Bastián de Jerez: «En todos los países hay una peña con una foto de Camarón»

Bastián de Jerez

Bastián de Jerez

Por Lucía Ramos Aísa

Hace 15 años Bastián visitó París y se quedó. En su cabeza llevaba un archivo de palos y letras, la memoria de una amistad con Camarón y los recuerdos de los cantes de su patio en el barrio de Santiago de Jerez de la Frontera. Y en el currículum, haber sido palmero en Los Canasteros, haber escrito letras para otros cantaores (Antonio Reyes, La Susi o El Torta) o haber acompañado a figuras del baile como la Tati o Diego de Jerez. Desde entonces ha transmitido a centenares de alumnos de diversas nacionalidades lo que no se puede explicar: cuándo hay que entrar a cantar en una bulería o por qué cantar una soleá es como caminar por un precipicio.

En 2021 materializó los poemas de toda una vida en su primer libro, Memorias de mi patio: “Vivo en la ciudad de las luces, pero cada noche duermo en Jerez”, expresa uno de sus escritos. Desde el Barrio Latino, a pocas calles de la casa donde Ernest Hemingway escribió París era una fiesta, Bastián nos cuenta cómo se hace para coger un cachito de Cádiz y hacerlo brotar a miles de kilómetros.

Morente dijo: “El flamenco se aprende en el aire”. ¿Cómo se enseña algo que se aprende en el aire?
El flamenco siempre ha sido oral. Es difícil de enseñar porque lo tienes o no lo tienes. Lo que más trabajo me cuesta que cojan los alumnos es el instante, el momento. También la pronunciación, que ahí también está el ritmo.

¿Cómo transmites esa intuición que no se puede explicar?
Es muy difícil. Porque tienes que vivir cada día, cada momento, con flamenco. Te tienes que levantar y te tienes que dormir escuchando flamenco. Tienes que leer, tienes que soñar… Te haces dos mundos: el real y el surreal.

¿Y el flamenco cuál es?
El surreal. Porque para un francés o para un alemán es muy difícil crear ese mundo, entonces se lo tiene que inventar. He conocido a personajes increíbles aquí en París o en Alemania que se levantan y hacen como el que está en un patio andaluz. Se ponen su café y se visten como un flamenco. Bueno, pensaban ellos que ponerse un pañuelo de lunares y un sombrero ya es flamenco. Pensaban que es así ser gitano o flamenco y querían vivir aparte de la sociedad que estaban viviendo.

“En el mundo entero, por raro que sea el país, hay una peñita con una guitarra colgá y una foto de Camarón”

¿Tú cómo aprendiste a cantar?
Ni me acuerdo. Jugando. Pero de pequeño para mí el flamenco era un castigo. Cuando yo tenía 3 o 4 años, a las 11 de la noche lo que quería era dormir. Pero llegaba mi abuelo con sus amigos de la calle, borrachos, y empezaban a cantar en el patio. Entonces me despertaba, y sin yo querer escucharlo lo tenía que escuchar. Pero yo no quería flamenco ni en pintura. Después, poco a poco… en mi patio las puertas no se cierran nunca y yo escuchaba.

¿Y cuándo te interesó?
Pues con 14 me interesaron más cantes. Porque yo lo único que hacía era la bulería, que ahí en Jerez es el pan de cada día. Desde que tienes tres meses ya te está haciendo tu madre: “Ta, ta, ay, ay” [da palmas]. Entonces se te tatúa el compás dentro de ti. Pero de adolescente empecé a preocuparme por qué era una alegría, por ejemplo. Escuchaba a El Chocolate, al Terremoto… a la gente de allí: Jose Mercé, Camarón. ¿Qué es un fandango? ¿Qué es un fandango de Huelva?

¿Quiénes fueron tus maestros?
No tuve. Escuchaba en el bar, en la calle, en el patio, en las bodas, en los bautizos… Y ya de pequeño empecé a componer. Mi vecina le decía a mi madre. “¿Este niño dónde ha escuchado este cante?”. Y entre los niños jugábamos con lo que veíamos: íbamos el sábado a una boda, y el domingo entre nosotros la copiábamos. “Hoy se casa la Juana y el Manuel”, y jugábamos a hacer una boda como los mayores, y cantábamos lo que ellos cantaban.

