Desapegos flamencos feroces y una carta de despedida

Inés Bacán - foto Tamara Pastora

Inés Bacán - foto Tamara Pastora

Me libre el niño Manué de faltar a mi palabra de escribí las cozita en tiempo y forma. A saber: mi promesa de continuar contándoles sobre la inacabable lista de zambombas autóctonas creciendo como setas por doquier y el ansia viva de sus habitantes por vivirlas intensamente. Pero no va a ser así, señorías, se lo aviso desde ya. En este texto encontrarán otros avíos. Sepan perdonarme ustedes.

Resulta que el pasado viernes, 23 de diciembre, una fecha a todas luces extraña para un recital, acudimos a la Peña Flamenca La Zúa para escuchar a la señora de Lebrija Doña Inés Peña Peña, Inés Bacán, con la guitarra de Domingo Rubichi y las palmas de Ali de la Tota y de Carlos Grilo. En realidad, el recital hubiera debido celebrarse un mes antes, pero por razones de salud de la cantaora hubo de posponerse hasta el día señalaíto.

Percibí la magia de que entre el fragor zambombero apareciese aun con extrañeza un espacio en el que reina la pausa y el silencio contenedor, la calma de Lebrija y su tempo de otro tiempo; en la peña flamenca más chica de la ciudad, en la que el aforo estaba más que completo y cuya primera fila estaba ocupada por Dolores Agujetas, que no suele prodigarse tanto como algunas quisiéramos. Que la heredera del cante indomable presidiera el rito barruntaba ya un salto cuántico que no vi venir. Ahí, entre las primeras mecidas de los tientos, te apareciste por primera vez.

Un calambrazo en las lumbares me avisó de la segunda. No te vi tampoco entonces, igual que no te vi después, pero tu energía estaba allí. La suavidad, el magnetismo, la conmoción, las chiribitas en el aire, el acumulador de lágrimas. La Nana de Manuel de Falla en boca de doña Inés no me dejaba respirar. Menos mal que es casi automático.      

Con la tercera ya sentí correr la sangre a cuarterones. Fue cuando Inés, en su tanda de fandangos por soleá que ya grabara con su hermano en Francia, dijera el cante así:

Siete colores distintos yo le había endicaíto al arcoiris.
Siete colores distintos, pero le falta el moreno,
ese color tan gitanito que nosotros tenemos.

El arcoiris te instaló en mi memoria y supe que no te gustaría nada. No hace falta tener los colores del metaverso para ser sensible y anticiparse a la luz. Se puede ser metalero, flamenco, motero, animalista, ex fumador y tener la cara de un mollete de Antequera sin problema ninguno. Se puede ser buen compañero, compañerísimo. Se puede intentar ser fotógrafo. Conseguirlo con creces. Tú saboreabas esas justas mieles justo ahora. No tengo ni idea de cómo abordar esta pérdida, Javier Fernández González. No sé cómo ubicar la incerteza de que ya no estás, Javi Fergo. Y saber con las entrañas que ya no se cumplirá la última frase de nuestro chat: po te veo la semana que viene.

Ya sabía, siempre supe, que Inés Bacán es médium. Ella conecta con linajes ancestrales. Sólo hay que ver la proyección de su cuerpo: los brazos en alto, los ojos cerrados mirándose por dentro como una clarividente, la sílaba sostenida en medio labio asomando al trance… su estampa entera, sacerdotisa y hechicera, une el mundo de los vivos y el de los muertos. Inés te devolvió a mí esa noche para obligarme a escribir, a soltar las ducas retenidas, a empujarme al borde del llanto y recorrerlo. Necesito introducir esta última carta en el buzón de 2022 antes de que cierre sus puertas. Además, no tengo lo que hay que tener para acabar este año de mierda sin contarte, Javi mío, el tamaño de la putada que supone vivir sin ti. No sólo para tu familia extendida, ni tampoco sólo para mí. Hablo de lo universal: del arte, del flamenco en Jerez, de la fotografía, del periodismo, de la humanidad, de este mundo inmenso y tormentosísimo que tanto te gustaba diseccionar.  

Probablemente seré la persona menos indicada para esto. Soy, a buen seguro, la última en llegar de toda la gente que padece tu ausencia. Pero la intensidad del vínculo infla mi terquedad por estar aquí. Apenas dos gestos tuyos bastaron para saber que serías uno de mis pilares en esta ciudad ojanera, graciosa, hostil. Querido Javi: yo contigo era mejor. Estaba más segura, era más buena onda, incluso puede que fuese mejor fotógrafa. Tú, que le hablabas al cuello de la camisa, decías sentencia: cuidao aquí, este objetivo no, este artista suele llevar poca luz, estos son la leche, con esta gente vas a flipar. Solías decir oro. Solías ser justo con las palabras. No sobraba nada, no faltaba nada. No le ponías lacitos a las cosas. No te hacía falta.

Sin ser un gran entendido del flamenco, siempre supiste apreciar la belleza, la autenticidad, la honestidad en las maneras de tantas personas que retrataste. Y solíamos coincidir en ese juicio rápido entre un espectáculo y otro, entre Compañía y Villamarta. Me hace ilusión darme cuenta de eso. La grandeza de la reciprocidad, de lo mutuo. Y también de que no hace falta saber cantidades industriales de algo para estremecerte ante lo pulcro o lo tenebroso y reconocer los destellos que te encogen las tripas y que son la energía que nos hace levantarnos de la cama y que en el flamenco solemos acompañar con un ole porque no existe otra manera de honrar el hallazgo.

No sé, Javi. Tampoco yo sabía tanto de ti. Ése es mi gran dolor, que no me alcanzó el tiempo, que la vida no me dio más. Pero siempre diré que nadie en Jerez hizo por mí lo que hiciste tú. Y que no se me va a olvidar en la vida.

¡Va por ti Javi Fergo!

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