El guitarrista y el genio

Vicente Amigo - La Bienal

Vicente Amigo - La Bienal

Guitarra: Vicente Amigo. Guitarra: Antonio Fernández Perona ‘Añil’. Percusión: Paquito González. Cante: Rafael de Utrera. Palmas y coros: Manuel Montes y Antonio Montes ‘Los Mellis’. Bajo: José Manuel Posada ‘Popo’. Baile: Antonio Molina ‘El Choro’. Lugar:  Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes 12 de septiembre. Aforo: Lleno.

Contaba por la mañana Luis Landero en la cálida charla que mantuvo con José María Velázquez-Gaztelu como parte de las conferencias organizadas por el periodista en la Bienal, que “un artista es el que prolonga su infancia”. Aquel que es capaz de mantener viva la curiosidad, el entusiasmo, las ganas de aprender o la inocencia y sumarle, claro, la sabiduría de su magisterio y la experiencia de sus años de oficio.

Explicaba, además, el escritor que entre una obra buena y una obra mala hay muchas diferencias, pero aún más entre la buena y la obra maestra: “ahí hay un abismo”. Sobre todo, porque, extendiendo esa afirmación de Adolfo Marsillach, en este caso a la guitarra (que el autor de ‘Juegos de la edad tardía’ tocó durante unos años en su juventud y dio pie a su novela ‘El guitarrista’), “ser un buen actor -guitarrista- es o muy fácil o imposible”.

Es decir, en el genio, resulta fácil lo que sabemos inalcanzable para la mayoría. También porque es capaz de, con los mismos elementos conocidos, construir nuevos lenguajes y proponer nuevos territorios. Por eso, a Vicente Amigo le bastó salir al escenario y tocar los primeros acordes para que el público, entusiasmado, supiera -y le agradeciera- que lo suyo es otra cosa. “Me gusta hasta afinando”, reconocía un emocionado aficionado desde la fila de atrás.

Como él mismo destacaba del torero Pablo Aguado al que le quiso dedicar el tema de Sevilla –“es el amor toreando”- la guitarra de Vicente desata la locura y es difícil controlar las ganas de vitorearle, jalearle o comértelo a besos. Por un lado, porque su sonanta suena distinta, poderosa y sensible, segura y vulnerable al mismo tiempo. Por supuesto, también por su virtuosismo, la velocidad de sus dedos y el soberbio manejo de los ritmos y los tiempo. Pero, lo más importante es que la guitarra de Vicente tiene mundo, destila espiritualidad y vida, arrastrándonos a través de sus melodías a otros universos a los que parece apuntar cuando proyecta su cabeza al cielo.

En su repertorio de bulerías, tangos y algunas de sus composiciones más conocidas, Vicente Amigo invitó al público del Maestranza a soñar con un mundo más luminoso, sumergiéndolo en una amable atmósfera en la que fue imprescindible la complicidad y la réplica del resto del elenco, principalmente de su escudero, el gran Paquito González, a quien no dejó de buscar durante toda la noche. El recital no fue el mejor de Vicente. Fue de más a menos porque faltó variedad en los temas (echamos de menos las seguiriyas o las alegrías, por ejemplo) y sobró la constante alusión a lo taurino que monopolizó absolutamente todas las letras. Pero, qué más da, si hablamos de Vicente y cualquier nota suya es poesía.

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