La Cañeta de Málaga / Sala García Lorca “Ver para creer”

Cañeta de Málaga

Cañeta de Málaga

“Ver para creer”

La Cañeta de Málaga ofrece un intenso recital desde la esencia en la Sala García Lorca

José Manuel Gómez Gufi

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De vuelta a la Sala García Lorca (Casa Patas) uno se reencuentra con esos aficionados que ejercen la militancia hacia un estilo como apóstoles, anunciando la buena nueva o las verdades del barquero, a elegir. Son aficionados, un puñado de gente que defiende el arte desde el mismo corazón del flamenco. De esos que no se atrincheran en lo suyo, que defienden su manera de escuchar y de sentir por la legítima. Y así uno se vuelve a asombrar del prodigio del ser humano capaz de hacer arte con la voz y un puñado de cuerdas amarradas a unas maderas.

Así sin amplificación, sin enchufes. ¡Sin prueba de sonido! Los artistas cuentan con la ayuda del público que son los que matizan con el silencio y/o el conocimiento. Uno se apunta al mudo, a mi lado tengo a un catedrático, Enrique Pantoja, un artista que ha convertido los jaleos y la fiesta en una ciencia.

Ahí llega La Cañeta con traje de lunares anunciando los nervios por cantar en Madrid, ciudad en la que ha desarrollado una carrera en el que los triunfos se cuentan por la cantidad de leyendas que son amantes de lo suyo, y lo suyo es mucho. Tiene un porrón de años en el arte según cuenta el escritor y poeta Paco Vargas en las notas al programa que La Cañeta comenzó a ganarse la vida con “La Repompa” cuando aún era una niña. Casi na, así se construyen las leyendas. Eran los años del hambre y del pan negro, del aguante y la supervivencia. Quizá por ello la primera parte se tiñó de un humor muy de pueblo y de discusiones de matrimonio porque La Cañeta va con su marido, José Salazar, un cantaor que ha perdido la voz pero nada más. Cantó unos fandangos con sabor y duende. Hay gente que prefiere otras voces técnicamente perfectas que gustan a los jurados televisivos. No era el caso entre los presentes.

Por su parte La Cañeta está en la plenitud de sus condiciones con la guitarra espléndida de Antonio Soto y, de nuevo, la sala y el público obró el milagro.

-La hija de “la Pirula” proclamó Cancanilla de Málaga para los que aún no se habían leído la biografía de la hija de El Cañete, mecánico de profesión.

Luego se escuchó uno de esos “óooleeés” esdrújulos de Enrique Pantoja que van cambiando el acento sílaba a sílaba según convenga para el arte.

Cerró la primera parte con un homenaje a Chiquetete transformando el original (unas sevillanas) en unos tangos que culminaron con una expresión políticamente incorrecta. 

La segunda parte fue la más interesante, hubo cambio de vestuario y más cante que comedia aunque José Salazar (que había cambiado las rayas por un corbata del revés) protagonizó desplantes variados con la bailaora Luisa Chicano, unos “gags” de otra época, como de cine mudo, adecuados al momento y probablemente incomprensibles en otra circunstancias, tal y como recordaba uno de los miembros del Círculo Flamenco de Madrid que también organiza sesiones de cante sin electricidad.

De todo el recital nos quedamos con unas bulerías que empezaron con dedicatoria a la Perla de Cádiz y una sucesión de letras que iban de lo muy antiguo a los clásicos de nuestro tiempo como el “es inevitable” de la Negra y ahí el rey de la fiesta y el compás mantuvo un significativo silencio. 

Cuando sales de la García Lorca, sales transformado como los cristianos primitivos y en el subidón de adrenalina (producto, sin duda, de la falta de enchufes) te puede dar por proclamar que ahí está la verdadera esencia, el santo grial. La experiencia que hay que tener para creer. Y eso que todo apuntaba a un fin de fiesta glorioso. A una de esas en que se añade todo el arte presente en la sala, eso fue más tarde, en la intimidad. Así que les recomiendo la experiencia. Ver para creer.

Fotos & video: MJ. Lara

 
 
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