Niño Miguel, Manuel Agujetas, Diego de Morón. Fundación el Monte. Sevilla

Estela Zatania

Jueves, 10 de marzo, 2005. 2100h. Sala Joaquín Turina, Sevilla

Tres individuos únicos, inconfundibles, cada uno a su manera. Inadaptados dirían algunos, genios incomprendidos dirían otros.

Diego de Morón, sobrino del guitarrista Diego del Gastor, aquél que fue hijo adoptivo de Morón de la Frontera y abanderado de una escuela de toque tan admirada en el extranjero que durante unos años a finales de los sesenta y principios de los setenta, el pequeño pueblo de Morón se convirtió en una especie de meca para la afición norteamericana, mientras que la nacional, poco caso le hacía. Diego del Gastor murió soltero en 1973 dejando la esencia de su toque a cuerda pelá a cuatro sobrinos, de los cuales el que más fielmente sigue la línea es Diego de Morón, hombre independiente y filósofo sin cartera.

Manuel de los Santos Pastor, patriarca de la familia cantaora de los “Agujeta”, herederos del legado de Manuel Torre, voz rancia y desgarradora. Respetado por la casi totalidad de la afición por su poder comunicativo mediante el cante, también es conocido por su vida bohemia y espíritu independiente, su forma anárquica de cantar y las declaraciones estrambóticas que ocasionalmente hace para la prensa. Una figura del cante a tener en cuenta, se mire como se mire.

Flamenco como se tocaba justamente antes de que otra generación emprendiera su viaje hacia el experimentalismo

Dijo el escritor P.D. James que “La creatividad es la resolución exitosa de los problemas psíquicos”. No sabemos si la reaparición del Niño Miguel representa semejante paz mental, pero hace pocos días este guitarrista, nacido dos años después de Camarón de la Isla y del que muchos entendidos dijeron que borraría a Paco de Lucía del mapa, tuvo la valentía de hacer lo que muchos fenómenos actuales no se comprometen a hacer: un recital de casi una hora, en solitario, sin cajón ni palmeros ni yembé. Como salido de una cápsula del tiempo, con la ventaja asociada de no estar “contaminado” por el jazz, tocó flamenco como se tocaba justamente antes de que otra generación emprendiera su viaje hacia el experimentalismo con afinaciones alternativas, acordes “verdes” como antes decíamos y un compás correcto pero oculto que ya no involucraba al aficionado con la misma urgencia.

La carga emotiva era fuerte. Su aspecto desmejorado, más allá de los treinta años que han pasado, produjo un grito ahogado de asombro entre los de cierta edad que lo recordamos con cara de adolescente. Tomó asiento, pidió disculpas mencionando algo de estar “malito” y arrancó con sonidos bellos y misteriosos, un ataque absolutamente dinámico, debiendo mucho a Paco de Lucía, no cabe la menor duda, con detalles de Sabicas a través de aquél, pero con su propia personalidad y bastante material original, sorprendentemente fresco para nuestros oídos. Acepta el primer aplauso efusivo casi avergonzado.

Se le nota amigo íntimo de su instrumento. Afinaba en pleno vuelo como el profesional más experimentado, y modulaba entre escalas con perfecta soltura. Cabía esperar peor técnica, y por descontado no tocó a la altura actual, ni muchísimo menos, pero tampoco fue nada desdeñable teniendo en cuenta la dificultad del material. La mano izquierda parecía responder, la de las posturitas, pero le falló la mano trabajadora, la que pica y rasguea, y la coordinación entre ambas. De proponérselo, en pocos meses de estudio alcanzaría a los mejores maestros actuales, pero es muy poco probable que el hombre se apunte para eso.

Piezas largas que no sonaban a “temas”, sino a como se tocaba antes: excursiones melódicas ligadas por frases rítmicas que nos mantenían perfectamente ubicados y nos preparaban el oído para asimilar falsetas cada vez más sofisticadas. Ni un momento aburrido, recuerdos de un Paquito más flamenco que el de ahora, y un toque de atención para todos los maestros actuales.

