XVIII Festival Flamenco Caja Madrid. Toni el Pelao & La Uchi / Diego el Cigala

Resumen: XVIII Festival Flamenco Caja Madrid. Toni el Pelao & La Uchi / Diego el Cigala

XVIII FESTIVAL FLAMENCO CAJAMADRID 2010

Teatro Circo Price
17 de febrero de 2010 – 21:00 horas

 

TONI EL PELAO Y LA UCHI: La dinastía centenaria del baile flamenco.
Baile coreografía y dirección: Toni el Pelao; Baile: La Uchi; Guitarra: Luis Miguel Manzano, Juan Serrano; Cante: Pepe Jiménez, José Anillo.

DIEGO EL CIGALA
Cante: El Cigala; piano: Jumitus; contrabajo: Yelsi Heredia; Percusión: Porrina; Guitarra: Morao.

Especial Festival Caja Madrid 2010. Programación, reseñas, fotos…

LA GESTIÓN EFICAZ DEL ARTE

Texto: Manuel Moraga
Fotos: Rafael Manjavacas

Noche de gitanería madrileña en la tercera entrega del Festival Flamenco Cajamadrid, que da su sitio a un cantaor criado en el barrio del Rastro y a una familia de artistas centenaria que han llevado siempre a Madrid por bandera: los Pelaos. El actual patriarca artístico de la dinastía, Toni el Pelao, tuvo un emotivo reencuentro con el escenario tras haber estado hace unos meses al borde de la muerte. Por su parte, El Cigala nos trasladó del barrio de La Latina al corazón más latino del Nueva York.

Sí señores, Madrid ha dado y dará mucho todavía al flamenco. No se trata de ser como aquel castizo de que decía “¿pero acaso se pué ser de otro sitio?”, pero tampoco conviene perder de vista lo mucho que pesan “los madriles” en el territorio inmaterial y transfronterizo del flamenco. Academias como el Centro Amor de Dios, espacios como Casa Patas o Las Tablas,  artistas como Serranito, La Tati, El Güito, el Yunque, Jerónimo Maya, José Maya, Pedro Sanz, Alfonso Losa, el Entri, Jesús de Rosario y una larguísima lista de artistas más nacieron en “El Foro”, por no hablar de otra inagotable relación de flamencos que sin nacer en Madrid  han pasado y pasan por esta ciudad para formarse o para trabajar. Y no lo dice precisamente un enamorado de Madrid, que no lo soy. Es más, ni siquiera soy madrileño, pero eso no quita para que las cosas sean como son.

Pero entrando en materia, tengo que comenzar diciendo que hace prácticamente unas horas mantenía una entrevista con Belén Maya para el programa “El Callejón del Cante” (Radio Exterior de España) en la que la bailaora me contaba que su línea de trabajo actual no pasa por obsesionarse con lo que comúnmente conocemos como “la técnica”, sino en saber extraer el máximo rendimiento posible de sus condiciones y circunstancias. A eso lo llamaría yo la gestión eficaz del talento y, por tanto, del arte. Y unas semanas atrás, también en “El Callejón del Cante”, Manuel Liñán explicaba la dificultad que sentía para dibujar la supuesta línea que separa lo tradicional de lo moderno ya que precisamente “la tradición va avanzando”, comentaba el bailaor granadino. Pues bien, ambos discursos me llevan directamente a lo que significan Toni El Pelao y La Uchi.

En la vorágine de la sociedad actual por consumir todo lo que huele a joven, se nos olvida con demasiada frecuencia que hay valores inmutables en todo: también en el mundo de la danza. Muchas veces confundimos lo joven con lo nuevo, y no es lo mismo, como tampoco es igual ser culto que ser sabio. Si la humanidad no reflexionara en este sentido, muchas generaciones se habrían quedado sin conocer a Eurípides, Shakespeare o Unamuno con el único argumento de que Stieg Larsson o Ruiz Zafón son autores más recientes y su técnica literaria se ajusta más a las expectativas contemporáneas. En definitiva, estamos hablando de clásicos, que es justamente lo que, a mi entender, representan en el baile flamenco Toni El Pelao y La Uchi. Se puede rivalizar con ellos en aquello que convenimos en llamar “la técnica” (la dichosa técnica), pero sus conceptos estéticos son indiscutibles y a ellos es necesario volver de vez en cuando para extraer nuevas conclusiones.

