Prueba de tono y ronroneo

Sandra Carrasco - Sala García Lorca

Sandra Carrasco - Sala García Lorca

Sandra Carrasco/ Paco Cruz – Sala García Lorca/Casa Patas

Ocurre cada vez que voy a la sala García Lorca, tengo que hacer una prueba de tono, que es lo que hacía Edison con su gramófono entre 1915 y 1925 según narra Greg Milner en el libro “El sonido y la perfección” (Lovemonk). Llegaba a un teatro, sacaba a una cantante de ópera que interpretaba una composición y luego desataba el asombro entre la concurrencia porque detrás del telón -¡oh milagro!- la voz procedía de un gramófono. Aquellos asombrados ciudadanos estadounidenses jamás habían escuchado una voz grabada con aquella nitidez.

Pues llegas a la García Lorca y está contando Sandra Carrasco lo nerviosa que está por estar ahí, así sin micrófono, y lo primero que se escucha es “no se oye” y no tienes el recurso de mirar al ingeniero de sonido de turno. Así que la cantaora se alerta y la gente también. Hay una foto maravillosa de Paco Manzano en el colegio de médicos (que sí que tenía equipo de sonido) donde todos los espectadores están inclinados hacia el cantaor para no perderse ni una miaja. Así que cambiamos de postura y en lugar de recostarnos para ver lo que nos dan, toca arrimarse y aguzar el oído.

 
 

Aún así la primera parte la escuchamos como en MP3 con algunas partes imaginadas. Comenzó por la granaínas de Morente en el disco de Lorca, siguió por Marchena en aquello del luto y la fruta colorada. Avisó de que estábamos en el ciclo flamenco en la frontera y que no iba a cantar por seguiriyas y tiró del actual trabajo que está grabando su “Homenaje a Canalejas de Puerto Real” (dice la wikipedia que era un payo que descendía de una familia gitana, los Paquirri de Jerez, ojú) introdujo copla y remató volviendo a Cuba con versos criollos que en Cuba llaman de “Tiempo España” para hablar de las rumbas añejas.

En la segunda parte todos estábamos en el tono, todo sonó mejor y más fuerte y comenzó por las alegrías de la Perla y sonó la guitarra de Paco Cruz acompañando todos los cantes de Sandra llenando la sala de imaginación y gusto, delicadeza, y esa manera de insinuar los dulces ronroneos que tenía Manolo Caracol. Había complicidad y se mitigaron los jaleos y los oles para que nada ni nadie nos privara del arte de los prodigios. 

Otra vez, un cante y una guitarra y casi un centenar de motivaciones para escuchar a Sandra. Escucho: “A mí ni siquiera me gusta el flamenco, pero esa voz…”  Conocí a Sandra Carrasco en un festival de jazz, pero los estilos se le quedan pequeños, se fue de gira con Anouska Shankar y le montó la banda flamenca al bajista camerunés Richard Bona, acaba de editar disco con el pianista madrileño Pedro Ojesto, grabó los relatos de Eduardo Galeano con Rycardo Moreno y anda cantando a Electra con el ballet nacional entre otras cosas. Pero, donde es imbatible es cuando va con “Música en Vena” a la sala de un hospital y canta nanas y lo que sea menester y ves a los bebes despertando a la luz y a la vida entre padres y enfermeras ensimismadas por la belleza. Más viejos y más pellejos, a nosotros nos pasa lo mismo cuando nos canta un fandango de su tierra.

Salir de la versión móvil