Dani de Morón, la originalidad de la amalgama. Reseña discográfica

Dani de Morón - El sonido de la libertad

Dani de Morón - El sonido de la libertad

Juan José Téllez

No olvida el pulgar, como esos niños que se resisten a dejar el chupete y lo humedecen entre sus labios más tiernos.

Sin embargo, ya se sabe que Morón puede ser provincia de Melbourne y que en el flamenco contemporáneo –y Dani lo es– cabe el kilómetro cero y las antípodas, al mismo tiempo.

Así, en su segundo disco, “El sonido de mi libertad” (La Voz del Flamenco S.L., 2015) Daniel López Vicente, Dani de Morón (Sevilla, 1981) sigue sin renunciar a la seña de identidad que caracterizó el toque de Diego el del Gastor y mantiene guiños a cuerda pelá. Sin embargo, en el conjunto del disco pesa su biografía, desde su largo aprendizaje entre las cuerdas de Alfonso Clavijo o en la academia trianera de Matilde Coral donde, como pregonase en su día Chano Lobato, nunca fue difícil iniciarse en el arte del compás detrás de las batas de cola,

Sin embargo, este compositor intrépido y solista virtuoso no olvida, y seguramente Paco de Lucía le insistiría a menudo durante sus giras, que la mejor escuela del toque suele acampar a la falda de las voces del cante. En su caso, una larga complicidad que ha ido yendo desde La Macanita a Arcángel pasando por José Mercé. Sin embargo, un flamenco contemporáneo –y Dani lo es rotundamente– no se estabula en la experiencia personal sino, también, en el oído, que suele ser un sabio consejero empírico. A la luz de esta nueva obra, que confirma plenamente las expectativas de su debut discográfico con “Cambio de Sentido” (2012), el de Morón concilia los largos fraseos y la singe note de la guitarra de jazz con la armonía brasileña –ignoro si Laurindo Almeida forma parte de sus dioses lares, pero debería serlo–, junto con las huellas de los maestros flamencos –ya saben, Montoya, Sabicas, Niño Ricardo, Mario Escudero, pero también los Habichuela, los Parrilla o los Melchores— con ese otro trío de las Azores, mucho más benéfico, que en su día constituyeron los clavijeros de Paco, Manolo Sanlúcar o de Víctor Monge, sin olvidar desde luego a Paco Cepero o sus maestros predecesores, en especial Gerardo Núñez y Vicente Amigo, con Rafael Riqueni como una leyenda viva de la que también, sin duda, ha aprendido.

Todo ello le convierte en un músico de amalgama. Esto es, un mixto lobo flamenco que no renuncia a ser esponja de melodías ajenas, como demuestra en uno de los cortes más escalofriantes de este nuevo álbum, “Suspiro”, que aún escapándose de los estilos clásicos nos regala una rara jondura sin apellidos ni cuadros sinópticos. Su originalidad estriba en como gestiona todo ese mestizaje, sin precipitaciones y, milagrosamente, sin patinazos. Hay un instinto de perfección cordial, sin presunciones, en este catálogo de toques donde mandan las bulerías, junto con los tangos – contundentes y precisos los del 21–, la soleá, las alegrías, los fandangos, la malagueña, la farruca o su rumba “Doble nueve”, algo más que un homenaje al territorio rítmico favorito del hijo de la portuguesa, una reinterpretación clara de su canon a la que logra imprimir una seña de identidad personal en tiempos como estos, demasiado clónicos de puro tecnicismo.

José Luis Ortíz Nuevo, en un texto que acompaña al disco, elogia adecuadamente su modestia —”joven humilde y prodigioso” llega a calificarle– y el hecho de que describa como una simple “pincelada” cualquiera de sus más difíciles todavía. Quizá en esa serena actitud ante el toque estribe su grandeza, en que su mandala –de nuevo en palabras del poeta– no es el ombligo sino una actitud permanente de curiosidad y asombro que no sólo son los motores esenciales de la especulación científica sino de la creatividad en cualquiera de sus aspectos. Esto es, guarda casi intacta la condición de esponja que suele primar en la inocencia de la niñez y que vamos perdiendo a partir de la soberbia adolescente. Otro de sus secretos estriba en la fidelidad hacia sus compañeros de viaje. Aquí, vuelve a comparecer su equipo rítmico habitual: la percusión de Israel Suárez “Piraña”, Ramón Porrina y Agustín Diassera, las palmas de Los Mellis y el bajo de José Manuel Posadas ‘Popo’ en la bulería inicial que da título al disco, que supone un claro más allá de Barrio C y que ambos compusieron.

Al presentar “El sonido de la libertad”, Dani de Morón enunció sus propósitos con la siguiente frase: “Que una falseta al lado de otra tenga sentido, que una falseta en un tema tenga sentido, que un tema con el resto del disco tenga sentido”. ¿Cómo lo logra? Con una técnica cada vez más depurada, que es capaz de casar los picados de vértigo con los sonidos monofónicos y, a la vez, una medida utilización de los silencios. No parece que incurra en vacilaciones, aunque apostaría una trompa del eustaquio a que la inquietud manifiesta de este guitarrista le hará superar sobradamente las ya altas cumbres alcanzadas ahora.

Queda por reseñar un último elemento para comprender el estado de gracia que reina en este disco. Se trata de un ying y de un yang complejo, que solapa un claro hedonismo vital con su contrario o su complementario, esto es, la angustia. Así, nos encontramos ante un conjunto de composiciones que celebran la vida pero que, al mismo tiempo, lloran ausencias. Hace unos meses, en un texto propio que servía como pórtico a un concierto en el que ya dio a conocer los contenidos de este disco, Dani de Morón aludía a la paradoja que supone el hecho de descubrir que la libertad consiste en ser consciente de la esclavitud que requiere una pasión. Así, según sus palabras, la búsqueda de la felicidad estriba en sentirse libre a través del conocimiento pleno del instrumento que ha hecho suyo. Se trata, en cualquier caso, de una “libertad inundada de compromiso y correspondida por todos los que me rodean es mi vida y por tanto mi felicidad plena”.

El artista es consciente del alto precio que cuesta su devoción: “Pero si antes estaba dispuesto a pagarlo, ahora es mi máxima motivación para continuar el camino”, aseguraba en vísperas de aquel concierto, “inspirado y dedicado a todas las personas que pasaron por mi vida y me aportaron tanto”, afirmaba. Pero añadía enigmáticamente: “Algunas de ellas están en el cielo disfrutando de la gloria eterna y vivirán en mi para siempre, otras siguen en la tierra pero fuera de mi corazón y lejos de mi mente, a ellos igualmente gracias, hoy todos merecen mi recuerdo…”

Hay mucha memoria en este disco, desde luego. Pero, sobre todo, hay anticipación, una larga serie de intuiciones que nos coloca a las puertas de un toque futuro. El suyo propio, pero también el de su generación.

Juan José Téllez


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