Este verano Antonio Manzano Bermúdez, Toni el Pelao, se salvó milagrosamente de una rotura de aorta que le sobrevino en mitad de una calle de Lavapiés. Pero su naturaleza y su casta han podido más , feliz y definitivamente recuperado del percance, ha vuelto a encontrarse con los escenarios para demostrar, entre otras cosas, que su estilo atraviesa los vientos modernos y permanece. La caña, la farruca –marca de la casa-, alegrías y romeras fueron los estilos interpretados, a los que hay que sumar la malagueña de José Anillo y la soleá de Pepe Jiménez, porque Toni El Pelao sabe ser generoso con la gente de atrás. Esa vuelta a la vida del Pelao estuvo flotando y recorriendo toda su actuación.

La colocación, los brazos, las estampas, la verticalidad, el protagonismo pleno del conflicto (sin adornos superfluos) hacen que el baile de de estos dos maestros suponga una comunicación permanente e intensa con el público. Y para ello no hace falta recorrerse el escenario a mil  revoluciones por minuto: lo que importa realmente es el peso escénico y la conciencia  de que lo que allí se oficia es una verdadera comunión que se alimenta de ese material sensible que es el arte. La Uchi y El Pelao son fieles seguidores y artífices de esa religión.

Pero además, el baile de los dos –y sobre todo de Toni-  es absolutamente madrileño. El Pelao tiene esa “chulería” –en el sentido castizo de la palabra- que tienen los madrileños de toda la vida. Baila con nervio pero sin tremendismo, con tensión, pero con delicadeza, sin decomponerse jamás y sin barroquismo. “Estoy muy contento de volver a trabajar en mi tierra, en Madrid”, dijo El Pelao antes de despedirse. Y el Madrid flamenco tiene la obligación de tener muy presente el privilegio de contar con la saga de bailaores más larga del mundo de lo jondo. 

Por su parte, otro madrileño, El Cigala, planteó una interesante actuación a caballo entre el flamenco y el latin jazz que quiso dedicar al recientemente desaparecido Fernando Terremoto. Comenzó por tonás y romances e inmediatamente se metió en la taranta y en la soleá. En estos estilos cantó quizá en un tono demasiado bajo para su potencial y su registro, aunque hay que reconocer que los medios y los graves del Cigala resultan de una gran belleza. Poco a poco el recital fue tiñéndose de latin jazz y la fusión iba resultando espléndida. El Cigala es pura musicalidad y búsqueda continua del pellizco y la gitanería. Explora melodías y juega continuamente con el ritmo porque está pasado de compás. La rumba fue todo un prodigio, como también lo fueron las versiones de “La bienpagá” o “Dos gardenias”, pieza en la que se incorporó el maestro Jerry González, buscador incesante de melodías imposibles con su trompeta. Excelentes músicos todos los que acompañaron anoche a ese fenómeno de la naturaleza que es, cuando quiere, El Cigala. Así que en una misma noche teñida de casticismo pasamos del flamenco más tradicional a la fusión más cosmopolita.

La tradición va avanzando, dice Manuel Liñán con toda la razón. Y en esa dialéctica enriquecedora hay que aplaudir, insisto, a artistas como El Pelao y La Uchi, que con setenta y un años que tiene él (de las damas no es educado decir la edad), siguen subiéndose al escenario con toda la dignidad  y la sabiduría del mundo para defender su concepto del baile flamenco con sus condiciones y circunstancias, exprimiendo todo el arte posible con los mínimos recursos: tarea nada fácil porque, a mi juicio, es más complicado expresar desde la contención que desde el grito. Tal es la gestión eficaz del arte que realizan.

Más información: Especial Festival Caja Madrid 2010. Programación, reseñas, fotos…


Salir de la versión móvil