¿Por qué viniste a París?
Vine por una invitación que me hicieron, y me gustó la forma que tenía la ciudad, la arquitectura, la gente… me gustó y me quedé, sabiendo que yo iba a cantar. Porque en cada sitio, en el mundo entero, hay un hueco donde hay flamenco. Por muy raro que sea el país, hay una peñita con una guitarra colgá y una foto de Camarón. En Armenia, ¿te imaginas? O en Marruecos, en un pueblo perdido, me he encontrado un sombrero cordobés, una guitarra y decía… ¿esto qué es? Flamenco. Y siempre Camarón. Camarón y Paco son los culpables de que el flamenco esté tan adulterado.

Pero si a ti te encanta Camarón.
Y Paco, claro. Pero al mismo tiempo ellos son los culpables de que esté tan adulterado, porque han abierto la puerta del resto de países. Ellos dijeron: “¡Eh! Que el flamenco existe”. Yo muchas veces veo cosas que digo… si esto lo viera la gente de mi calle, ¿qué dirían? Es una burla al flamenco. Por ejemplo salir en bragas a bailar, o con una teta fuera.

Pero el flamenco se tendrá que modernizar.
Pero no tanto. Por una parte está bien que llenen estadios y teatros. Pero después la gente quiere un flamenco puro, que era para cuatro y es para cuatro. No es para masas, es para una minoría.
Vas a un espectáculo y ves a un tío tocando la guitarra al revés, o a uno bailando con una careta de un caballo porque están representando una obra. No saben qué hacer para llamar la atención. Quédate en tu baile contemporáneo, que está muy bien. ¿Para qué tienes que meter la palabra flamenco? ¿Para atraer a más gente?

Siempre está buscando su espacio el flamenco, y tú dices que hay que aceptar que el flamenco no es para la mayoría.
Tú puedes buscar más espacio, pero antes de innovar te tienes que aprender la lección. Tienes que cantar por soleá, por seguiriya, por alegrías… luego innova. Pero, ¿de la noche a la mañana tú dices que eso es flamenco? Por ejemplo, los Ketama. Ellos venían de hacer flamenco flamenco, de estar cada noche, cada día, durante años y años en un tablao. Y después hicieron flamenco fusión.

¿Quién te gusta del panorama actual?
Luis Moneo. Pero en general me parecen todos iguales. Durante los 60 y los 70 tenían su personalidad: Juan Villar, Chiquetete, Lebrijano, Terremoto… cada uno tenía un estilo. Hoy si tú miras son todos camaroneros y todos iguales.

¿Ha sido difícil hacerte un hueco como profesor de flamenco en París?
Sí, mucho. Porque los cuatro o cinco que hay aquí cuando vieron que yo me quedaba, pensaron: no interesa que se quede porque trae el flamenco de verdad. Entonces con paciencia… no pretendía ser millonario ni mucho menos. Con vivir de lo que me gusta y ducharme dos veces al día, ya es suficiente.

Cuéntame cómo conociste a Camarón.
Camarón cantaba cosas mías sin conocerme. Yo tenía contacto con su hermano Jesús, que le llamaban “el Pijote”, y me decía: “Mi hermano te quiere conocer”. Y yo no me lo creía, claro. Y un día se presentó en mi casa. Cuando tocó la puerta me quedé blanco, estaba viendo a mi ídolo. Y Camarón me dijo: “¿Dónde te metes?”. Y a raíz de ahí, surgió una amistad. A mí me cantó el estribillo de “Soy gitano” un año antes de que la escuchara todo el mundo, yo estaba viviendo algo histórico. Y él era sabio, fíjate si era sabio que es el cantaor de este siglo.

Será del siglo pasado.
Del siglo pasado, y de este.

¿Quieres decir algo antes de apagar la grabadora?
Que el flamenco seguirá siendo de una minoría, para una minoría.

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