Libertino – Marco Vargas y Chloé Brülé

Libertino - Marco Vargas y Chloé Brülé

Libertino - Marco Vargas y Chloé Brülé

Texto: Sara Arguijo

Fotos: Adam Newby

Ficha artística: Título: Libertino Dirección, coreografía y baile: Marco Vargas y Chloé Brülé Cante: Juan José Amador Textos e interpretación: Fernando Mansilla Dirección adjunta: Evaristo Romero Composición musical y guitarra: Gabriel Vargas Batería: Manuel Montenegro – Teatro Central – Martes 8 de marzo

 

Los claroscuros del flamenco

“No me gusta el flamenco”, confiesa un rotundo e irónico Fernando Mansilla en la declaración de intenciones que desata la propuesta. Pero, ¿qué es lo que repele el poeta? ¿La expresión artística en sí misma o la jaula de barrotes dorados que la encierra? ¿El dedo acusica que apunta cuando uno se va de compás o el enfrentarse a sus propios prejuicios? ¿Quién es más libre, el que obvia y reniega o el que afronta y comprende? ¿Merece, al fin, la pena enviudar de tu propio amor –que diría Cernuda- y convertirse en el doliente perdidoso y perdido?

Pues en esta humana contradicción indaga ‘Libertino’. En las luces y sombras que nos acompañan en lo personal y nos ciegan ante el mundo. En la sociedad que nos fuerza a mostrarnos categóricos frente a una vida que ni siquiera hemos aprendido a gestionar. En la lucha interna por escapar del encierro voluntario. “Somos el compás que llevamos”, que repite Mansilla.

Es decir, aquí el flamenco es el medio en el que terminan por confluir las miradas de los cuatro intérpretes. El lenguaje natural que sirve para articular un poema sensorial en el que pesa por igual la palabra, el baile, el cante, la música y el silencio. Pero, más allá, si este espectáculo tiene seis candidaturas a los Premios Max es porque estamos hablando de una obra cuidada, pensada y trabajada con enorme maestría. Rompedora y original en el discurso, con una iluminación, vestuario y puesta en escena excelente, un ritmo dramático perfectamente construido, una composición musical coherente y unos protagonistas geniales en su naturalidad. Una propuesta teatral, con aire de cómic de Frank Miller, que consigue envolver al espectador en la atmósfera de claroscuros, underground y canalla que requiere el argumento.  

Por su parte, Marco Vargas y Chloé Brülé no sólo muestran por separado su virtuosismo en el baile, su capacidad narradora y su personalidad sino que juntos crean coreografías maravillosas en las que parecen ser un todo y a través de las que guían al espectador hasta donde quieran. Consiguiendo que desviemos la mirada al techo cuando ellos lo hacen o que sintamos algo en el hombro cuando ellos se tocan. Especialmente llamativa fue la pieza psicodélica que bailaron a ritmo de batería o la recreación de los tangos trianeros en los que Marco acabó subido en una lata.

En definitiva, como advirtió Morente –al que por cierto recordó Amador más que nunca- el flamenco interesa más “si está con la cultura y con la sabiduría”. Aunque para ello haya en ocasiones que entregarse al desenfreno de los placeres y caprichos.

 

 

 

 


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