Gaditanos de otro planeta

Tablao El Cordobés

Tablao El Cordobés

Silvia Cruz Lapeña

Tablao El Cordobés – “Cádiz, salada claridad”

 

“Cadiz, salada claridad” se llamaba el espectáculo. Y la pregunta sigue siendo la misma hace mil años y ahora: ¿Qué tendrá Cádiz? Que tendrá, sí, para que hasta la señora de la primera fila en el Tablao Cordobés pareciera anoche nacida en la tacita de plata jaleando a David Palomar cantar por alegrías, tientos tangos o chuflas carnavaleras. El gaditano acumula tanto imán que es normal que, aún yendo acompañado, se quede él con todos los ojos. Lo suyo es cosa de guasa, sí, pero también de saber. Y de estar, porque hay que ser muy magnético para subirse a un escenario con esa seguridad. 

Pero ayer, Palomar ni estuvo solo, ni se quedó, porque el grupo que pisó las tablas era de altura y por eso los presentes jalearon, no sólo al cantaor, también al resto del cuadro en inglés, pseudo español e incluso en catalán, quién lo diría. Y apunten, porque están hasta el 26 de febrero, pero volverán en marzo.

Una que recibió olés sin cortapisas es una que siempre es guinda: Rosario Toledo, esa Martirio del baile, que podría haber sido actriz de cine mudo, cupletista, artista conceptual, bailarina o todo junto, que es lo es. Bailó junto a Marco Flores, que a elegancia no se le gana ni en Cádiz ni en todo el planeta, y junto a Jesús Fernández, a quien le cantó Miriam Valllejo (que no es de Cádiz pero no importa porque ella, con esa voz rotísima e intensa puede ser de donde quiera) una soleá que el gaditano bailó para comerle los ojos. Pero Toledo es reina, y ya sola y por alegrías acabó cantando adornada con un mantón del color de la mostaza, que está rica pero amarga, para aportarle viveza al drama y risa a la sátira. 

“Que mire usted que crisis vive este país”, le decía acompañándola Anabel Rivera, que tiene el don de ponerlo todo siempre en el asador, incluido el corazón, que anoche le latió de muerte por bulerías. El cuadro lo completaban tres sonantas estupendas: las de Javier Patiño, David Cerreduela y Juan José Alba. Y al cante, también estuvo El Quini de Jerez, que le añadió pimienta al plato, que de sal ya iba servido, y acompañó no sólo al baile, también al cante, a las guitarras y al público con la voz y con su cuerpo, convirtiéndose en harina con el que acabaron de ligar los ingredientes.

El espectáculo fue de tablao, de calidad, sin pretensiones, honesto y divertido y una muestra de lo que saben en Cádiz. No había historia, pero sí hilo y lo mejor, buen gusto y un respeto sagrado por el público. Con dos arreglos, cuatro detalles más y un escenario más grande, lo giran por donde quieran. Esa es la diferencia entre elegir buenos artistas o montar un numerito con cualquiera, como ocurre en otros tablaos de Barcelona. Anoche, la reacción del público fue maravillosa, nada que ver con la que se ve en otros locales de la ciudad. Porque no, el turista no es tonto, sólo es de otro país. 

 

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