 

 

NIÑO MIGUEL, UNA LEYENDA VIVA DE LA GUITARRA FLAMENCA, REAPARECE EN EL CENTRO CULTURAL EL MONTE

Fernando González-Caballos

EFE

La noche del 10 de marzo, Niño Miguel reapareció después de casi 30 años en la Sala Joaquín Turina del Centro Cultural El Monte, en Sevilla.

El pasado jueves, la historia del flamenco volvió a escribir otra página dorada. Hacía más de 30 años que el tocaor onubense era injustamente ignorado. Una enfermedad mental y una situación vital extremadamente precaria hacen que quién fuera –dicho por Paco de Lucía- uno de los mejores guitarristas flamencos de la historia, viva como un vagabundo errante en las calles de su ciudad.

Fiel a su propia filosofía, la productora sevillana Taller Flamenco, diseñó un espectáculo homenaje al guitarrista, en el que además del propio Miguel actuaron Agujetas y Diego de Morón.

Miguel Vega de la Cruz, Niño Miguel (Huelva, 1952). Hijo del guitarrista almeriense Miguel el Tomate es considerado, a pesar de la inconstancia de su carrera, uno de los grandes tocaores del flamenco. Aprendió a tocar junto a su padre y siendo un niño ya acompañaba a primeras figuras del cante. El los años 70 su forma de acometer el toque causó sensación. Obtuvo en 1973 el premio de honor del Concurso Nacional de Guitarra de la Peña Los Cernícalos de Jerez, y Televisión Española le dedicó un especial en el programa ‘Raíces’. Grabó dos discos con Universal, reeditados en 1999 bajo el título ‘Grabaciones históricas. El flamenco es universal. Niño Miguel’, disco actualmente descatalogado. Se prodigó poco en los escenarios y de hecho, la III Bienal de Flamenco de Sevilla supuso casi su despedida. A la grandeza de sus composiciones han rendido tributo guitarristas como su sobrino Tomatito y Rafael Riqueni. De su legado musical destacan piezas imprescindibles como el fandango ‘Brisas de Huelva’ o el vals ‘Lamento’, por fortuna transcritas bajo el título ‘Guitarra gitana. El Niño Miguel’. Niño Miguel ‘vaga’, actualmente, con su guitarra por las calles de la capital onubense, alejado por completo del circuito profesional. Su actuación El 10 de marzo de 2005 en la Sala Joaquín Turina, dentro del ciclo ‘Jueves Flamencos’ de Sevilla, supone una de las pocas oportunidades que los aficionados han tenido en años de disfrutar de su guitarra.

Granaína, alegrías, zambra, bulerías y taranta. Cincuenta y cinco minutos para la historia y una lección. La dignidad y el arte no tienen precio.

Hoy andará deambulando por esas calles de Huelva para buscarse la vida y la ruina, mientras aquellos que le ponen un traje y lo afeitan se reparten el botín.

En la otra cara de la misma moneda estaba Diego de Morón. El hijo de Joselero vino a demostrar que su tío Diego le enseñó mucho más que una forma de tocar. Por eso subió hasta la misma boca del escenario, para volverse loco y morir de gusto escuchando a Miguel. Cierto es que su toque está en las antipodas del onubense. Pero es ahí donde se encuentra la verdadera grandeza del arte.

Trasmitir sencillez es bastante más complicado de lo que parece. Pegar cuatro gañafones por seguiriyas, soleá y bulerías y acabar con el cuadro sólo está al alcance de unos cuantos, a pesar de que hoy se toque la guitarra mejor que nunca.

Diego había venido a despacharse a gusto. A su manera. A bordonazo limpio. Se destripó gozando. Se paró. Le pegó un pellizco a las cuerdas y transmitió. Pintó de oro su nombre para estar junto a Miguel en un cartel histórico, en el que por cierto, Agujetas se dedicó a casi todo menos a cantar de ley. Y es que aunque sólo fuera por respeto a Miguel tenía que haber echado sangre por la boca.

No sabemos si esta habrá sido la última vez que Miguel se sube a un escenario. Igual que no sabemos cuanto tardará en volver a hacerlo Diego. De cualquier manera es irrelevante porque no sólo llega tarde, sino gracias a una institución privada como El Centro Cultural El Monte y la buena voluntad de unos cuantos románticos.


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