva más de cinco años experimentando transformaciones de todo tipo desde que naciera en 2015 como un encargo para el Museo Picasso de París. 

El montaje no pretende engañar a nadie. Probablemente carta blanca, la antesala de mi flamenco impuro, arroja ya las señales necesarias para que quien se acerque a mirar, sepa ver. Y es que Marín se pasea por el escenario sin miramiento, camina de una figura a otra buscando el recorrido preciso de lo que cada momento requiere. Exhibe la espontaneidad de un ensayo general y la intensidad de quien no quiere bailar con menos voltaje. Ni con menos libertad.

Con un esquema de iluminación a modo de liturgia que distribuye los elementos sobre el escenario, bailará Marín con sus característicos vértices en diversas posiciones. Bien podría ser un profesor de yoga ashtanga. Todas sus posibilidades caben en Carta Blanca, incluso ésas que en ocasiones nos llevan a la confusión o al desvarío; a nada le hace ascos el sevillano, entendiendo las emociones más incómodas como parte de su búsqueda. Va al hueso, al tuétano del asunto, la carne le interesa menos.

Claro que para fluir con esa destreza cabal, puntales tiene que haber. Si no, la corriente se nos lleva y nos hace desaparecer. Esos estribos tienen nombres, apellidos y son el riego por goteo de esta experiencia (más que un espectáculo) y son, sobre todo, un José Valencia más rockstar que nunca (como ya adelantamos en deflamenco tras su recital en los Museos de la atalaya), con grupo metalero y todo. Segundo Falcón no se queda atrás, repartiéndose entre los dos el faenón de la noche.

Pero para mantener la cordura hacía falta algo más: el polifacético Raúl Cantizano (que despliega sus habilidades con la guitarra eléctrica y la zanfoña, la segunda que vemos a lo largo del Festival) y una banda base (Salvador Gutiérrez a la guitarra, Javier Trigos al clarinete -¡cómo le suena la madera!- y Daniel Suárez a la percusión) que fue el verdadero cable a tierra, más que necesario en una apuesta sincera y descarnada que lucha por hacerse comprender.

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