Nuestro amor es así. Pero así, ¿cómo? El Cigala en Pirineos Sur

Cigala en Pirineos Sur

Cigala en Pirineos Sur

Texto & fotos: Tamara Marbán Gil

El Festival Internacional de las Culturas Pirineos Sur inauguró su XXVI edición con la presentación del último trabajo discográfico del cantaor madrileño, Indestructible, y un homenaje a Leonard Cohen. El público, en una noche fría de por sí, no consiguió entrar en calor.

Había muchas maneras de conectar con El Cigala la noche del viernes, 14 de julio, en un pueblo perdido de Huesca. Podía una recrearse en la contemplación de la peña Foratata y demás cumbres que rodean un escenario envuelto en la magia pirenaica. Había quienes fueron a hacer palmas a compás, y también aquellos que sienten pura atracción por un nombre conocido. También quienes sí habían leído el programa y sabían que Diego Ramón Jiménez Salazar brincaría de Cuba a Puerto Rico y a Colombia, pasando por Venezuela, New York, Miami y República Dominicana para presentar Indestructible, el último trabajo discográfico del cantaor madrileño.

Bien valía, para amarrarse a lo que sucedía en el escenario y soñar, el sencillo y sentido homenaje de Paula Domínguez (cuidaíto con la técnica vocal de la malagueña) y Rocío Segura (más afinada esta vez que en la última Primavera Flamenca oscense) a Leonard Cohen con una banda formada por músicos que habían acompañado al maestro en sus últimas giras. Especialmente delicioso estuvo al violín Álex Bublitchi, dicho sea de paso, que conseguía multiplicar la belleza de una noche que no auguraba amparo meteorológico.

Pasaba la medianoche y más de 2.600 almas aguantaban la rasca: un año entero aguardando uno de los festivales más antiguos y fructíferos de Aragón, y El Cigala prometía. Cómo no aguantar. Cómo iba a ser, si no. Y ojo: que no seré yo quien le ponga puertas al campito: una ama el flamenco y ama la salsa por encima del bien y del mal y, si además, van de la manito, poco más se le puede pedir a la vida. Sin embargo, las pegas llegaron. Y tengo varias.

A saber: que tengas a Jumitus Calabuch repiqueteando hasta el desconcierto una intro al piano, dilatando la paciencia de sus dedos virtuosos y tratando de adivinar cuándo vas a querer, oh sultán, entrar al tema. Y no me digas que para eso está. No te lo perdono: que tengas una orquesta caleña exquisita caminando sobre compás primigenio, con congas voladoras y propicios requiebros, a tus pies, poniéndolo todo a tu servicio y en bandeja en lugar de sumar tu brillo, tantas veces escrito con letras de bronce, al suyo. No te lo perdono, Diego, porque se me antoja la flojera detrás de tus cuerdas vocales talladas en aleación oscura. Te salva, entre otras cosas, que no desafinas ni queriendo. Y que el trío de metales está a la altura de la mejor factura caribeña; tanto así que bien podríamos estar en Cartagena, Villa Juana o Baracoa y no en un lugar aislado, helador y fronterizo, desangrado por la despoblación.

Con Lágrimas negras, Veinte años y Cóncavo y convexo hubo una remembranza de otro tiempo, y volviste, y te quedaste solo con el piano, a pecho descubierto, y entonces se oyó un quejido, pero no era tuyo. Alguien gritó ¡canta gitano! como un reclamo impostergable, como si ya no lo hicieras, como si quien lo dijo extrañara de ti ese eco que no estuvo. Como si una pudiera quitarse y ponerse la gitanería con un automatismo. Y respondiste con la Nana del caballo grande. Si no fuera porque tú no mentas a Camarón en vano pensaría qué artilugio facilón, y qué putada. Pero no, porque una cosa es que Lanuza no te perdone y otra muy distinta que no te perdones tú. Toma, ¿cante gitano?, dos tazas llenas.

¿Tanto le pedimos a quien le cantó a Farruco? A quien tanto se le notan los años en América Latina con ese regalo en forma de mestizaje sonoro de noches interminables de salsa brava, de merengue, de guaguancó por las calles de ciudades tan conectadas con las de una Andalucía apuntalada en la memoria. A pesar de su Juanito Alimaña, Corazón loco, Indestructible. A pesar del brío y a pesar de todo, no hubo conexión. El frío era mucho, Diego, sí, pero sabes tan bien como yo que tu leyenda podría haber detonado Lanuza y no lo hizo. Simplemente, no pasó. Y no es una tragedia: a veces, es así.

Al final, mientras te recogías, abrazabas a Calabuch, a Raúl Jiménez Molotes (una de las voces históricas del flamenco oscense) y dabas alguna directriz a destiempo a una big band que no la necesitaba.

Yo, parafraseando a Juan Rulfo –por aquello de continuar un homenaje a Latinoamérica que no debería terminarse nunca- lo vi claro:

pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas. Luego, desapareciste. 

Te dije: regresa.


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