El tablao como metáfora

ZINCALÍ en el Corral de la Morería.

José Manuel Gómez ‘Gufi’

En el flamenco cada generación es producto de sus experiencias. Estás marcado por lo que sabes tanto como por lo que ignoras. Por ejemplo nunca había pisado un tablao hasta el siglo XXI. En los primeros años ochenta el flamenco llenaba los recintos universitarios y también el palacio de los deportes de Madrid. Era un espejismo sociológico producto del impacto de los precios populares con un cambio de ciclo que anunciaban las revoluciones en marcha de Camarón, Paco de Lucía y Morente. Combinábamos las cumbres con los tugurios de rock y de jazz que se abrían a los flamencos y ahí es donde se empiezan a repetir las caras y descubres que la afición es un cuentagotas. Luego llegaron lugares deliciosos como los jardines de Cecilio Rodríguez en el Retiro (donde era agradable estar aunque programaran música dodecafónica). En mi generación tardamos mucho tiempo en reconocer que los tablaos era uno de los ecosistemas habitados por flamencos. El caso es que cada vez que escuchábamos hablar de un tablao pensábamos que no teníamos ni la mentalidad ni la cartera de un turista. Error.

Hay muchas razones para ir al Corral de la Morería, las mías comienzan por el equipo de profesionales que elevan el nivel día a día. “Cuanto mejor flamenco haya en Madrid, mejor nos irá a todos” dice Juan Manuel del Rey y con ese buen karma han hecho que el flamenco sea uno de los grandes motores de la escena musical madrileña. Luego están los seres legendarios que han estado ahí como Boris Karloff (Frankestein) y Ava Gardner. La comida de David García y no lo olviden lo principal: Los artistas. 

“Zincalí” es el espectáculo dirigido por Antonio Najarro que fue durante ocho años director del ballet nacional y que también montaba las coreografías del patinador Javier Fernández. Así que el espectáculo del Corral parece diseñado para triunfar ante el gran público.

UNA BAILARINA EN EL TABLAO

El Yiyo es uno de esos portentos que nació para el espectáculo siendo un niño y que ha entrado en la edad de florecer en las coreografías ajenas. La primera escena es de cajón y consiste en utilizar todo el escenario. En todas las direcciones. En el vértice de la escena se produce el primer gran impacto del espectáculo con la figura de una bailarina como Inmaculada Salomón que emerge entre las mesas con un impresionante traje blanco que pertenece al armario de Blanca del Rey. La elegancia de la dama y la armonía a la hora de pasear el vestuario convierten a la primera bailarina del ballet nacional en una metáfora de todos los que nos acercamos al flamenco. Así vivimos una transición a las innovaciones trasparentes de los diseños de Oteyza. Por contraste la figura de Belén López nos trae a una bailaora que cumple con todo lo que se puede esperar de una primera figura del flamenco. Y aquí cuando se dice todo, se habla de la expresión y el temperamento que hicieron grandes a Carmen Amaya. Luce bata deconstruida con traje a juego. A mi alrededor no se ponen de acuerdo sobre el atuendo. El coreógrafo parece orgulloso por domar el ímpetu de su primer bailaor y el Yiyo luce sus portentos y una capa española con la que intenta emular a Curro Romero, ahí es donde la cosa se complica. Curro no estaba todos los días enduendado así que echamos en falta la pausa en los naturales. El espectáculo camina rapidísimo. La música es obra de José Luis Montón que ejerce de guitarrista con Jesús Losada, la flauta de Juan Carlos Aracil y el cajón de Paco de Mode con el cante de Inma La Carbonera y Miguel de la Tolea que van insertando en el repertorio piezas como el “Gitana” de Manzanita, cantes de Camarón y Lole y Manuel entre otros. Todo confluye con “enjundia” de nuevo con piezas del armario de Blanca del Rey en el que podemos contrastar la eficacia de la Inmaculada Salomón a la hora de moverse en el territorio flamenco junto a Belén López en un pacto coreografiado para mayor gloria del público con la guinda de El Yiyo.

 
 
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