Masterclass Farruquito – Flamenco Biennale 2015

Farruquito Masterclass - Flamenco Biennale

Farruquito Masterclass - Flamenco Biennale

Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Annemiek Rooymans

Openbare Masterclass Farruquito.
RASA (Utrecht)

Programa Flamenco Biennale

 

Como un jaguar

Una de las cosas más interesantes que ha ofrecido la Bienal de Flamenco de Países Bajos son unas master class a imagen y semejanza de las que ofrecen los músicos clásicos. Son clases magistrales ofrecidas con público y en un teatro, donde un artista enseña y unos alumnos aprenden ante un público que paga una entrada para observarlos. 

Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, ofreció dos en esta edición, una en Ámsterdam y otra en Utrecht. Sus enseñanzas sirvieron a la que escribe para ratificar algunas cosas. La primera: que el flamenco también tiene groupies que se gastan las rodillas y el sueldo en estar cerca de sus ídolos. La segunda: que como todo en la vida más vale un profesor bueno, que ciento mediocres. Y la tercera: que un maestro que se precie no se limita jamás a explicar lo que dice un manual. 

Y es que el bailaor no fue a mostrar solamente tres pasos y alguna pirueta. Gastó tanta saliva como pierna, ejerció de profesor con chispitas de showman y me confesó, al acabar, lo mucho que le había hecho sufrir una de las alumnas. Y es que a la pupila se la vio más nerviosa que si estuviera de estreno. Él, que se dio cuenta, se echó su peso y el de ella a las espaldas. Es un comportamiento que practica el bailaor con cierta frecuencia. Sin ir más lejos, la noche anterior en el Teatro Carré

La clase, a pesar de los tropiezos, siguió su curso. El auditorio RASA de Utrecht estaba casi lleno. Lección de arte, de técnica y de vida. En Farruquito es habitual, habla como lo siente. Como le enseñaron. Por eso casi todas sus intervenciones parecen sentencias gitanas, que igual valen para ejecutar una pataíta, un replante o una cabriola, que para esquivar los golpes que da la vida. 


“Nunca tengas prisa.” 

“Lo importante no es saberlo todo, sino aprovechar lo que sabes.” 

“Bailad como camináis, el baile tiene que ser natural.”

“No te precipites, tómate tu tiempo.” 

 “Usa el paso que necesites, el que mejor te expresa. ¿Para qué usar todos los colores en la misma pintura?”

“El flamenco no nació en un estudio ni con espejo. Hay que buscar el compás dentro de uno.”

 “Sal andando, no salgas bailando. Empieza a bailar cuando te lo pida el cuerpo.”

“El cuerpo tiene memoria.”

“Nunca, nunca, jamás tengas prisa.”


Dijo muchas más cosas, claro y esta selección de frases podrían hacerlo parecer un flipado. Pero no lo es. Nadie con sentido del humor suele serlo. Pero la selección da cuenta de su insistencia en algunos conceptos que repite, hablando o moviéndose, fuera y dentro de las clases. La calma es uno, la búsqueda es otro. En esta lección, sin ir más lejos empezó y acabó espantando a la prisa y “buscar” fue el verbo que más repitió el sevillano. Lo conté, conjugado de todas las formas posibles, hasta que me acerqué al 40. Y ahí paré: el mensaje estaba claro. 

En todas esas frases, máximas y enseñanzas, Farruquito habla de flamenco, pero según cómo arquea la ceja, está contando otra cosa. Él lo sabe, no es que se deje mecer por la casualidad. No con lo que dice. Ni con lo que baila. La improvisación se ensaya, lo sabe cualquiera que se sube al escenario, pero la fuerza de sus clases, de sus shows y de su  gancho radica en que se cree todo lo que dice. Muchas veces con razón, otras sin ella. 

Al acabar, aprovechamos el paseo hasta el TivoliVredenburg donde iban a actuar los Ultrahigh Flamenco para comentar la jugada y acabar otra entrevista que teníamos pendiente. “Me duele mucho aquí”, dijo en un momento mientras se agarraba el cuello con la mano derecha. Y en mi cabeza, como un flash, se apareció un animal tirando de un enorme carro. No se lo dije, no tenemos esa confianza. En su lugar, se me escapó una frase que por ser suya, creí menos intrusiva: “Ya sabes, el cuerpo tiene memoria.” 

Acostumbrado como está a cargar sus palabras con varios sentidos, cargó también las mías y me miró como un jaguar. Ni agresivo, ni asustado. Como un jaguar, a secas, durante un momento que duró un segundo y en el que Juan no parecía Juan, sino su abuelo. Enseguida entornó los ojos, y sonriendo asintió con la cabeza. Luego resopló y pareció aliviado. Lo siento, no le arranqué en ese instante ni una palabra. Pero creedme, nunca antes le vi un arqueo de ceja más elocuente. 


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