XV BIENAL DE FLAMENCO. 'Dos voces para un baile' Cía Javier Barón

XV BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA

“Dos voces para un baile”  
Cía. Javier Barón

Programa de mano (PDF)
3 de octubre, 2008. 2030h. Teatro Lope de Vega

ESPECIAL BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA 2008

Texto: Estela Zatania
Fotos: © Archivo Bienal de Flamenco, Luis Castilla

Baile: Javier Barón.  Cante: José Valencia, Miguel Ortega. Guitarra: Javier Patino, Ricardo Rivera. Palmas/baile: Antonio Molina “El Choro”, Juan Diego.

Antes incluso de que Javier Barón fuera galardonado hace veinte años con el Giraldillo de la Bienal, yo ya lo había descubierto – estos momentos de hallazgo personal que todos tenemos, de ver a un artista joven y desconocido y pensar “un artista excepcional”, o si es una persona madura, “¿por qué este artista no es máxima figura?”   

Ahora, dentro del marco de la misma Bienal que le concedió aquel honor, llega Barón con su obra “Dos voces para un baile”, y me encuentro con ambos pensamientos en la cabeza: Javier Barón es uno de los mejores bailaores actuales, pero no acaba de alcanzar ese estado ansiado por todo artista profesional, el de máxima figura consagrada.

Quizás sea la ausencia de extravagancia y efectismo en todo lo que hace.  Es un baile comedido, sincero y esencial, “a cuerda pelá”, con una limpieza de línea y un concepto que no exige al espectador, sino que le invita a dejarse llevar.  

Por motivos ajenos al baile, “Dos voces para un baile” no es la mejor obra de Barón.  El comienzo, con el bailaor sentado, inmóvil, a un lado del escenario, envuelto en una nube de humo, escuchando su propia voz en off recordar los comienzos de su carrera, te prepara para un viaje biográfico que nunca materializa.  Después de mucho rato, se vuelve discretamente a la narrativa, pero para entonces, el hilo se ha roto, y el espectáculo ha tomado la forma de un recital tradicional de baile, sin intención de argumento.  Se pretende que los números fluyan uno tras otro sin costura aparente, pero hay transiciones desorganizadas.  La deprimente oscuridad de una moda que no da tregua (empiezo a leer crónicas del extranjero que hacen referencia a la “típica” falta de iluminación en el flamenco), resta energía.  Se hace uso de dos bailaores, Antonio Molina “El Choro” y Juan Diego, como palmeros, un concepto original que no se cuaja; cuando insertan su bien ensayado baile, es un cruce entre palmeros ambiciosos y bailaores vagos.

Otro experimento tuvo mejor suerte.  Aprovechando el alma binaria que se esconde en segundo plano de la bulería, y que permite viajar libremente entre tangos y bulerías, se hace precisamente eso varias veces; es casi una travesura, pero hay posibilidades sin explorar.

Entre cantes, bailes y solos de guitarra, se despacha un admirable surtido de formas: farruca, taranto, levantica, fandango del Toronjo en homenaje al mismo (el cantaor Miguel Ortega recibe una calurosa ovación), trilla, abandolao, siguiriya, malagueña, guajira, tangos del Piyayo y de Triana…  Y la magnífica soleá de Javier, natural de Alcalá, tierra solearera, con bulerías muy suyas, muy sabrosas. 

Al final, los aplausos más o menos formalitos para los componentes, contrastan con el tremendo tsunami de agradecimiento, gritos y aplausos para Javier Barón – es señal de una obra discreta, y un artista indiscutiblemente genial.

 

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