Flamencas, la mitad del mundo jondo

Flamencas

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Punta y tacón

Silvia Cruz Lapeña
@silviacruz_news

Periodista.

 

Un número es como una foto, objetivo, frío, sólo dice lo que dice. A veces eso está bien, otras es insuficiente, sobre todo para quienes además de contar, nos dedicamos a narrar lo que sucede. En el balance que acaba de hacer la organización del Festival de Jerez hay una cifra que no se ha dado: 570. Es el número de personas que aparecen en los programas facilitados por los artistas que han participado en la 22ª edición del certamen jerezano. 

En esos equipos de trabajo hay quien incluye a productores, técnicos de sonido, de luz y en algunos casos como el del Ballet Nacional de España (honroso, quiero añadir) también a las señoras de la limpieza. Señoras, sí, porque en la 22ª edición del Festival de Jerez no ha habido ni una mujer tocando la guitarra pero sí fregando. Y a eso voy: de las 570 personas, sólo 167 eran mujeres, lo que da un por porcentaje del 29%. Quizás a usted le parezca suficiente, a mí no, pero más allá del número están los detalles.

Uno de ellos parece guasa: por ejemplo, que en un ciclo llamado “Mujeres de la Frontera” se incluya a Vicente Soto cantando “Coplas del desagravio. A la mujer”. Me parece estupendo que Soto tenga su sitio en este y en cualquier certamen, pero no ahí, pues lo que confirma su ubicación en ese ciclo es que cada vez que a las mujeres nos crean un grupo aparte, más que un escaparate, nos regalan un trapo con el que callarnos la boca. 

Si me fijo en Jerez es porque es el último certamen que se ha celebrado, pero la reflexión que hago en estas líneas vale para cualquier otro. Por ejemplo, la pasada edición del Flamenco On Fire de Pamplona contó con cinco mujeres de un grupo de 34 artistas. Con esas cifras en la mano, les pido que me contesten a estas preguntas: 

– ¿Cómo le explicaría a una adolescente que se parte el esternón tocando la flauta en un Conservatorio Superior de Música que no hubiera ni una instrumentista en el programa? 

– ¿Cómo le cuenta a su sobrina, a su hija o a su nieta que ni un nombre de mujer se cotiza como el de los varones que aparecieron en varios shows del mismo festival? Yo me juego una peineta que a más de una de las que trabajó en Jerez le habría gustado currar lo que ha currado en esta edición Manuel Tañé. 

– Dígame, ¿si ustedes fueran profesores como Pablo San Nicasio o David Leiva con qué argumento animarían a sus alumnas a dedicarse al toque cuando en un evento tan importante el único nombre de tocaora que apareció en el programa fue por un error de imprenta? “Eugenia Iglesias” decía el folleto del bailaor Juan Ogalla, pero el que tocaba era Eugenio. 

Ni siquiera en los espectáculos donde la protagonista es una mujer hay mayor presencia femenina. Sólo Rafaela Carrasco en Nacida sombra presentó un equipo de trabajo con mayoría de chicas y en la Peña Tío José de Paula se le dedicó un día a las señoras, pero también ahí se colaron ellos. Y repito para que nadie se ofenda y para que quede claro: no quiero mujeres porque sí, ni me molestan los hombres. Los quiero cerca, lo que me choca es que lo contrario nunca ocurra ni en Jerez, que no es una excepción, ni en ningún sitio. 

Durante los días que estuve allí me fijé mucho en el público del Teatro Villamarta y de la Sala Compañía, donde por alguna razón siempre había mayoría de señoras. Y pensé que si todas ellas se negaran a pagar una entrada, un curso o a comprar discos de un arte que no las representa, el flamenco como negocio se iba a quedar en los huesos. 

Y la cosa es tan sencilla como abrir los ojos y hacer el clic. Por eso, se me ocurre una idea: que los ojeadores de festivales y los artistas ya consagrados acudan a más escuelas, bares y festivales menores como meros espectadores. Quizás así unos y otros ampliarían sus opciones y no recurrirían a lo cómodo y a lo de siempre. Y además comprobarían, por si no lo han visto ya, que las mujeres son la mitad, a veces más, de nuestro planeta jondo. 

 

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