El llanto caramelizado que duele bien

Marí Peña - Nimes

Marí Peña - Nimes

Texto: Estela Zatania

Fotos: Jean Louis Duzert

FESTIVAL DE FLAMENCO DE NIMES
Mari Peña «Mi tierra»
Martes, 16 de enero, 2018. 20h. Teatro Bernadette Lafont, Nimes (Francia)

 

Voz: Mari Peña. Guitarra: Antonio Moya. Violín: Faiçal Kourrich. Percusión: Paco Vega. Palmas, baile, coro: Rocío del Turronero, Juan Amaya. Artistas invitados – Baile: Carmen Ledesma. Piano: Pedro Ricardo Miño. 

“Mi tierra” se titula el primer trabajo discográfico de Mari Peña.  En el flamenco hablamos siempre de raíces y arraigo, del fantasioso árbol de las formas, y la tierra que lo vio crecer en la imaginación de aficionados de todo el mundo.  ¿Qué tendrá que ver “la tierra” con la música?

Tratándose del flamenco, mucho.  Si las formas son un lenguaje común y compartido, cada localidad tiene su repertorio, su colocación de voz y su manera de viajar por el compás.  Cada barrio dirían en muchos sitios…de hecho, cada familia.  Decir “Utrera”, es evocar una tierra flamenca bendita, con un claro sello propio.  Aquí no es la urgencia jerezana de sangre y sudor, sino que se convoca al duende con un llanto caramelizado que duele bien.

En Utrera, curiosamente, ha habido más cantaoras que cantaores, mujeres tan legendarias como Rosario la del Colorao, Merced la Serneta, La Perrata, Pepa de Benito, Pepa de Utrera o las diosas Fernanda y Bernarda, amén.  Ahora se apunta a la lista Mari Peña, o “Mari Peña de Moya” como le dicen muchos, al ser la señora del gran guitarrista Antonio Moya, “el culpable de que yo sea quién soy hoy en día” como explica la cantaora.  Actualmente, es la única voz femenina que perpetúa el legado flamenco de esta ciudad, su guía e inspiración para el trabajo discográfico que anoche vino a presentar en el teatro de Nimes.  

Diversas colaboraciones dan dimensión a “Mi Tierra”.  Además de la imprescindible guitarra de Antonio Moya (natural de Nimes, pero asentado desde hace años en Utrera), el piano de Pedro Ricardo Miño, el sugestivo violín de Faiçal Kourrich que tantas veces colaboró con el añorado maestro Juan Peña “Lebrijano”, la discreta percusión de Paco Vega (“discreta” en el mejor sentido), el baile de Carmen Ledesma, la única hoy en día que logra unir el baile de patio de vecinos con baile digno de teatro, y las palmas y coros de Rocío del Turronero y Juan Amaya, éste último que aportó su fina locura artística con unas pinceladas de baile que mandaron una carga eléctrica a los presentes.

Ya no mandan las voces aguardentosas y gastadas que tan imprescindibles han sido en cierta época reciente.  En este sentido, la voz blanca de Mari Peña está destinada a seducir a la afición.  La guitarra de Moya logra equilibrar el estilo más tradicional con un brillo contemporáneo, lo justo, para entrar sin esfuerzo en oídos actuales.  El punto fuerte de la pareja no deja de ser el flamenco clásico.  Notablemente, soleá al estilo de Utrera, más rítmica que fraseada, que asimila estilos de bulería por soleá con total naturalidad.

Carmen Ledesma baila las imprescindibles cantiñas del Pinini, chorreando auténtico sabor en boca de Mari.  Por su parte, Ledesma siempre ha tenido la costumbre de no disfrazarse de muñeca Marín con lunares y bisutería, sino que se presenta con elegante ropa de calle, como declaración de intenciones.  

Los cantaores de Utrera no acaban de sentirse cómodos con los cantes libres, y el compás de doce tiempos es el oxígeno que alimenta hasta los fandangos personales que canta Mari por soleá.   A piano, lo que mejor funciona son los tientos, un cante que Gaspar de Utrera subió al firmamento del cante grande, y que Mari Peña canta con respeto y entrega.

Hay ánimo de presentar el flamenco de corte clásico, a la vez de permitir que sople el aire fresco con algunas canciones líricas que no acaban de llegar a la altura del repertorio flamenco.  No obstante, dos creaciones originales quedaron como joyas.  Un tango argentino cruzado con bulerías, fusión comedida a través de los conocimientos y el buen gusto.  Y otro tanto con lo mejor del espectáculo, el muy conseguido arreglo de romance, especialidad del eje lebrijano utrerano, con el sonido exótico del violín de Kourrich que pone un acertado sonido árabe.  Bellísimo.

Fotografías

 


Salir de la versión móvil