51ª Fiesta de la Bulería – Jerez con Japón

Fiesta de la Buleria Jerez con Japón

Fiesta de la Buleria Jerez con Japón

51ª Fiesta de la Bulería – Jerez con Japón

Viernes, 24.08.2018
Jerez con Japón

Texto y fotos: Tamara Marbán Gil

Ficha técnica
Cante:
Fernando de la Morena/ David Lagos/ Melchora Ortega/ El Londro/ Yuka Imaeda
Baile: Andrés Peña/ Tío El Zorri/ Tía Juana Carrasco/ Shoji Kojima/ Shiho Morita/ Mayumi Kagita/ Hiroki Sato
Guitarra: Alfredo Lagos/ José Gálvez/ Javier Ibáñez
Palmas y percusión: Javier Peña/ Carlos Grilo/ Perico Navarro
Maestro de ceremonias: Shoji Kojima
Dirección musical y artística: David Lagos
Dirección artística y puesta en escena:
Javier Latorre

Especial Fiesta de la Bulería – a la memoria de Juanillorro

Quizá porque veníamos de una noche con una idea preconcebida más cerrada, quizá porque el propio nombre del país nipón obliga al cerebro a inventarse a paisajes sintéticos y formas minimalistas, esperábamos una puesta en escena más propicia que una simple pantalla de reproducción y el típico fondo negro.

Se rendía tributo a la unión entre Jerez y Japón, a la importancia de aquel país en el devenir de muchos artistas de la tierra y a la admiración y respeto que profesan allí por el flamenco. Se celebraba, más oficialmente, el 150 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y Japón y, salvo la presencia del personal japonés, poco o nada, a nivel escénico, presagiaba lo que podía (o no) pasar. Ninguna pista aparente salvo el nombre. Se desaprovechó, a mi juicio, la oportunidad de redondear el asunto como espectáculo ‘con temática’ que teja el manto del conjunto.

Bien es cierto que fácil no era el encargo que le hicieron a David Lagos y a Javier Latorre, tan transoceánico e inconmensurable, pero más difícil era no poner en juego las bazas de un atrezzo mínimo, de un repensar texturas y colores, quizá una de las asignaturas pendientes de esta fiesta.

Empezó con la estampa flamenca japonesa por excelencia el bailaor Shoji Kojima -que tantas veces tuvo que oírse en Madrid, en sus inicios, eso de a este chino no le canto-, con casi 80 años, de blanco, poniéndose su máscara mientras en la esquina contraria celebraban en un corrillo David Lagos, Perico Navarro, Javier Peña, El Zorri y Carlos Grilo el baile en una losa de Juana Carrasco a modo de aperitivo.

Aunque la noche pecó de la sucesión de escenas sueltas sin un orden aparente (y también alguna de relleno), la velada fue ganando enteros conforme pasaban los minutos porque es cierto, faltó atmósfera, pero hubo poesía. Mucha, en varios momentos: los de Melchora Ortega en esas lides en las que se mueve, la de la representación -¡soy jerezana!- estereotípica de la gracia y picardía autóctona; y allá estuvo donde se la necesitó, muy buena compañera, tapando agujeros, levantando los ánimos y desplegando saber estar, sobre todo por bulerías, donde se canta y se baila con destreza y carisma. Por eso decía: es posible que, con un hilo conductor más preparado, pueda dar cada artista lo mejor de sí y no compensar los boquetes del subsuelo. No hacía ni lo uno ni lo otro cuando se sacaron de la manga un mano a mano de fandangos ella y una de las sorpresas, para quien no la conociera, de la noche: Yuka Imaeda, que levantó el vello hasta al más escéptico y firme defensor de la pureza, esos seres que aún pululan por el mundo. Decíamos de Yuka cuántos vellos levantó y a cuántos corazones doblegó al rebuscarse. Imposible pasar por alto su interpretación de la malagueña grande de El Mellizo con remate por jabera felizmente acompañada por José Gálvez, polifacético a la guitarra; pero brilló, sobre todas las cosas, con el Romance de la cristiana cautiva, inspirada seguro en las grabaciones de Agujetas el Viejo o el Negro de El Puerto. Sensibilidad y apertura en canal sin haber nacido en la calle Campana. Como tampoco nacieron en Cerro Fuerte nadie del resto del elenco japonés (Shiho Morita, Mayumi Kagita e Hiroki Sato) y sí mostró satisfacción y disfrute infinito en la ejecución de sus labores habiendo comprendido la dimensión del significado de pisar aquel sagrado lugar al que tanto le cuesta dar crédito a otras visiones y códigos.

Destacar también, en el cante, a El Londro, acertadísimo, y por supuesto a un David Lagos tan completo y su detalle de incluir en el cartel a un Fernando de la Morena que no está en su mejor momento (y así se vio) pero reconocer un caudal y una trayectoria no está exento de traspiés y me atrevo a decir que fue, al menos a nivel simbólico, un homenaje en vida.

Despistó mucho la pantalla sobre el escenario, que agrandaba lo que en él sucedía con planos diversos, iba con un leve retraso que hacía imposible que coincidiera el congojo en su punto con el pellizco del cante o lo que fuera que estuviera sucediendo. Un detalle a priori menor que resulta frustrante para la experiencia del flamenco en vivo.

A pesar de estas dificultades y de lo confuso que fue a veces seguir el pulso del latido de la noche, quedó patente que ni el flamenco tiene fronteras ni mucho menos las necesita; que ha bebido de tantas culturas que es imposible e indeseable establecer los límites de nada salvo lo que queramos estandarizar para poder entendernos. Quedó más clara la intención del intercambio entre culturas que el intercambio en sí porque se quedó en eso y no profundizó. Y también que lo espiritual y lo ritual que convierten al flamenco en lo que es conviven a su modo en el país asiático y no son, por lo tanto, culturas tan alejadas como pueda parecer a quien todo esto se le antoje tan extraño.

Tampoco puede acabar este texto sin mencionar a Andrés Peña, a Miguel Ángel Heredia o a Alfredo Lagos, que defendieron con lucidez su posición, cada uno en su papel respectivo. Impactaba un poco lo fuera de contexto de alguna de las secuencias, especialmente las de Andrés, porque tanto Miguel Ángel como Alfredo (riquísimas falsetas, qué capacidad de adaptación, qué universo propio tan diverso, y con qué gusto trae a colación todo lo que es menester) mezclaron sus quehaceres con las mimbres niponas en más de alguna ocasión, y los demás sólo lo hicieron en el fin de fiesta. Ahí pinchó la idea: en que el anunciado hermanamiento sólo salpicó el entramado general y que no se reducía tan sólo al final.

Y si, como dice Silvia Nanclares, todo trabajo creativo viene de otro previo disfrutado, admirado, amado, quedó claro que el amor entre Jerez y Japón es bidireccional. Si no, no es amor. Y en eso sí que no pinchó nadie.

 

 

Salir de la versión móvil