Especial: Veinte años sin Camarón

Pablo San Nicasio

CAMARÓN DE LA ISLA
20º aniversario de su muerte

 

“Déjame con mis locuras y déjame morir contento”
José Monge Cruz

Puede que el cantable diga lo contrario, pero dos décadas para algunas cosas se acaban haciendo eternas. Desde el fatídico amanecer del dos de julio del noventa y dos, el flamenco ha ido notando en cada minuto la ausencia y el legado de su icono más rotundo.

Veinte años sin Camarón de la Isla han permitido colocar en su justa medida las aportaciones musicales, estéticas, filosóficas y hasta económicas de un artista que murió siendo ya un mito viviente y cuya figura no para de crecer.

Camarón con Tomatito

EL CAMARÓN QUE CANTÓ Y EL QUE NO

José Monge Cruz había nacido para cantar. Pese a sus inclinaciones taurinas, el fuerte del isleño siempre residió en unas condiciones musicales propias de los que no tienen más escapatoria que sumar kilómetros en el centenario camino del arte jondo.

Camarón era afinación y compás. Pero sobre todo era la estética y luz de guía que una generación (y las siguientes) deseaba y urgía encontrar. Artistas con ansias liberadoras de tufillos y olores más viciados que certeros. Era el momento pero no todo valía. Y lo de José sí, estaba claro.

Con todos de acuerdo, el cante de José Monge llegó a lo más alto y tiró de un carro donde no siempre se cargó buena mercancía. Su voz reinó en los setenta y mitad de los ochenta hasta que su menudez física no pudo más, aun teniendo una frenada larga y, por momentos, memorable.

Pero el trabajo estaba hecho. La renovación que muchos apuntaron y perfilaron quedó cincelada en un puñado de discos que sólo podían llevar su firma gitana revolucionaria.

El flamenco inmediato tendría su herencia. Estaba escrito.

Veinte años después es innegable el ímpetu renovador que, sobre todo a la gitanería militante, aportó Camarón. Acaparador de las tendencias más jondas, las híbridas y hasta las decididamente rockeras. A todos puso a trabajar para invertir en flamenco, valor aún por explotar.

Su atracción hizo converger músicas aparentemente incompatibles. Y que fue sobre todo él el responsable lo vemos actualmente, cuando quizá de nuevo cada una de ellas va por su cauce y los mestizajes musicales se evaporan antes de lo debido.

Si los tocaores ven en Paco de Lucía la herencia de lo que ellos sondean, la cantinela “eso ya lo hizo Camarón” es el equivalente de los que empiezan con el jipío.

Camarón con La Perla de Cádiz

 

HERENCIA INMATERIAL… Y DE LA OTRA

En tiempos de declaraciones y reconocimientos, el aval camaronero se hace vital para gestionar un arte que, con su sola presencia, basta para empequeñecer cualquier etiqueta de papel de regalo. El flamenco y lo que ya es hoy pasa inexcusablemente por Camarón y su legado cantaor, sobre todo el bueno, el del fuste de los inicios.

Al mismo tiempo, José Monge enfiló una filosofía que han abrazado tantos imitadores como el mercado pudo. El ansia de la afición por sus recuerdos dio y da de comer a muchos artistas que se han aferrado hasta a los defectos de un genio que les supera aún hoy. Es evidente. Existen en esto porque Camarón estuvo antes. Y la debilidad humana tiende a los recuerdos…

Esa distorsión de la imitación, por cierto, la de sus peores años, ha sido la injusticia más grande que el tiempo y el maldito mercado han causado en José.

Y es claro que es más fácil quedarse con lo mundano que con lo sobrehumano. Más fácil acordarse del Camarón histriónico y comercial que del soberano cantaor que, por ejemplo, “Rito y Geografía del Cante” retrató en blanco y negro entre humo de compadres. Aquel sí tuvo la llave que hoy abre todas las puertas de teatros y tratados de música. Llave de un metal que el óxido que puede llevar la vida y la farsa de los aduladores afeó hasta el final, pero cuya vigencia es evidente veinte años después.

Macarras y señoritos, progres y alternativos. La fauna ibérica al completo lleva a tope a Camarón en sus equipos. Siempre le convocan porque saben que Camarón es algo más que el cante y darán en el clavo.

 

EL CANTE EN SUS MANOS

Camarón cantó hasta que físicamente pudo hacerlo. No dejó ni un aliento sin volcar en el cante. La enfermedad exprimió su garganta, como él lo había hecho con su vocación. Sin embargo, su prematura muerte dejó sin resolver la segunda mitad de un genio ya mermado. El cantaor de estética rompedora y condiciones sobrehumanas nos quedó de sobra conocido. Ahora bien, ¿es posible imaginarse lo que Camarón hubiera tenido que remover en el flamenco para adaptarlo a su segunda parte de vida algo más mermado en lo físico? Es posible que estuviéramos hablando de otra revolución dentro de la revolución que supuso lo que hoy conocemos todos. No es aventurado imaginarse a un Camarón reinventándose y pariendo nuevos conceptos para seguir contando en la profesión.

Tendría que hacerlo cuando sabemos que Quincy Jones estaría detrás invirtiendo lo que hiciera falta y una ceremonia de Juegos Olímpicos inminente le había prometido hacerle un hueco.

Camarón iba a seguir y sólo la tragedia evitó mayores descubrimientos. Su órbita flamenca, hasta entonces reducida a trescientas mil copias vendidas, se abriría definitivamente a las nuevas aportaciones por venir.

Lamentablemente, fueron los homenajes póstumos y las reediciones de sus discos los que se encargaron de poner en su sitio a un artista que murió cuando la mayoría de los grandes empiezan a coger fuelle. Discursos que otros entonaron para tapar agujeros, hinchar carteras y seguir alargando el carril de un fórmula uno cuyo rebufo se hizo golosina para un enorme pelotón de flamencos con pico (afilado) de buitre.

Sus últimos trabajos se manejaron en la onda del compás y los coros, con los mejores a su lado. A nadie se le escapaba la incertidumbre que era ya Camarón, pero quizá por eso era el mejor momento para escucharle. Cantar y decir.

Camarón murió con las botas puestas y con mucho flamenco aún en su cabeza. Enrique Morente cogió su testigo y llevó su intuición hacia los lugares comunes que manejaban ambos: afición desmedida, conocimiento, respeto, osadía y buena, buenísima compañía.

Veinte años después, además de pasándoselo en grande, estarán debatiendo quién será el valiente…

 

Con Paco Cepero

 

 


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