Una conmemoración para el recuerdo

Dos generaciones - Cante jondo - Festival de Granada- - foto: Fermín Rodríguez

Dos generaciones - Cante jondo - Festival de Granada- - foto: Fermín Rodríguez

DOS GENERACIONES.
Al cante: Rancapino, José de la Tomasa, Juan Villar, Vicente Soto ‘Sordera’, Jesús Méndez, Antonio Reyes, Antonio Campos y Kiki Morente.
Al toque: Miguel Ángel Cortés y Miguel Ochando.
Artista invitado: Pepe Habichuela
Patio de los Aljibes de la Alhambra. Lleno *****
Festival Internacional de Música y Danza de Granada

Juan P. Martín

La noche estaba templada. La luna llena asomaba septentrional por encima de la Puerta del Vino, hermosa imagen inmortalizada en una pieza homónima que Debussy compuso inspirado por una postal de este enclave alhambreño enviada por Manuel de Falla en los prolegómenos del concurso. A lo lejos se oía el bullicio de la ciudad. De buen seguro, en 1922 el silencio tuvo que ser casi sepulcral, exonerados del tráfico y el bullicio propio de nuestros días. A lo sumo, una zumaya lorquiana cantando a lo lejos.

Tras el exordio previo donde se recordó a Federico, Falla, Juan Ramón, Zuloaga, Edgar Neville, un joven Caracol de 12 años o Juana La Macarrona gritando “¡Esto es lapoteosis!” cuando cantaba El Tenazas con 73 primaveras, abrió la noche el maestro Pepe Habichuela, último patriarca del toque granaíno que se disputa las más altas consideraciones del panorama guitarrístico actual. Nacido en las cuestas de San Luis, forjado en las fraguas del Sacromonte y catapultado a la fama en el Madrid de los años 60, este tocaor de enjundia, abrió la noche por granaínas, con el sonido único e inconfundible de las fuentes que descienden de la Alhambra hasta el río Darro, cristalizadas en su trémolo. Cerró el acto por soleá, su buque insignia, donde exhibió algunos de sus detalles más personales en las síncopas, paseíllos de gran sabor flamenco y un exuberante pulgar.

Paso ahora para la veteranía de José el de la Tomasa y Vicente Soto. Sevilla y Jerez en un mismo escenario, mano a mano. Aunque, en este caso, Sevilla tamizada también por la ciudad de las bodegas, pues el maestro de la Tomasa desciende de esa gloriosa dinastía de cantaores jerezanos del barrio de San Miguel, donde destaca Manuel Torre, aquel “gitano legítimo”, que tenía “tronco de faraón y cultura en la sangre”, y que acudió a Granada invitado por Falla y Federico para cantar por seguiriyas y hacer crujir hasta las murallas de la Alhambra, según cuentan las crónicas. Con las guitarras de Miguel Ochando y Miguel Ángel Cortés, que fueron un remanso de armonía y abrazos acompasados a cada tercio del cante, José comenzó libre interpretando: “Dale limosna mujer / que no hay en la vida ná / como la pena de ser / ciego en Graná”, para pasar a los aires de la Moreno, con templanza, aplomo y buen gusto. Vicente Soto desplegó el arsenal jerezano, con los matices propios de su tierra, muy marcados en la acentuación y la rítmica, y evocando constantemente al barrio que fue su cuna. “Chapeau”.

Con las mieles de este primer mano a mano, llega la juventud para abordar los cantes por seguiriyas. Mismas sonantas para distintas voces: Jesús Méndez estuvo soberbio, arrebatado, dejándose la piel en una breve pieza siguiriyera del corte de Manuel Torre y remate de Manuel Molina. Continuó esta senda Antonio Campos, con una entrega absoluta, buscándose en los pellizcos y los detalles más espeluznantes de este estilo, para rematar con los aires de Curro Dulce. Cierra la tanda Kiki Morente, que ofreció un banquete de buen gusto, sensibilidad, armonía y fantasía musical en torno a la seguiriya. Tres formas, tres conceptos, que levantaron una calurosa ovación del respetable.

La luna había avanzado en su camino a través de las estrellas, cuando se produzco el momento memorable de la noche. Visiblemente mermado de la vista, Rancapino (padre) subió hasta su silla ayudado por varias personas. A su derecha se sentó Juan Villar y, en el extremo, Antonio Reyes. Las guitarras se templaron por soleá y Rancapinos, muy despacito, con su voz quebrada, con su voz rota por la vida, con esa forma inusual de cantar desde dentro hacia más adentro, soltó, en las formas de Alcalá y como en un susurro, “¿A quién le voy a contar yo / las penas que estoy pasando / yo se las voy a contar a la tierra / cuando me estén enterrando”. Y valió solo esa letra, y valió solo esa interpretación tan verdadera, única y e irrepetible que solo podía acontecer allí, en la misma latitud geográfica donde otro anciano Tenazas provocó que La Macarrona gritara “Esto es lapoteosis”, para que el maestro Juan Villar llorara como un niño chico escuchando a su compañero de toda la vida, y un erizarse de cabellos sacudiera a todo el recinto.

Juan Villar compuso su gesto como pudo para abordar la soleá inspirado, con sus trinos morenos de camacho, con su voz de “soníos negros”, evocó Alcalá y Cádiz hasta que se deshizo en el último tercio, alcanzando tonalidades imposibles, con ese decir aguardentoso de sello intransferible. Remata esta tanda por soleá el joven chiclanero Antonio Reyes, muy reposado, gustándose en cada tercio, concentrado, consciente, a buen seguro, del momento tan especial que estaban protagonizando, y poniendo el broche de oro a un instante para el recuerdo.

Los más veteranos ocuparon ahora la escena. Rancapino no se movió de su asiento, como Juan Villar, y subieron Vicente Soto y José de la Tomasa, para cantar unos fandangos que hicieron las delicias del público y provocaron aplausos a cada intervención. Con el alma de la afición en todo lo alto, la noche se despidió por bulerías, en las que cada uno de los cantaores mostró su personalidad en este estilo. No hubo baile ni pataílla, pero si buen gusto y un muestrario de la belleza, la complejidad y la enorme variedad de esta joya musical llamada flamenco.

El Festival de Música y Danza dejó el listón en todo lo alto con esta conmemoración para el recuerdo que reunió algunas de las voces más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, junto un puñado de cantaores que marcarán la senda del flamenco en el siglo XXI. Una noche para conmemorar la efeméride del Primer Concurso de Cante Jondo de 1922, que acabó transformándose en un acontecimiento en sí mismo que será recordado en décadas.

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